Rito de elección de los catecúmenos

Homilía del Obispo de Málaga en la Catedral, el 14 febrero.

Lecturas: Dt 26, 4-10; Sal 90, 1-15; Rm 10, 8-13; Lc 4, 1-13.

(Domingo primero de Cuaresma – Ciclo C)

1. En este primer domingo de Cuaresma la Iglesia recomienda que se acepte a los catecúmenos en la segunda etapa del catecumenado, llamada Rito de la elección o Inscripción del nombre, en la cual la Iglesia, oído el testimonio de los padrinos y de los catequistas, y habiendo verificado la voluntad de los catecúmenos, juzga de su preparación y decide si pueden acercarse a los sacramentos pascuales (cf. Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos [RICA], 133).

Queridos catecúmenos, con la ceremonia de la «elección» concluye la etapa del catecumenado, que habéis realizado, caracterizada por la catequesis sistemática y orgánica de la doctrina cristiana y por la conversión de la mente y del corazón. Es importante recordar que no se trata sólo de conocer cosas sobre el Señor, sino de convertirse a é; cambiar de mentalidad (meta-noia); es decir, cambiar de forma de pensar, adaptándola a la de Cristo.

Para ser inscrito entre los «elegidos» se requiere que los catecúmenos expreséis vuestra fe y la voluntad deliberada, libre y sin presiones, de recibir los sacramentos de la Iglesia, para seguir a Cristo con mayor entrega y generosidad (cf. RICA, 134).

Todos los miembros de la iglesia diocesana, obispo, presbíteros, diáconos, catequistas, padrinos, fieles, religiosos; toda la comunidad, cada uno en su orden y a su modo, colaboran en el proceso y deciden sobre la instrucción y el aprovechamiento de los catecúmenos. Y rezamos todos por vosotros, para que seáis conducidos al encuentro personal y sacramental con Cristo. Aunque no os conocía personalmente hasta hoy, llevo rezando por vosotros desde que me consta vuestra iniciación en el seguimiento del Señor.

Quiero agradecer el trabajo y la dedicación de los catequistas, como garantes de la fe, que han explicado la doctrina cristiana a los catecúmenos; y la hermosa y necesaria misión de los párrocos, como cabezas de la comunidad.

2. En el largo proceso catecumenal, que en nuestra Diócesis abarca un tiempo no inferior a dos años, tienen gran importancia los padrinos, que suelen ser escogidos por los catecúmenos de acuerdo con el sacerdote y aceptados por la comunidad local. En el «Rito de la Elección» comenzáis los padrinos a ejercer públicamente vuestro oficio, para dar testimonio en favor de los catecúmenos ante la comunidad (cf. RICA, 143-145).

La Iglesia, según costumbre antiquísima, pide que los padrinos sean personas de fe, que vivan como discípulos de Jesucristo, que celebren el misterio pascual de Cristo resucitado, que participen asiduamente en los sacramentos, que lleven una vida coherente con las enseñanzas del Señor, para que puedan ayudar a los nuevos cristianos a perseverar en la fe y en la vida cristiana.

Los padrinos deben reunir, a juicio de los pastores, las cualidades requeridas para realizar los ritos que les corresponden; que tengan la madurez necesaria para cumplir con esta función; que hayan recibido los tres sacramentos de la iniciación cristiana: bautismo, confirmación y eucaristía. A partir de ahora habrá entre padrinos y ahijados una relación de filiación espiritual.

La misión de los padrinos es específica y fundamentalmente religiosa. Hay que descartar, pues, la aceptación de padrinos por razones de simple amistad, parentesco o conveniencia social. A veces se presentan como padrinos para el bautismo de infantes personas que ni creen, ni practican, ni viven la fe; y se enfadan si el párroco les dice que busquen otro padrino, o se le ofrece desde la parroquia. Los padrinos no son de adorno, sino que tienen una importante misión, sobre todo, cuando los padres de los niños infantes no practican, pero piden el bautismo para sus hijos.

3. La celebración de hoy marca un hito en vuestra vida, queridos catecúmenos. Junto a los fieles cristianos participaréis en las celebraciones sacramentales, en la liturgia y en los actos de piedad religiosa, viviendo de ese modo el misterio pascual de Jesucristo.

