Pablo de Tarso, alcanzado por Cristo Jesús

Carta pastoral del Obispo de Málaga, D. Antonio Dorado. El domingo 29 de junio, fiesta de los Apóstoles san Pedro y san Pablo, tendrá lugar la apertura del Año Jubilar dedicado a san Pablo, del Año Paulino. A cuantos podáis acudir a la Catedral, os espero para celebrar la santa misa que presidiré a las 12 de la mañana.

Además, invito a todas las parroquias y comunidades de nuestra diócesis a unirse al Papa y a tener presentes sus intenciones especialmente en la Eucaristía de esta festividad. BIMILENARIO DE SU NACIMIENTO Según los historiadores, Pablo nació en torno al año 10 después de Jesucristo, y al celebrar el segundo milenio de su nacimiento, Benedicto XVI desea que conozcamos más a fondo a esta gran figura de la Iglesia, “el personaje de los orígenes del que tenemos más información”, después de Jesús.

Nacido fuera de Palestina, en la ciudad de Tarso, tenía el privilegio de ser un “ciudadano romano” y se educó en Jerusalén, a los pies de Gamaliel, un eminente rabino de la época. Como judío celoso de su fe y amante de sus tradiciones, no entendía a los seguidores del Nazareno, que ponían como centro de su vida y sus creencias a Jesucristo muerto y resucitado. Por eso, se dedicó a perseguirlos, hasta un día en que iba camino de Damasco y, según sus mismas palabras, fue “alcanzado por Cristo Jesús” (Flp 3,12). La experiencia de este encuentro fue tan profunda y desconcertante que dirá, años más tarde, que es como morir y resucitar; como encontrar una vida deslumbrante y nueva.

Además de ayudarnos a conocer a esta figura tan importante de la Iglesia, el Año Paulino nos enseñará a profundizar en la fe viva; esa fe que nos hace justos, nos transforma y nos injerta en Jesucristo, de manera que vivamos en adelante para Dios y para los demás. Es la fe que capacita para amar, con ese amor tan atractivo que él inculcaba a los cristianos de Corinto (1Co 13, 4-7), y que es el fundamento de todo comportamiento evangélico. A su luz, descubrimos que Jesús de Nazareth es no sólo un Maestro y un Modelo, sino también el Salvador, que nos libera de todo lo que impide amar. Gracias a esta fe, los sacramentos de la Iglesia nos introducen en el Misterio de la Santa Trinidad y nos hacen partícipes de la vida divina y del amor de Dios al hombre.

La plenitud humana que encontró mediante la fe en Jesucristo es la fuerza secreta que le llevó a proclamar el Evangelio por todo el mundo conocido, en medio de dificultades y todo tipo de sufrimientos. Se sabía llamado por Jesucristo para anunciar el Evangelio, para ser “apóstol por vocación” (cf Rm 1,1); y aunque era consciente de su debilidad y de que llevaba un tesoro en una vasija de barro, Pablo había verificado en su historia personal que la fuerza que le sostenía y le impulsaba a evangelizar procedía de Dios (2Co 4, 7-8), porque “el Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios; y si hijos, también herederos” (Rm 8, 16-17).

En los orígenes de la Iglesia, cuando el Espíritu configuraba la vida y el estilo de las nuevas comunidades, Pablo nos enseña a ser Iglesia de Jesucristo. Sobre la base de la Eucaristía, expresión del amor entre los hermanos (1Co 11, 17-27), alienta la participación, la pluralidad de ministerios y el valor de las diferencias, que no rompen la comunión sino que la hacen posible (1Co 12). Son otras tantas directrices que tienen enorme actualidad para los cristianos de hoy: el protagonismo de los bautizados, el desarrollo de los diversos ministerios y la comunión, que alcanza su cumbre en la Eucaristía. De ahí que nos hayamos propuesto insertar este Año Paulino en el Plan Pastoral para el próximo curso y tengamos presente, como nos ha dicho Benedicto XVI, la dimensión ecuménica de este Año Jubilar. Una gracia de Dios que nos puede enriquecer si nos abrimos a su llamada.

+ Antonio Dorado Soto
Obispo de Málaga

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