Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga el 27 de junio de 2015, en la ordenación de presbíteros, en la Catedral de Málaga.
Lecturas: Gn 18, 1-15; Sal (Lc 1, 46-50.53-55); 2 Co 4, 1-2.5-7; Mt 8, 5-17.
La confianza en Dios lleva a la fecundidad
1. En el texto del libro del Génesis, que hemos escuchado, se relata la aparición de unos hombres de Dios a Abrahán junto a la encina de Mambré (cf. Gn 18, 1-2). Abrahán los acoge en su casa y les ofrece su hospitalidad (cf. Gn 18, 3-6).
Los mensajeros de Dios traen buenas noticias: la mujer de Abrahán quedará fecunda y tendrá un hijo (cf. Gn 18, 10), a pesar de la avanzada edad de ambos (cf. Gn 18, 11). Para Dios nada hay imposible; Sara y Abrahán gozarán de un hijo de sus entrañas por haberse fiado del Señor.
La inutilidad de nuestras vidas puede convertirse en fecundo amor, gracias a la acción de Dios. El desencanto en nuestro ministerio sacerdotal, queridos presbíteros y diáconos, puede convertirse en generoso servicio pastoral, si dejamos actuar a Dios y reavivamos el don recibido en el sacramento del orden y nuestra relación personal con Dios mediante la oración.
Santa Teresa de Ávila nos recuerda: «No hagamos torres sin fundamento, que el Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen; y como hagamos lo que pudiéremos, hará Su Majestad que vayamos pudiendo cada día más y más» (Teresa de Ávila, Moradas, Séptima, 15).
2. Para todos nosotros la actitud de Sara y de Abrahán es modelo y acicate. ¡Cuántas veces confiamos más en nuestras propias fuerzas que en el Señor! ¡Cuántas veces ponemos nuestra confianza más en nuestros medios y en nuestros métodos que en la acción del Espíritu Santo! ¡Cuántas veces nos fiamos más de nuestra pericia que de la pedagogía divina! ¡Y cuántas veces, queridos hermanos, fracasan nuestros planes y nuestros proyectos por no ponerlos en manos de Dios! Esta actitud es aplicable a todos los fieles: laicos, religiosos y sacerdotes.
Poner la confianza en Dios significa ponernos en sus manos providenciales de Padre; significa aceptar la acción de la trascendencia en lo inmanente; posponer éxitos inmediatos en favor de resultados a más largo plazo. ¡Cuánto nos cuesta hacer esto a todos!; vivimos en una sociedad que quiere resultados inmediatos y eficacia; pero en la vida de fe y en la vida de la Iglesia, el Señor tiene sus «tiempos», que no son los nuestros. Poner la confianza en Dios significa también vivir con una gran dosis de humildad y evitar el protagonismo humano.
El papa Francisco lo llama «descentrarse» y nos anima a ello. Ni la Iglesia, ni las comunidades cristianas, ni los pastores, ni los fieles podemos estar mirándonos a nosotros mismos y ser el centro de nuestras vidas. Hay que mirar a Cristo y a los hermanos, transportando el centro de atención hacia fuera de uno mismo.
3. ¿Estamos dispuestos a vivir de la providencia y a poner nuestra confianza en Dios?
Como Abrahán y Sara, a pesar de nuestras limitaciones y pobrezas, pongamos nuestra confianza en el Señor, que hará fecunda nuestra vida. La fecundidad en el ministerio sacerdotal va unida a la identificación con Cristo y a la fidelidad a la voluntad divina; no a la realización de mis propios proyectos. La Virgen María renunció a sus proyectos para acoger en cuerpo y alma el plan de Dios en su vida.
Queridos fieles, ¡poned vuestro corazón en el Señor! Es una recomendación que Jesús hace a sus discípulos: «Porque donde está tu tesoro, allí estará tu corazón» (Mt 6, 21).
Cuando Job experimentó en sus propias carnes la pérdida de sus bienes y la enfermedad, es decir, la pérdida de su proyecto de vida, aprendió a fiarse plenamente de Dios y exclamó: «El Todopoderoso será tu tesoro, será tu plata a montones. El Todopoderoso será tu delicia, mirarás a Dios confiado. Él escuchará tus súplicas y tú cumplirás tus votos. Tomarás decisiones con éxito, la luz iluminará tu camino. Podrás animar a los abatidos, el humilde tendrá un salvador» (Job 22, 25-29).
4. Queridos ordenandos, José-Miguel e Isidro, estas cortas frases de Job también son un plan de vida para vuestro ministerio. El Señor os va a regalar el don del ministerio sacerdotal. Vais a ser configurados con Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote (cf. Hb 3, 1; 4, 14), participando en su misión.
El apóstol Pablo, en su segunda carta a los Corintios, declara que en el ejercicio del ministerio hemos de mantenernos firmes y valientes: «Por esto, encargados de este ministerio por la misericordia obtenida, no nos acobardamos» (2 Co 4, 1). El encargo lo hemos recibido de Dios, por pura misericordia suya y sin mérito alguno de nuestra parte. Esto debe ser motivo de acción de gracias.
