Seminario-Final de Curso (Seminario-Málaga)

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía de Final de Curso del Seminario, el 18 de julio de 2020.

SEMINARIO – FINAL DE CURSO

(Seminario-Málaga, 18 julio 2020)

Lecturas: Sab 12, 13.16-19; Sal 85, 5-6.9-10.15-16; Rm 8, 26-27; Mt 13, 24-43. (Domingo Ordinario XVI-A)

 

1.- Hemos escuchado en el libro de la Sabiduría que Dios es misericordioso y justo: «Pues fuera de ti no hay otro Dios que cuide de todo, a quien tengas que demostrar que no juzgas injustamente» (Sab 12, 13). Dios obra siempre con justicia, salva al hombre y lo perdona. El juicio de Dios es siempre un juicio salvador; es una justicia salvífica: «Porque tu fuerza es el principio de la justicia y tu señorío sobre todo te hace ser indulgente con todos» (Sab 12, 16).

La imagen de un Dios justiciero y vengativo, que oprime y castiga al hombre, no corresponde a la revelación cristiana; pero esa imagen se percibe en nuestra cultura. Corresponde a los cristianos purificar y limpiar ciertas imágenes de Dios, que no corresponden a verdad; porque en Jesucristo se ha revelado el rostro misericordioso de Dios-Padre. No podemos quedarnos con la imagen de Dios que presentan algunos libros del Antiguo Testamento; estas imágenes tienen que ser re-leídas desde la revelación en Jesucristo, el Hijo de Dios.

 

2.- Los cristianos hemos podido recibir la imagen del Dios amoroso y perdonador en su Hijo Jesucristo. Y esa es la imagen que debemos transmitir a nuestros contemporáneos: «Actuando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano y diste a tus hijos una buena esperanza, pues concedes el arrepentimiento a los pecadores» (Sab 12, 19). Siempre hay una esperanza de perdón y de misericordia.

Nada hay más contrario a la revelación cristiana que la imagen de un Dios vengativo e inmisericorde. Podemos leer en el Salmo: «Porque tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan» (Sal 85, 5). Además, el amor misericordioso de Dios nos lleva a ser también nosotros misericordiosos con los demás. Una consecuencia de ser perdonados y vivir la misericordia divina es convertirnos en perdonadores y misericordiosos. Quienes os preparáis en el Seminario para recibir el ministerio sacerdotal estáis llamados a interiorizar y a vivir la imagen del Dios misericordioso y a transmitirlo después.

3.- El evangelio nos presenta la parábola del trigo y la cizaña, que se desarrolla en tres tiempos. En primer lugar, la siembra: «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo» (Mt 13, 24). La siembra de Dios es abundante; no es tacaño en echar la semilla. «Pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó» (Mt 13, 25). Hay una doble siembra: la de la buena y abundante semilla por parte de Cristo; y la siembra de una semilla perniciosa en medio del trigo. Cuando crece el trigo, aparece la cizaña mezclada con él.

El Sembrador, Dios, siembra semilla buena. El enemigo, el diablo (u otros obradores del mal, o incluso nosotros mismos), siembra cizaña en medio del trigo. No podemos decir que haya solo gente mala y gente buena; sembradores solo de bondad o de maldad. Todos podemos sembrar buen trigo y mala cizaña. También nosotros, de manera consciente o inconsciente, sembramos cizaña que impide que crezca bien el trigo. El bien y el mal está en nosotros. El pecado original nos ha dañado.

4.- En segundo lugar, viene el crecimiento de lo sembrado: «Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña» (Mt 13, 26). Las dos semillas sembradas, trigo y cizaña, irán creciendo juntas; es decir, viven juntos los ciudadanos del Reino y los obradores del mal; o incluso están en la misma persona. Los criados informan sorprendidos al dueño sobre la presencia de la cizaña.

En cada persona, en cada cristiano, crece el trigo junto con la cizaña; y hay que reconocer y afrontar su presencia y su acción. La cizaña es la inclinación a obrar el mal (concupiscencia, debilidades, inclinaciones al mal, vicios, situaciones de pecado). Dios espera que nosotros colaboremos activamente como tierra buena, para ayudar a crecer al trigo; y para anunciar el Reino de Dios en nosotros y en el mundo. Tengamos presente que la cizaña no es obstáculo para que el trigo crezca; la cizaña no le impide crecer al trigo. En el diálogo que hemos mantenido esta tarde, comentábamos las dificultades que encontramos en la convivencia con los demás, en el trabajo pastoral, en la unificación criterios. A todos nos corresponde hacer crecer el trigo, prescindiendo de la cizaña. La presencia de la cizaña no debe impedir el crecimiento del trigo; no podemos cruzarnos de brazos porque haya cizaña en nuestro campo. Trabajemos para que el trigo crezca y para que el reino de Dios se haga más presente.

5.- La última etapa es la siega: «Dejadlos crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero» (Mt 13, 30). Solo al final, Dios con paciencia y misericordia hará la separación y la purificación (pasar por fuego). Él da oportunidad a los hijos del Maligno para que se conviertan. El Señor nos da oportunidad para convertirnos hasta el tiempo de la siega (juicio final). Para el mundo esa purificación completa se hará en el juicio final; para cada persona, la purificación se puede hacer en cada encuentro con Dios en esta vida, y, por supuesto, en el juicio final. Estamos siendo juzgados en cada momento de nuestra vida. Los obradores de iniquidad serán arrojados al fuego eterno, donde será el llanto y el rechinar de dientes (cf. Mt 13, 41-42).

6.- Queridos seminaristas, habéis terminado un curso académico, que este año se ha desarrollado en unas circunstancias especiales debido a la pandemia. Hemos de aprender las lecciones que nos ofrece la vida y la historia y que nos preparan y maduran para responder en el futuro de manera cada vez más fiel a la voluntad de Dios. Aprovechad esta experiencia, haciéndola vida propia; y aprended de ella para seguir preparándoos para el ministerio sacerdotal. Estamos en manos de Dios, que son las mejores, porque son “manos de padre”. Él no quiere hacernos daño, sino que vivamos con la alegría de ser sus hijos y con la esperanza de la vida eterna, nuestro destino final.

Hemos de aprender a crecer como trigo en medio de la cizaña; y a responder a la llamada del Señor en cualquier circunstancia de nuestra vida. Pedimos a la Santísima Virgen María su protección maternal, para que acompañe nuestro crecimiento espiritual en el camino del sacerdocio. Amén.

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