Profetas que enardecen

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la celebración de ordenaciones de presbíteros en la Catedral de Málaga, el 12 de diciembre de 2020.

ORDENACIÓN DE PRESBÍTEROS

(Catedral-Málaga, 12 diciembre 2020)

Lecturas: Eclo 48,1-4.9-11; Sal 79,2-315-16.18-19; Mt 17,10-13.

Profetas que enardecen

1.- La liturgia de hoy nos ofrece la figura de Elías, el profeta que luchó por la pureza de la fe y la fidelidad del pueblo de Israel al Dios de la alianza. Por llevar a cabo su misión fue perseguido a muerte.

Los tiempos que le tocó vivir no fueron fáciles para los israelitas piadosos, fieles a la fe en el Dios vivo y verdadero. Multitud de falsos dioses llenaban los templos oficiales y muchos falsos profetas, apoyados por la autoridad, ocupaban cargos de responsabilidad en las estructuras sociales.

El pueblo, bajo la égida de estas directrices socio-religiosas, ofrecía culto a dioses que nada tenían que ver con el Dios de Israel, que les había salvado de la esclavitud y les había regalado la tierra que mana leche y miel (cf. Ex 13,5).

2.- En esas circunstancias «surgió el profeta Elías como un fuego, su palabra quemaba como antorcha» (Eclo 48,1). Su celo por el Señor le quemaba las entrañas y le enardecía el corazón.

Su palabra, su fe y su oración eran capaces de cerrar el cielo para que no lloviese y hacer caer fuego a la tierra (cf. Eclo 48,3).

Su misión queda reflejada en estas palabras: «Tú fuiste designado para reprochar los tiempos futuros, para aplacar la ira antes de que estallara, para reconciliar a los padres con los hijos y restablecer las tribus de Jacob» (Eclo 48,10). ¡Una hermosa tarea!

3.- Queridos David y Fernando, vais a recibir la ordenación presbiteral y diaconal, respectivamente.

La misión del diácono sobre todo es “servir” en la proclamación de la Palabra y en la caridad hacia los más necesitados. La tarea del presbítero es pastorear, al estilo del Buen Pastor, en el triple “munus” sacerdotal de enseñanza, gobierno y santificación.

El Señor os llama a la misión de ser profetas y pastores, como Elías y como Jesús. Como Buen Pastor, el Señor nos enseña a cuidar el rebaño confiado a vosotros con la alegría de encontrar la oveja perdida (cf. Lc 15,4-6); a vendar las heridas de nuestro pueblo, como el buen samaritano (cf. Lc 10,33-35); a reconciliar al hijo con su padre misericordioso (cf. Lc 15,20); a servir con delicadeza y ternura como las hermanas Marta y María en Betania (cf. Jn 12,1-3). Y hacer como otros muchos personajes del evangelio que sirven al Reino.

Como dice el papa Francisco: “Que sean las manos llagadas del Resucitado las que consuelen nuestras tristezas, pongan de pie nuestra esperanza y nos impulsen a buscar el Reino de Dios más allá de nuestros refugios convencionales” (Carta del Papa a los sacerdotes de la Diócesis de Roma. San Juan de Letrán-Roma, 31 mayo 2020). ¡Intentad vivir así vuestro ministerio!

4.- Cuando los discípulos preguntan a Jesús por el regreso del profeta Elías, responde refiriéndose a Juan Bautista: «Os digo que Elías ya ha venido y no lo reconocieron, sino que han hecho con él lo que han querido» (Mt 17,12). Los profetas de Israel suelen ser maltratados por las autoridades y por el pueblo, porque su profecía denuncia las injusticias y defiende a los más vulnerables y pobres. Esta actitud contra los profetas ha ocurrido en toda la historia hasta nuestros días.

Las palabras proféticas se clavan como flecha bruñida (cf. Is 49,2) y como espada afilada (cf. Ez 21,14) en el corazón de los oyentes. Son palabras que anuncian y proclaman la bondad de Dios, pero denuncian las injusticias y maldades de los hombres.

Ayer mismo los obispos españoles hemos denunciado la ley sobre la mal llamada “Eutanasia”, que se votará en el Congreso de Diputados el próximo día 17 de diciembre, y que va contra la vida humana. La denuncia profética no gusta a los legisladores.

A Jesús de Nazaret también le ardía el corazón por anunciar al Reino de Dios entre los hombres: «He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!» (Lc 12,49). Existe una cierta similitud entre Elías, el profeta del fuego, y Jesús.

También él, como profeta, fue rechazado por su pueblo y por las autoridades, sabiendo que lo iban a condenar a muerte, según sus mismas palabras: «Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos» (Mt 17,12). Pero con su muerte y resurrección nos trajo la victoria sobre el pecado y sobre la misma muerte.

5.- Queridos ordenandos, imitad a Jesucristo; contemplad al Pastor, al Sacerdote, al Profeta, al Maestro, para imitarle, seguirle y continuar su obra en el tiempo, en este siglo XXI que nos toca vivir. Él os invita hoy a ser sus discípulos en el ministerio diaconal y sacerdotal.

Sed fieles, como Elías, a la misión que el Señor hoy os encomienda. Enardeced el corazón de vuestros contemporáneos. Buscad la pureza de la fe en el Dios verdadero, desechando los falsos ídolos que nuestra sociedad nos presenta de manera engañosa, prometiendo felicidad, pero dejando vacío el corazón.

Sed profetas de la verdad revelada de Dios y de la visión cristiana del hombre, sin concesiones a ideologías o modas de turno; no os calléis por miedo o por miras humanas; no os avergoncéis nunca del Evangelio de Jesucristo. Esto va por todos los cristianos. Vivid, queridos ordenandos, la comunión sincera con la Iglesia en sintonía con vuestros pastores (obispo, obispos y papa), tanto en lo doctrinal como en lo disciplinar.

En una época como la nuestra en la que se niega o se prescinde de la existencia de Dios, se arrincona la presencia religiosa en la vida pública y se intenta imponer una visión errada y falsa del ser humano, es necesario el servicio del profeta de Dios, del pregonero del Evangelio, del defensor de los derechos humanos, tantas veces pisoteados. Esa es vuestra gran e importante misión, que la Iglesia os confía hoy; o mejor, el Buen Pastor, Jesucristo, os confía a través de la Iglesia.

Con el salmista nos dirigimos al Señor para pedirle que dirija su mirada sobre nosotros y que nos ayude a cuidar de su viña: «Dios del universo, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña» (Sal 79,15). Esta viña está siendo pisoteada y destrozada; pero Tú, Señor, eres el dueño de la viña; manda obreros a tu mies, que cultiven esta viña tuya.

Pedimos a Jesucristo, Buen Pastor, Profeta y Maestro, que fortalezca con su gracia a nuestros hermanos David y Fernando, llamados al presbiterado y al diaconado, respectivamente; que los ilumine con la luz del Espíritu Santo para que ésta resplandezca en nuestra sociedad.

Santa María de la Victoria sea vuestra intercesora, junto con todos los santos a quienes vamos a pedir su intercesión ahora en la Letanía; y que os acompañen en el camino de servicio y de pastoreo que emprendéis hoy. Amén.

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