Al mismo tiempo hemos de ser muy fieles al mandado divino, sin falsear la Palabra de Dios y manifestando la verdad (cf. 2 Co 4, 2), porque, como dice el apóstol Pablo: «no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús» (2 Co 4, 5).
El objeto de nuestra predicación es la Persona de Jesucristo. Nuestra tarea es llevar a los fieles ante el Señor, para que ellos hagan experiencia de fe y de amor; para que ellos se encuentren con Cristo. No podemos atraerles a nuestras para que nos quieran; ese no es el objetivo de vuestra vida sacerdotal. Pero hemos de hacer como Juan el Bautista: Cristo debe crecer y nosotros menguar (cf. Jn 3, 30).
Y no olvidemos nunca que «llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros» (2 Co 4, 7).
5. El Ritual de la Ordenación nos invita a vivir lo que celebramos: «Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor». Hoy escucharéis estas palabras: ¡recordadlas siempre y no las olvidéis nunca! Conformad vuestra vida con el misterio de la cruz del Señor.
El papa Francisco decía recientemente a unos ordenandos: «Dispensad a todos la Palabra de Dios, que vosotros mismos habéis recibido con alegría. Leed y meditad asiduamente la Palabra del Señor para creer lo que habéis leído, enseñar lo que habéis aprendido en la fe y vivir lo que habéis enseñado (…). Y tened siempre ante vuestros ojos el ejemplo del Buen Pastor, que no vino a ser servido, sino a servir; no para permanecer en sus comodidades, sino para salir, buscar y salvar lo que estaba perdido» (Homilía en las ordenaciones de presbíteros y diáconos, Vaticano, 26 abril 2015). Es también un buen plan de vida.
Pedía también el Papa que las homilías no fueran aburridas y que llegaran al corazón de la gente, siendo el testimonio de vida el perfume de los sacerdotes.
6. Estimados ordenandos, vais a recibir el presbiterado en este Año Teresiano. Desearía que el ejemplo y la espiritualidad de Santa Teresa de Jesús impregnaran vuestra vida sacerdotal. Me gusta considerar el momento en que uno recibe el don del ministerio sacerdotal; este año es distinto de los anteriores y lo será de los siguientes. Sois ordenados en el Año Teresiano; algo os quiere decir el Señor con esto.
Cito un texto que ella escribió a sus monjas, pero que, puede ser aplicado a todos los fieles; y de modo especial nos puede ayudar a ejercer con humildad el ministerio sacerdotal: «Poned los ojos en el Crucificado y haráseos todo poco. Si Su Majestad nos mostró el amor con tan espantables obras y tormentos, ¿cómo queréis contentarle con sólo palabras? ¿Sabéis qué es ser espirituales de veras? Hacerse esclavos de Dios, a quien, señalados con su hierro que es el de la cruz, porque ya ellos le han dado su libertad, los pueda vender por esclavos de todo el mundo, como Él lo fue; que no les hace ningún agravio ni pequeña merced. Y si a esto no se determinan, no hayan miedo que aprovechen mucho, porque todo este edificio como h
e dicho es su cimiento humildad; y si no hay ésta muy de veras, aun por vuestro bien no querrá el Señor subirle muy alto, porque no dé todo en el suelo» (Teresa de Ávila, Moradas, Séptima, 8).
Atención a cómo edificamos (cf. 1 Co 3, 10-11): ¿sobre arena o sobre la roca que es Cristo? Lo edificado sobre roca se mantiene en pie a pesar de las lluvias, torrentes y vientos; lo edificado sobre arena se derrumba al primer cambio de viento (cf. Mt 7, 24-27).
7. Quiero agradecer a todos los que habéis tomado parte en el proceso de discernimiento vocacional de estos dos ordenandos: las familias, las parroquias, los sacerdotes que os han orientado y ayudado, los superiores del Seminario y profesores. Y también a todos aquellos fieles, que, de alguna manera, les habéis alentado y habéis rezado por ellos. He recibido varias cartas vuestras, cuya lectura me ha alegrado. ¡Seguid rezando por ellos; seguid estando cerca de ellos; seguid ayudándoles a ser santos sacerdotes!
A los presbíteros de nuestra Diócesis os pido que acojáis con fraternal afecto a los dos nuevos que hoy se incorporan. A partir de ahora son hermanos vuestros, gracias al don sacramental. ¡Tratadlos como verdaderos hermanos y procurad que mantengan el gozo en el ministerio! ¡No les arrebatéis la ilusión con comentarios ácidos, que corroen, o con actitudes displicentes, que desaniman! Acojámosles con verdadero amor fraterno.
Pedimos la intercesión de la Santa doctora de Ávila, para que nos ilumine con sus escritos y su vida. Y suplicamos a la Santísima Virgen de la Victoria, nuestra Patrona, que nos acompañe siempre y que cuide con maternal solicitud de estos dos hijos suyos, que van a recibir ahora el encargo del ministerio sacerdotal. Amén.