Miércoles de Ceniza

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía del Miércoles de Ceniza en la Catedral de Málaga.

MIÉRCOLES DE CENIZA

(Catedral-Málaga, 26 febrero 2020)

Lecturas: Jl 2,12-18; Sal 50,3-6.12-14.17; 2 Co 5,20 − 6,2; Mt 6,1-6.16-18.

La alegría de volver a Dios

1.- Iniciamos hoy la Cuaresma con la esperanza de aprovechar este tiempo favorable para regresar a la casa del buen Padre-Dios, que nos espera con los brazos abiertos para acogernos, y con el corazón lleno de misericordia para perdonar y olvidar nuestros extravíos de sus caminos. El regreso a la casa paterna produce alegría en nuestro corazón, porque Dios nos llena de su amor y de su paz.

La cuaresma es tiempo de mayor escucha de la Palabra de Dios y de conversión; tiempo de preparación al Bautismo para los catecúmenos y de memoria agradecida por parte de los bautizados, que ya recibimos la filiación divina, mediante las aguas bautismales, que nos limpiaron del pecado original y nos introdujeron en la vida de la Iglesia.

La cuaresma es tiempo de reconciliación con Dios y con los hermanos; tiempo de recurso más frecuente a las «armas de la penitencia cristiana»: la oración, el ayuno y la limosna (cf. Mt 6,1-6.16-18); tiempo de centrar más nuestra vida en los misterios de la pasión y muerte de Cristo.

En la exhortación apostólica Christus vivit el papa Francisco nos dice: «Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez» (n. 123).

2.- La Iglesia, con gran sentido pedagógico, nos exhorta a celebrar el rito litúrgico de la imposición de la Ceniza, que haremos a continuación. Con este gesto reconocemos la propia fragilidad y nuestra condición de pecadores, que necesita ser curada y redimida por la misericordia de Dios.

Es signo de la actitud de un corazón penitente, que está llamado a recorrer el itinerario cuaresmal; un camino de conversión, de renovación y de acercamiento a Dios, del que nos hemos alejado con nuestros pecados.

El profeta Joel nos invita a convertirnos al Señor «de todo corazón» (Jl 2, 12). Se trata de volver a poner a Dios en el centro de nuestra vida, renunciando a otros centros de interés, que nos han “descentrado” de lo importante y esencial. Volver a Dios, que es el centro de nuestra vida, nos proporciona alegría.

No consiste en realizar actos externos, que no tocan en profundidad a la persona. Como recuerda el profeta Joel: «Rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos; y convertíos al Señor vuestro Dios, un Dios compasivo y misericordioso» (Jl 2, 13). Consiste en renovar el fondo de nuestro corazón.

En el Salmo hemos pedido al Señor: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme» (Sal 50,12). Dejemos que el Señor nos conceda un corazón renovado, reconciliado y sanado.

3.- El camino hacia la Pascua nos invita a restaurar la figura de Cristo impresa en nuestros corazones en el bautismo, porque nuestros pecados emborronaron la imagen de Jesús. La cuaresma es tiempo favorable para limpiar el pecado que hay en nosotros y recuperar la imagen nítida del Señor en nuestros corazones.

Como nos ha recordado san Pablo: «Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación» (2 Co 6, 2). La Iglesia nos propone intensificar la oración, la limosna y el ayuno.

El tiempo cuaresmal es propicio para contemplar con mayor profundidad el misterio pascual en ambiente de oración. Como dice el papa Francisco en su Mensaje para esta Cuaresma: “La experiencia de la misericordia, efectivamente, es posible sólo en un «cara a cara» con el Señor crucificado y resucitado «que me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20). Un diálogo de corazón a corazón, de amigo a amigo. Por eso la oración es tan importante en el tiempo cuaresmal. Más que un deber, nos muestra la necesidad de corresponder al amor de Dios, que siempre nos precede y nos sostiene. De hecho, el cristiano reza con la conciencia de ser amado sin merecerlo. La oración puede asumir formas distintas, pero lo que verdaderamente cuenta a los ojos de Dios es que penetre dentro de nosotros, hasta llegar a tocar la dureza de nuestro corazón, para convertirlo cada vez más al Señor y a su voluntad” (n.2).

4.- La liturgia de este tiempo cuaresmal nos anima a una escucha más atenta de la Palabra de Dios. El creyente escucha con piedad sincera la Palabra divina, que es un elemento fundamental para el encuentro del hombre con Dios en clave de diálogo y de alianza. La vida según el Espíritu se recibe en la medida en que se hace espacio a la Palabra y se deja nacer el Verbo de Dios en el corazón humano.

“La Palabra de Dios ayuda a la vida de fe, no en cuanto expone primariamente un compendio de cuestiones doctrinales o una serie de principios éticos, sino en cuanto expresa fundamentalmente el amor de Dios, que invita al encuentro personal con él y manifiesta su inexpresable grandeza en el evento pascual. La Palabra de Dios propone un proyecto de salvación del Padre para cada persona y para cada pueblo. Ella interpela, exhorta, estimula a un camino de discipulado y de seguimiento, dispone a aceptar la acción transformadora del Espíritu, favorece ampliamente la fraternidad creando vínculos profundos, lleva a un empeño evangelizador” (cf. Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris de la XII Asamblea general ordinaria, 2008, 41).

5.- Pidamos al Señor que nos conceda una fructuosa penitencia cuaresmal intensificando la oración, el ayuno y la limosna. El papa Francisco nos recuerda la importancia de compartir los bienes “con los más necesitados mediante la limosna, como forma de participación personal en la construcción de un mundo más justo. Compartir con caridad hace al hombre más humano, mientras que acumular conlleva el riesgo de que se embrutezca, ya que se cierra en su propio egoísmo” (Mensaje Cuaresma 2020, 4).

En el Evangelio se nos dice que no practiquemos las cosas para ser vistos por los hombres (Mt 6,1). Cuando hagamos limosna, «que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,3-4).

Queridos hermanos, ¡que la Santísima Virgen María nos acompañe en este camino cuaresmal hacia la Pascua, que hoy iniciamos! Amén.

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