Pastoral de conjunto y la Acción Católica General

Carta pastoral del obispo de Málaga, Jesús Catalá, sobre la pastoral de conjunto y la Acción Católica General, titulada «Remando juntos».

I. INTRODUCCIÓN

1. Testimonios de vida santa en la Iglesia malacitana

La vida y la misión de la Iglesia tienen en este bello rincón del Mediterráneo una historia llena de entrega generosa y de notables manifestaciones de fe. Aún están frescas en esta tierra bendita las huellas de personas verdaderamente santas, que han servido al Reino de Dios sembrando de esperanza y amor nuestra historia y que han adornado nuestra Iglesia diocesana con testimonios de auténtica vida cristiana. Damos gracias a Dios por la reciente canonización de mi antecesor en la sede malacitana, San Manuel González, quien supo afrontar con audacia y acierto los retos que su época planteaba a la evangelización, a la formación de sacerdotes y a las necesidades de tanta gente sin recursos. Él preparó a nuestra Iglesia para dar un testimonio de fe hasta con derramamiento de sangre. En el presente año se abrirán en nuestra Diócesis tres causas de beatificación por martirio de sacerdotes, religiosos y laicos.

Todos tenemos el deber y el gozo de recordar los testimonios de aquellos que han sido declarados beatos. Recordamos, en primer lugar, al cardenal Marcelo Spínola y Maestre, obispo de Málaga entre 1886-1895 y beatificado por el papa Juan Pablo II. Junto a los mártires reconocidos de la persecución religiosa del pasado siglo (Enrique Vidaurreta, Juan Duarte y tantos otros), son memorables los signos de la misericordia de Dios reflejados en las vidas de Juan Nepomuceno Zegrí, la Madre Petra de San José, la Madre Carmen del Niño Jesús, Fray Leopoldo de Alpandeire y las muchas virtudes de los siervos de Dios Cardenal Ángel Herrera Oria, Doctor José Gálvez Ginachero y el Padre Tiburcio Arnáiz.

Podemos también afirmar que, en los últimos decenios y bajo el impulso que el Espíritu dio a su Iglesia a través del Concilio Vaticano II, nuestra Diócesis ha estado llena de entrañables y vigorosos testimonios de vida cristiana y de ardor apostólico por parte de sacerdotes, personas consagradas y, sobre todo, por tantos laicos, cuya entrega a la Iglesia es bien conocida y recordada. Estos ejemplos de vida son patrimonio de todos los católicos malagueños. Tenemos motivos para estar sanamente orgullosos de pertenecer a una Iglesia en la que ha brillado de este modo la luz de Jesucristo.

2. Suscitar, fortalecer y transmitir la fe hoy

Una Iglesia de santos es signo de la presencia viva del Evangelio, prolongada durante siglos y tiene que ser estímulo para la misión que nos corresponde hacer en nuestro tiempo, de modo que los frutos de la fe, la esperanza y la caridad sigan multiplicándose también hoy.

Todos somos conscientes de las dificultades que la fe tiene en nuestros días para arraigar en los corazones de nuestros contemporáneos, cuando se verifica una especie de fisura en la transmisión de las creencias, en la familia, en la parroquia, en la escuela y en otros ámbitos. Esto, lejos de desanimarnos, nos mueve a hacernos más responsables de nuestra fe y a tomarnos más en serio el mandato misionero, por el cual el Señor sigue llamándonos a salir y anunciar el Evangelio (cf. Mt 28, 19); es necesario seguir suscitando la fe en los no creyentes y alejados. No es el momento para encerrarnos cómodamente en nuestras costumbres adquiridas de tanto tiempo, limitándonos a hacer lo de siempre, de la misma forma de siempre, sin hacer una conversión pastoral, a la que nos invita el papa Francisco; y sin atrevernos a salir a las periferias. Es tiempo de verter el vino nuevo en odres nuevos (cf. Mt 9,17). La llamada del Señor en nuestro tiempo resuena de nuevo con toda su fuerza, para llegar a hacer de nuestra Iglesia una verdadera comunidad evangelizadora.

Cada uno de los bautizados, cada parroquia, cada comunidad, asociación, institución religiosa, debe disponerse a acoger esta llamada, que nos congrega y nos envía a dar testimonio a todos de la alegría del Evangelio. Llega la hora de poner a nuestra Iglesia “en estado de misión permanente”. El papa Francisco, en su exhortación Evangelii gaudium −cuya recepción ha constituido una de las prioridades para nuestra Diócesis en los últimos años−, nos anima:

“Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo. […] Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida”.

El encuentro con Cristo es la fuente permanente de la alegría que la Iglesia ha sido enviada a comunicar a todos los hombres. En esto consiste su misión, constantemente alentada por el Espíritu del Señor Resucitado. En nuestro tiempo, esta misión se ha vuelto especialmente urgente, cuando la tristeza adquiere nuevos rostros en los hombres y mujeres de hoy, llenando sus corazones de una oscuridad que solo Cristo puede disipar.

