Homilía del obispo de Málaga, Mons. Jesús Catalá, en la Misa del Alba de la cofradía del Cautivo
(Parroquia San Pablo-Málaga, 8 abril 2017)
Lecturas: Ez 37, 21-28; Sal (Jr 31, 10-13); Jn 11, 45-57.
Cristo Cautivo: Redentor del hombre
1.- La celebración de la Misa del alba en este típico barrio malagueño de la Trinidad nos sitúa un año más ante la imagen de Jesús-Cautivo. Su contemplación debería tocar lo profundo de nuestras conciencias y renovar nuestro corazón.
Cristo, Redentor del mundo, como nos enseña el Concilio Vaticano II, ha penetrado, de modo único e irrepetible, en el misterio del hombre y ha entrado en su «corazón»: “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado (…); en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (Gaudium et spes, 22).
Cristo, imagen de Dios invisible (cf. Col 1,15), es el hombre perfecto, que ha devuelto a los hombres la semejanza divina, deformada por el primer pecado. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido con todo hombre: Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Como Cordero inocente nos reconcilió con Dios y con nosotros y nos liberó de la esclavitud del diablo y del pecado.
En Cristo, en Jesús-Cautivo cuya imagen contemplamos, se ilumina el enigma del dolor y de la muerte; podemos comprender nuestro dolor y nuestra muerte contemplándolo. Cristo, con su muerte, destruyó la muerte; y resucitando nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: ¡Abba, Padre! (cf. Gal 4,6).
2.- Querido cofrade malagueño y fiel devoto del Cautivo, estás ante la imagen de quien te ha salvado, de quien cura tus heridas, de quien perdona tus pecados, de quien te saca de la miseria humana, de quien te invita a vivir como Él vivió, de quien puede ofrecerte la verdadera felicidad y libertad, no sustitutos.
El cristiano, conformado con la imagen del Hijo, recibe las primicias del Espíritu (cf. Rm 8,23), que le capacitan para cumplir la ley nueva del amor. Por medio de este Espíritu, que es prenda de la herencia (Ef 1,14), se restaura internamente todo el hombre hasta que llegue la redención del cuerpo (Rm 8,23).
«Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros» (Rm 8,11).
No dejéis pasar la oportunidad de esta Semana Santa, queridos fieles, para apropiaros del gran don que Jesús-Cautivo nos hace al devolvernos la originalidad más auténtica de nuestro ser humano. Esta originalidad la hemos deformado y emborronado; la hemos destruido, pero Él nos la devuelve reconstruida y regenerada. ¡Vivid como hijos de Dios y hermanos entre nosotros! ¡Y resucitad con Él a una vida nueva: la del Espíritu!
3.- Cristo-Cautivo es «la cabeza» de la humanidad (cf. Ef 1,10.22; 4,25; Col 1,18), «de quien todo procede y para el cual somos nosotros» (1 Co 8,6); es «el camino y la verdad» (Jn 14,6); Él es «la resurrección y la vida» (Jn 11,25); es quien nos muestra al Padre (cf. Jn 14,9); es quien nos envía el Espíritu de la verdad como Abogado de nuestras almas (cf. Jn 16,7.13); en Él están escondidos «todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col 2,3). No busquemos la felicidad donde no se encuentra; no queremos encontrar el sentido de la vida humana en otros lugares; no vayamos tras unas luces, que no alumbran. Contemplemos a Jesús-Cautivo, que es quien alumbra, quien presenta la verdad, quien ofrece su vida, quien nos enseña el camino, porque es el Camino.
Con todos estos atributos y dones, ¿cómo no venir hoy a decirle que queremos estar con Él? Decirle que le amamos, en correspondencia a su amor; que queremos que sea el centro de nuestra vida; que deseamos que se adueñe de nuestro corazón, a veces tan egoísta e insensible ante el sufrimiento de los demás.
Jesús-Cautivo, ¡míranos a quienes acudimos a ti, para que nos llenes de tu amor, de tu perdón, de tu paz y de tu alegría! ¡Mira nuestras penas y sufrimientos y transfórmalos en gozo! ¡Mira nuestras debilidades de hombres pecadores y perdona nuestros pecados! ¡Mira nuestros anhelos de verdad y de bondad, y haz que se realicen según tu voluntad!
4.- La Iglesia no cesa de escuchar las palabras del Cautivo, quien, a pesar de estar maniatado, es la persona más libre de toda la humanidad. Cuando nos sintamos atados, esclavizados, manipulados, acorralados por tantas circunstancias internas y externas de la vida, acudamos con fe y esperanza a Jesucristo. Él nos ofrece la verdadera libertad. Con Él y en Él seremos siempre libres, capaces de superarlo todo: enfermedad, dolor, pecado, ataques, odios, rencores; incluso la muerte temporal, porque Él ha resucitado.
La vida de Cristo ilumina la existencia de todos los hombres, incluso de los que no están aún en condiciones de hacer una profesión de fe como Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Es su misma vida la que habla, su humanidad, su fidelidad a la verdad, su amor a todos; incluso habla su imagen, desfigurada por nuestros pecados y rebeldías. Habla también su muerte en cruz, expresión de la insondable profundidad de su amor hacia nosotros y de su sufrimiento por nosotros.
La imagen de Jesús Cautivo, el Señor de Málaga, que hoy contemplamos, ha protagonizado uno de los cuatro sellos que Correos ha editado con motivo de la Semana Santa de este año, presentado hace pocos días en el Salón de los Espejos del Ayuntamiento. ¡Querida cofradía del Cautivo, enhorabuena! ¡Málaga, enhorabuena! ¡Devotos del Cautivo, enhorabuena!
La Iglesia no cesa jamás de revivir su muerte en Cruz y su Resurrección, que constituyen el contenido de la vida cotidiana de la Iglesia. En efecto, por mandato del mismo Cristo, su Maestro, la Iglesia celebra incesantemente la Eucaristía desde la Resurrección del Señor, encontrando en ella la fuente de la vida y de la santidad, el signo eficaz de la gracia y de la reconciliación con Dios, la prenda de la vida eterna. La Iglesia vive el misterio de la redención, que es el principio fundamental de su vida y de su misión (cf. Juan Pablo II, Redemptor hominis, 7).
El apóstol Pablo nos dice: «Nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado» (1 Co 2,2). Esa debería ser también para nosotros la enseña de nuestra vida: Nunca me precié de otra cosa que creer en Jesús-Cautivo, redentor de la humanidad.
En esta mañana de primavera, queridos fieles, damos gracias a Dios por habernos regalado tan gran don en la persona de Jesucristo, que por nosotros se hizo “Cautivo”. Amén.