Mensaje del Obispo de Almería, D. Adolfo González Montes, con motivo de la Navidad.
La Navidad vuelve a llenarnos del gozo espiritual que trae consigo la celebración anual del nacimiento de Cristo. Un aniversario que ha marcado durante dos milenios el ritmo del tiempo hasta convertir la sucesión de los siglos posteriores a Cristo en era común de la humanidad. Sin embargo, sobre la tradición de fe cristiana que alienta las fiestas navideñas pesa el sombrío panorama de una sociedad que se ve amenazada por una ceguera inexplicable para apreciar los valores evangélicos y reconocer en ellos el progreso moral nunca superado por la humanidad.
La sociedad española, que tiene tras de sí una larga travesía cristiana en la historia, parece hallarse hoy en contradicción consigo misma. La Iglesia no pretende prolongar en el tiempo una sociedad confesionalmente cristiana, pero tiene derecho a exigir que se respeten los sentimientos católicos de la mayoría de los españoles. No se puede cambiar la trayectoria histórica de nuestra nación, ni tampoco ignorar deliberadamente la presencia social y cultural que el catolicismo mantiene entre nosotros. Los prejuicios contra la religión desfiguran la historia del cristianismo y descalifican a quienes los mantienen contra la realidad de los hechos. Hay quienes por principio niegan a los católicos el derecho que les asiste a servirse de su fuerza social y moral para que el orden legal, respetando los derechos de todos y el ejercicio legítimo de la democracia, se aproxime en lo posible al ideal humano que dimana del Evangelio.
En este sentido, es de lamentar la intolerancia de algunos sectores sociales que reivindican para sí mismos el derecho que niegan a otros a intervenir en los asuntos públicos, y se oponen a toda influencia del cristianismo sobre el ordenamiento legal del país. Al obrar de este modo se alejan de un modelo social de verdadera tolerancia y ponen en peligro la paz social. No dejaría de ser insoportable para la mayoría social cristiana del país un modelo de convivencia en la que todo tuviera cabida menos la tradición religiosa y cultural que ha identificado la trayectoria histórica de España en el mundo.
En el año que ahora acaba se ha hecho mayor la división de la sociedad, poniendo en peligro la pacífica convivencia de los españoles que juntos han atravesado momentos difíciles, que han sabido superar con generosidad, tolerancia y sincera voluntad de reconciliación. La memoria histórica no puede ser selectiva, ni tampoco se puede ignorar al hacer la crónica histórica que los hechos son vistos de modo bien distinto por unas personas y por otras. No hace mucho que los católicos españoles hemos celebrado con alegría y paz la elevación a los altares de hermanos que murieron sólo por seguir a Cristo. Fueron verdaderos mártires y, por eso, su sangre reconciliadora, unida a la de Cristo, es semilla de paz y de perdón y así lo entienden todas las personas de buena voluntad incluso no creyentes. Por eso, no es posible silenciar su memoria.
En una sociedad abierta y verdaderamente democrática no se puede imponer el laicismo como nuevo credo del Estado, ni el relativismo como ideología moral común que fuera preciso aceptar para ser aceptado en democracia. Si así se hiciera, se vería amenazada la libertad de pensamiento y de creencias. Por esta razón se ha de respetar el derecho de los padres y de las familias a elegir la educación de los hijos sin verse obligados a aceptar una visión del mundo contraria a sus principios religiosos y morales. Hemos de defender la familia y la procreación en su seno de la vida. La transmisión de la vida tiene su lugar propio dentro de una relación singular de amor entre el hombre y la mujer, que llega a ser comunión de personas y comunidad social, que un Estado de derecho tiene el deber de garantizar. Nada puede ser más contrario a la dignidad de la vida que la aniquilación de los seres más indefensos como son los seres humanos en estado embrionario y de crecimiento intrauterino. El aborto se ha convertido en una práctica abominable que una sociedad moralmente avanzada y no anestesiada tiene que combatir con fuerza.
Ni el aborto, ni la pena de muerte, ni la guerra, ni la tortura, ni las vejaciones de cualquier género cometidas contra la dignidad de la persona humana son admisibles en una sociedad verdaderamente consciente del valor trascendente del ser humano. En este sentido, nuestra mirada se abre a la suerte dolorosa de las víctimas de la violencia homicida que cada día nos vemos obligados a contemplar en los noticiarios de cada jornada. El retorno del terrorismo en España ha sembrado de dolor a las familias de las víctimas y a la sociedad española. Los Obispos hemos reiterado la enseñanza moral de la Iglesia sobre el terrorismo como conducta perversa. No existe causa alguna que pueda justificar por razones políticas acción tan criminal contraria a la dignidad de la persona y verdadera plaga social.
Por eso, al dirigir nuestra mirada más allá de nuestro país, hemos de lamentar un año más la persistente práctica del terror indiscriminado contra personas indefensas en Iraq, su extensión al Líbano y su crónica duración en Tierra Santa, geografía de un conflicto que no encuentra fin entre judíos y musulmanes. ¿Cómo no condenar la dura represión que padecen los cristianos del Oriente cercano y del Oriente medio? Hemos de defender los derechos de las minorías cristianas que viven en países de mayoría musulmana. Del mismo modo que defendemos los legítimos derechos de todos los palestinos, defendemos los derechos de los cristianos que se ven obligados a abandonar sus hogares, profesiones y pertenencias para emigrar de su propia patria, hostigados por la intolerancia y el odio religioso. Sólo la defensa unánime de los derechos de todos, sin discriminación religiosa de ningún género, hará fructífero el diálogo de las religiones que la Iglesia sinceramente alienta y promueve, sin abdicar de su propia fe en la revelación de Dios en Jesucristo como Salvador universal.
Al contemplar en estos días al Niño en brazos de María y al amparo de José en el portal de Belén, comprendemos que Dios es Amor que se revela al hombre en el abajamiento del Hijo de Dios hecho carne por nosotros, que sale a nuestro encuentro en la carne de Jesús y trae la salvación y la paz que ansía nuestro corazón.
Felicito muy de corazón a todos los diocesanos y a la comunidad católica de rito oriental, a nuestros hermanos ortodoxos que viven con nosotros. Felicito a todos cuantos quieran recibir nuestros mejores augurios de bienestar y felicidad que con todo afecto les ofrecemos los cristianos. Tengo muy presentes a cuantos sufren privaciones de diverso orden, en especial a los enfermos y a cuantos están lejos de sus hogares o carecen de trabajo. A todos deseo un venturoso Año nuevo, ya próximo. Que el Niño Dios bendiga a todos. ¡Feliz Navidad!
+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería
Almería, a 24 de diciembre de 2007