Con todo, debemos saber que la transmisión de la fe no depende única ni principalmente de las estrategias pastorales. Comunicar la fe es siempre un acontecimiento que se sustenta en la iniciativa de la gracia, ya que es Dios quien “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tm 2,4). A nosotros como evangelizadores nos corresponde, impulsados por el amor de Cristo (cf. 2Co 5,14; 1Jn 4,9- 10), provocar que las cuestiones que verdaderamente importan se abran lugar en el corazón y en la mente de nuestros contemporáneos. Ante todo, con la cercanía a las personas en sus necesidades concretas, con el testimonio de la misericordia y de una vida según el espíritu de las bienaventuranzas. A partir de ahí, los cristianos, tanto individualmente como de forma comunitaria, debemos facilitar espacios para el encuentro, ofrecer con paciencia las mediaciones, estar disponibles para el diálogo, anunciar con palabras comprensibles el núcleo del Evangelio, orar insistentemente. De este modo, podemos esperar que las personas puedan empezar a responder a la gracia divina que solicita sus corazones y que, con una disposición colaborativa, puedan iniciar procesos que les conduzcan a conocer mejor la fe cristiana, celebrar los sacramentos, vivir la vida nueva, abrirse al misterio de la oración y descubrir paulatinamente su lugar y su responsabilidad en la comunidad cristiana, así como su compromiso en medio de la sociedad.

3. Los destinatarios de esta Carta

La presente Carta pastoral se dirige, principalmente, a todos aquellos que trabajan en la acción evangelizadora y que se dedican a la transmisión de la fe, a través de los cauces que para ello dispone la Diócesis, principalmente en el seno de las parroquias.

En primer lugar, a los sacerdotes, a quienes animamos a asumir este proyecto como un objetivo en la tarea pastoral.

Se dirige también a quienes tienen alguna responsabilidad pastoral en nuestra Diócesis, a través de cualquier institución, asociación o movimiento eclesial, en el servicio del anuncio, la catequesis y la formación cristiana de niños, adolescentes, jóvenes y adultos.

Tenemos la esperanza de dar pasos hacia una nueva etapa evangelizadora.
Sintiéndonos humildes “colaboradores en el campo de Dios” (cf. 1Co 3,9), podemos converger en unos criterios y unas pautas comunes, que nos ayuden a todos a remar en la misma dirección, cuando el Señor nos está pidiendo “remar mar adentro” (cf. Lc 5,4) y “pasar a la otra orilla” (cf. Lc 8,22), donde tantos hermanos esperan una luz de verdad y de esperanza.

4. Objetivos de esta reflexión

Para abordar este reto, tan amplio y de tanta importancia para el presente y el futuro de nuestra Iglesia en Málaga, debemos fijar la atención en varios aspectos.

En primer lugar, haciendo memoria agradecida y responsable de nuestra historia reciente de evangelización en Málaga y repasando algunos hitos, que manifiestan los intentos de responder con fidelidad a la llamada que el Señor nos hace y que conforman una ya larga experiencia de búsqueda pastoral, queremos potenciar los procesos de fe.

En segundo lugar, esta búsqueda se ve impulsada en nuestra época por la insistente llamada que el Señor está haciendo a su Iglesia a una “conversión pastoral”. Ese es el marco propio de un discernimiento que nos lleva a subrayar la necesidad de avanzar hacia una unidad de misión más visible y efectiva, asunto que nos ocupa en la presente reflexión pastoral.

Esta opción por la unidad de misión se asienta en la Palabra de Dios y en orientaciones concretas del Magisterio reciente, que ofrecen un fundamento sólido para apostar por una pastoral diocesana “de conjunto” en lo que concierne a la transmisión de la fe y la formación cristiana de los fieles.

Finalmente, al servicio de este proyecto deseamos proponer y fomentar la Acción Católica General como instrumento formativo y asociativo para el laicado en nuestra Diócesis.

5. Remando juntos mar adentro

El papa Juan Pablo II nos dejó un “programa” ante el paso del segundo al tercer milenio. Nos invitó a contemplar a Cristo, Salvador único de la humanidad y a «remar mar adentro»: “Contemplar el rostro de Cristo, y contemplarlo con María, es el «programa» que he indicado a la Iglesia en el alba del tercer milenio, invitándola a remar mar adentro en las aguas de la historia con el entusiasmo de la nueva evangelización”.

Se nos invita también hoy a nosotros que contemplemos a Cristo para pescar, como los primeros discípulos del Señor (cf. Lc 5,4), que confiaron en su palabra, echaron las redes y recogieron una cantidad enorme de peces (cf. Lc 5,6).

Para remar juntos mar adentro es necesario que todos lo hagamos en la misma dirección, uniendo fuerzas de forma coordinada. No es posible avanzar si las fuerzas se contraponen y se anulan. Esta idea-clave es la que da el título a la presente Carta pastoral. No debemos remar en contra del viento; hemos de dejarnos llevar por la fuerza del Espíritu Santo que sopla en las velas de la Iglesia, conduciéndola a su destino, cruzando altos mares, en ocasiones agitados y tenebrosos. No debemos remar dando vueltas en el mismo lugar, en torno a nosotros mismos, como si fuéramos el punto de referencia. El papa Francisco nos anima a abandonar la “autorreferencialidad”9. Tampoco debemos remar sin avanzar, alejándonos del objetivo y perdiendo el rumbo. Nuestro punto de referencia es Cristo, a quien hemos de contemplar, confiar en él y aceptarlo como Señor y Maestro nuestro (cf. Mt 23,8-10).

Carta pastoral «Remando juntos» completa aquí

Contenido relacionado

Enlaces de interés