Oración ecuménica por refugiados e inmigrantes

Homilía del Obispo de Málaga en la Iglesia de San Felipe Neri-Málaga, el 15 enero de 2016.

Lecturas: Dt 26, 1-11; Sal 136; Mt 2, 13-23.

Acoger con entrañas de misericordia

1. Como hemos escuchado en el libro del Deuteronomio, el pueblo de Israel experimentó en su historia la emigración y la esclavitud: «Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí como emigrante, con pocas personas, pero allí se convirtió en un pueblo grande, fuerte y numeroso. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud» (Dt 26, 5-6).

El pueblo clamó a Dios «y el Señor escuchó nuestros gritos, miró nuestra indefensión, nuestra angustia y nuestra opresión. El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y prodigios» (Dt 26, 7-8).

Después pudo salir y peregrinar por tierras inhóspitas y hostiles. Su gran anhelo era alcanzar la tierra prometida, que mana leche y miel (cf. Dt 26, 9). El libro del Deuteronomio recuerda lo que tiene que hacer el pueblo cuando entre en la tierra que el Señor Dios le dará en heredad (cf. Dt 26, 1). El pueblo debe ser agradecido y ofrecer las primicias del fruto de la cosecha (cf. Dt 26, 2-4). El Señor no abandona nunca a sus fieles, a pesar de lo que nos toque soportar; esta es una convicción y una esperanza que hemos de tener siempre.

También Jesús, siendo infante, como hemos escuchado en el evangelio de Mateo, tuvo que emigrar con sus padres a Egipto, porque peligraba su vida (cf. Mt 2, 13). A la muerte del tirano, pudieron regresar los tres a su tierra (Mt 2, 19-21).

2. El Señor, queridos fieles, nos ha sacado también a nosotros de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios (cf. Rm 8, 21); nos ha sacado de las tinieblas a la luz de su Reino de amor y de paz.

Tantos hermanos nuestros desean poder gozar de libertad para celebrar y vivir sus creencias religiosas y su fe; para desarrollar sus capacidades humanas; para encontrar un trabajo digno, con el que poder vivir y crecer como persona.

Pero muchos no tienen esta oportunidad y se quedan atrapados en los lazos que la sociedad les tiende, en esclavitudes culturales y físicas. El papa Francisco ha sido muy explícito al respecto en su Mensaje para esta Jornada: «En nuestra época, los flujos migratorios están en continuo aumento en todas las áreas del planeta: refugiados y personas que escapan de su propia patria interpelan a cada uno y a las colectividades, desafiando el modo tradicional de vivir y, a veces, trastornando el horizonte cultural y social con el cual se confrontan. Cada vez con mayor frecuencia, las víctimas de la violencia y de la pobreza, abandonando sus tierras de origen, sufren el ultraje de los traficantes de personas humanas en el viaje hacia el sueño de un futuro mejor. Si después sobreviven a los abusos y a las adversidades, deben hacer cuentas con realidades donde se anidan sospechas y temores. Además, no es raro que se encuentren con falta de normas claras y que se puedan poner en práctica, que regulen la acogida y prevean vías de integración a corto y largo plazo, con atención a los derechos y a los deberes de todos» (Mensaje para la Jornada del emigrante y del refugiado, 2016).

3. Ante tantos inmigrantes y refugiados se nos pide que sepamos, como dice el lema de la Jornada, «acoger con entrañas de misericordia». No podemos quedarnos indiferentes o como meros espectadores ante tanto sufrimiento humano.

«Los emigrantes son nuestros hermanos y hermanas que buscan una vida mejor lejos de la pobreza, del hambre, de la explotación y de la injusta distribución de los recursos del planeta» (Papa Francisco, Mensaje para la Jornada del emigrante y del refugiado, 2016).

Acoger al otro es acoger a Dios: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40). El Señor promete el Reino a quienes acogen a los demás en su nombre. El día que nos presentemos ante el Señor, nos gustaría oír estas palabras: «Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25, 35-36).

«Cada uno de nosotros es responsable de su prójimo: somos custodios de nuestros hermanos y hermanas, donde quiera que vivan. El cuidar las buenas relaciones personales y la capacidad de superar prejuicios y miedos son ingredientes esenciales para cultivar la cultura del encuentro, donde se está dispuesto no sólo a dar, sino también a recibir de los otros. La hospitalidad, de hecho, vive del dar y del recibir» (Mensaje para la Jornada del emigrante y del refugiado, 2016).

Mientras haya un ser humano que necesite alimento, trabajo, ser acogido, no puedo quedar tranquilo.

4. En la oración ecuménica de esta tarde damos gracias a la Santísima Trinidad: al Padre, por habernos creado con toda nuestra diversidad y por el don de las razas y culturas. Damos al Hijo Jesucristo, por habernos reconciliado con Dios y entre nosotros por medio de su muerte y resurrección y habernos enseñado a respetar la dignidad de todos los seres humanos, como imagen de Dios. Y damos gracias Espíritu Santo por sus dones, por la fraternidad que genera en nuestras almas y por la solidaridad que nos inspira.

Y también pedimos a la Santa Trinidad que nos haga ser mejores hijos de Dios, mejores hermanos en el Hijo Jesucristo y entre todos los seres humanos y mejores servidores de los demás, acogiendo al hermano con entrañas de misericordia. ¡Que así lo vivamos y que así lo pidamos! Amén.

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