Homilía pronunciada por el obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la solemnidad de María Madre de Dios.
(Catedral-Málaga, 1 enero 2021)
Lecturas: Nm 6, 22-27; Sal 66, 2-8; Gal 4, 4-7; Lc 2, 16-21.
Solicitud maternal de María
1.- En la solemnidad litúrgica de “Santa María Madre de Dios” nos alegramos y damos gracias por su maternidad virginal. Cuando plugo a Dios, la Virgen María dio a luz al Salvador del mundo: «Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley» (Gal 4, 4).
El Hijo de Dios ha querido asumir la naturaleza humana encarnándose en el seno de una mujer, quien con delicada solicitud maternal lo ha acogido y cuidado.
“Madre de Dios” es el título principal y esencial de la Virgen María, que fundamenta todos los demás títulos marianos, y que le reconoció el Concilio de Éfeso (año 431). Así lo ha vivido y experimentado la fe del pueblo cristiano en su genuina y tierna devoción por la madre celestial.
San Pablo nos ha recordado que Jesucristo ha venido al mundo «para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial» (Gal 4, 5). Somos de Dios, quien ha «enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba, Padre!» (Gal 4, 6). Por eso también nosotros podemos llamar a Dios “Padre”.
2.- La Madre de Dios cuidó con solicitud maternal de su Hijo Jesús y cuida de nosotros con inmenso amor.
Como dice el Concilio Vaticano II la Virgen María continúa desempeñando su función maternal en el cielo: “Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia (…). Pues una vez asunta a los cielos no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación” (Lumen gentium, 62).
Los fieles la invocaron como Madre desde los tiempos más remotos de la Iglesia; y ahora es venerada también como “Madre de la Iglesia”.
La devoción filial a la Madre de Jesús no es un mero sentimiento piadoso, sino efecto de la profunda convicción de que Ella tiene amor de madre y solicitud por todos los hermanos de Cristo.
3.- Iniciar un Nuevo Año invita a renovar las esperanzas en un futuro mejor. Siempre nos deseamos lo mejor para el año entrante; aunque la realidad es dura y se impone muchas veces a nuestros deseos y proyectos; y no siempre se realiza lo que deseamos.
Aquí entran en conflicto nuestro deseo y la voluntad de Dios. Pero no olvidemos, queridos hermanos, que estamos en manos de Dios, que es el mejor Padre; y podemos fiarnos plenamente de su amor.
A pesar de las tinieblas que se ciernen sobre nosotros, a causa de nuestro pecado, tenemos confianza plena en la bondad y misericordia de Dios y en la solicitud maternal de María.
La presencia del Hijo de Dios entre los hombres es una luz inextinguible, que alumbra a todo hombre (cf. Jn 1,9) y un fuego purificador que sana las heridas.
Damos gracias a Dios por este nuevo Año que comienza, con la esperanza de vivir con mayor armonía y paz entre los hombres. En esta fiesta se nos invita a promover la fraternidad universal, como hijos de Dios y hermanos en Cristo, cuya Madre nos cuida con solicitud maternal a todos los hombres.
4.- Los cristianos tenemos la hermosa misión de acompañar fraternalmente a una humanidad herida. Nuestro compromiso de caridad debe animar a todas las fuerzas sociales a encontrar los caminos del bien común y de una vida mejor.
Pertenecemos a una Iglesia cuya misión es anunciar la salvación radical y profunda del ser humano. Y esa tarea se traduce en servicio, consuelo, aliento, fuerza que cura heridas, calor que deshace el hielo, agua que fecunda lo árido.
La humanidad, rota por tantas cosas y herida en su naturaleza, necesita ser “re-tejida” y curada. La Iglesia es “en Cristo como sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Gaudium et spes, 42). La Iglesia se hace hermana, compañera y servidora de una humanidad necesitada de sanación; es como una fuerza que fortalece la fragilidad, acompaña en la soledad, fecunda la aridez, esclarece la confusión, reanima la ilusión, supera la desesperación y ofrece esperanza de vida eterna. Este es un hermoso programa para todos nosotros.
5.- En este primer día del año la Iglesia celebra la Jornada por la Paz. El Papa en su Mensaje nos invita a promover “la cultura del cuidado como camino de paz”. Hemos de cuidar de las personas, de la naturaleza, de la creación. “Cuidar” es una tarea que se nos encarga.
La vida de Jesús resulta el punto culminante de la revelación del amor del Padre por la humanidad (cf. Jn 3,16). En la sinagoga de Nazaret se presentó como el ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, proclamar la liberación a los cautivos, dar vista a los ciegos y libertar a los oprimidos (cf. Lc 4,18).
“Estas acciones mesiánicas, típicas de los jubileos, constituyen el testimonio más elocuente de la misión que le confió el Padre. En su compasión, Cristo se acercaba a los enfermos del cuerpo y del espíritu y los curaba; perdonaba a los pecadores y les daba una vida nueva. Jesús era el Buen Pastor que cuidaba de las ovejas (cf. Jn 10,11-18; Ez 34,1-31); era el
Buen Samaritano que se inclinaba sobre el hombre herido, vendaba sus heridas y se ocupaba de él (cf. Lc 10,30-37)” (Mensaje para la Jornada de la Paz, 4. Vaticano, 8.12.2020).
Todas estas acciones son las que podemos realizar en este nuevo año, que el Señor nos regala. Podemos ser “presencia sanante” de Dios entre los hombres.
6.- Al inicio del nuevo año acogemos la bendición divina y damos gracias a Dios por la maternidad de la Virgen María, que cuida de nosotros como a verdaderos hijos.
Pedimos a Santa María, la Madre del Hijo de Dios y madre nuestra que cuide de nosotros y de todos los hombres con solicitud maternal.
Queridos hermanos, ¡que Dios os bendiga, os guarde, vuelva su rostro sobre vosotros, os conceda su paz y os llene de su gracia divina en este nuevo año 2021, que comenzamos hoy! ¡Feliz Año Nuevo! Amén.