Según la tradición de la Iglesia, al término de la proclamación de la Palabra, se invitaba a los catecúmenos a dejar la asamblea, porque no participan de la Eucaristía. Pero hemos pensado que sigáis ocupando los mismos sitios, en vez de cambiaros de lugar; puesto que ya soléis asistir a las Eucaristías en vuestras comunidades parroquiales.

En la oración colecta, tomada del sacramentario Gelasiano, hemos pedido al Señor: «Al celebrar un año más la santa Cuaresma concédenos, Dios todopoderoso, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo, y vivirlo en su plenitud». Ésta es la meta de todo cristiano: conocer cada vez mejor el misterio pascual de Cristo y vivirlo hasta que llegue a la vida eterna.

En el ofertorio pediremos a Dios: «Te rogamos, Señor, que nos prepares dignamente para ofrecer este sacrificio con el que inauguramos la celebración de la Pascua». Nos unimos al sacrificio de Cristo en la cruz, ofreciéndonos nosotros mismos con Él. La Eucaristía es la celebración del misterio pascual, que nos salva, nos transforma y nos diviniza.

4. El evangelio de hoy nos ha presentado las tentaciones de Jesús en el desierto, después de ayunar cuarenta días: «Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo» (Lc 4, 1-2). Las tentaciones acompañaron a Jesús no solo en los días de desierto, sino también durante toda su vida pública hasta la cruz, hasta la oración del huerto (cf. Mt 26, 36-42).

Queridos hermanos, hemos de considerar como un gran gozo el estar rodeados por toda clase de pruebas, sabiendo que la calidad probada de vuestra fe produce la paciencia en el sufrimiento (cf. St 1, 1-3).

En un mundo como el nuestro hay que volver de nuevo la mirada a Jesucristo, el Hombre perfecto, el Maestro, el sumo Sacerdote, probado en todo como nosotros menos en el pecado (cf. Hb 4, 15).

No os apuréis si seguís siendo tentados incluso después de ser bautizados. Una religiosa decía que se encontraba muy mal, porque seguía teniendo las mismas tentaciones que antes de profesar. Ni el bautismo ni la profesión religiosa nos ahorran las tentaciones. Eso no debe turbar nuestro ánimo; también Cristo fue tentado durante su vida pública en muchas ocasiones, por parte de los judíos, de sus discípulos, de las autoridades.

San Agustín escribía en su comentario al Salmo 60: «Nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones… Reconócete a ti mismo tentado en Cristo, y reconócete también vencedor en él. Podía haber evitado al diablo; pero, si no hubiese sido tentado, no te habría aleccionado para la victoria cuando tú fueras tentado». La tentación, pues, es condición para la victoria; no hay victoria sin tentaciones. Cristo venció la tentación, el pecado y la muerte; y en Él vencemos nosotros cuando somos tentados. Pero cuidado, porque no vencemos con nuestras fuerzas ante la tentación. Hay un proverbio que dice: «La mejor victoria es una huida».

5. Hoy celebramos la Campaña de «Manos Unidas». Su historia se remonta a un grupo de mujeres valientes de Acción Católica, que decidieron hace más de cincuenta años plantar cara al hambre; le declararon la guerra al hambre. Hicieron la primera colecta a nivel nacional, para paliar muchas necesidades.

Esta acción se concretó en «Manos Unidas» como institución eclesial, que trabaja en proyectos para personas muy pobres de países del tercer mundo. La colecta de hoy se destinará
para esta campaña.

Deseo comunicaros también que el próximo domingo, día 21 de febrero, haremos un gesto diocesano en el marco del Jubileo extraordinario de la Misericordia, al que nos ha convocado el papa Francisco. Todos haremos un gesto por los enfermos: rezando por ellos, visitándoles o cuidándoles. ¡Unámonos todos a este gesto diocesano!

6. A continuación, os voy a regalar el libro de los Evangelios. Sugiero a todos, pero en particular a los catecúmenos, que leamos el evangelio de san Lucas, puesto que estamos en el ciclo litúrgico «C», en el que se lee de modo especial este evangelio. Podemos hacerlo desde hoy hasta antes de vuestro bautismo; es decir, hasta antes de la Vigilia pascual. Os acompañaré en la lectura del evangelio; cuando leamos y meditemos esas páginas pensemos que estamos todos haciendo lo mismo.

Pidamos al Señor por los catecúmenos; y, como dice la oración de «postcomunión», para que nos haga sentir hambre de Cristo, pan vivo y verdadero, y nos enseñe a vivir constantemente de toda palabra que sale de su boca. Amén.

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