María, Aurora de los nuevos tiempos

Homilía del Obispo de Málaga, Mons. Jesús Esteban Catalá Ibáñez, en la fiesta de Sta. María Victoria en la Catedral de Málaga

1. El libro del Génesis, cuya lectura hemos escuchado, nos ha recordado la transgresión de nuestros primeros padres al mandato divino en el paraíso terrenal (cf. Gn 3, 9-11) y las consecuencias que ello trajo a la humanidad, enemistando al tentador con el linaje humano (cf. Gn 3, 15) y comenzando una lucha, hasta el final de los tiempos, en la que saldrá definitivamente victorioso el hombre redimido por Cristo.

 

Con el pecado original el ser humano inició una etapa de alejamiento de Dios, rompiendo la armonía de la relación, que el Señor había entablado con el hombre y la mujer. Donde antes había confianza, ahora hay miedo (cf. Gn 3, 10); donde antes había transparencia y apertura, ahora hay vergüenza (cf. Gn 3, 10-11); donde antes había libertad, ahora hay esclavitud. El hombre huye de Dios y se esconde de Él; comienza, así, una larga noche de oscuridad y de tinieblas en la historia de la humanidad.  Pero Dios, siempre misericordioso y lleno de bondad, anuncia al hombre una promesa de salvación, que vendrá de la mano del linaje de una mujer (cf. Gn 3, 15).

 

2. Esta mujer, que engendró al Varón victorioso, es María. Ella participa de la gran gesta de su Hijo; por eso la llamamos Santa María de la Victoria. Hoy queremos honrar a la Virgen, por cuya maternidad ha sido engendrado el Autor de la vida y vencedor de la muerte.

 

Nos unimos hoy, en la fiesta de la Natividad de la Virgen María, a la alegría desbordante de toda la creación. La Iglesia entera festeja con gozo el nacimiento del santuario, que el Creador ha dispuesto para hospedar al Hijo de Dios; María es ese santuario.   Jesucristo ha superado los obstáculos, que separaban al hombre de Dios; ha restituido la relación personal y la comunión, perdida por el rechazo de los primeros padres del género humano; ha roto las cadenas que ataban a la humanidad, esclavizada por el pecado de Adán.

 

Jesucristo es el sol de justicia, que rompe las tinieblas de la larga noche de oscuridad y de pecado. Como dice San Andrés de Creta: “La sombra se retira ante la llegada de la luz, y la gracia sustituye a la letra de la ley por la libertad del espíritu. Precisamente la solemnidad de hoy (la natividad de la Virgen María) representa el tránsito de un régimen al otro, en cuanto que convierte en realidad lo que no era más que símbolo y figura, sustituyendo lo antiguo por lo nuevo” (Sermón1).   San Pablo nos invita a salir de esa noche de tinieblas: «La noche está avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz (Rm13, 12). El profeta Malaquías anunció el día de la victoria del Señor: día abrasador como un horno, en el que todos los arrogantes y los que cometen impiedad serán como paja; pero, para los que temen al Señor brillará el sol de justicia (cf. Mlq3, 19-20).

 

3. Queridos hijos de Málaga, queridos devotos de Santa María de Victoria, María es la Aurora de ese gran día, que anuncia la salvación cercana. El Cantar de los Cantaresmuestra a una bella mujer y se pregunta: «¿Quién es ésta que surge cual la aurora, bella como la luna, refulgente como el sol?» (Ct6, 10). Pocas mujeres, por no decir ninguna, ha habido así. Nosotros, con toda la Iglesia, respondemos: esa mujer es María, la Madre del Señor, Santa María de la Victoria.  En Ella, la “llena de gracia” (cf. Lc1, 28), se vislumbra al sol naciente, que llega desde oriente, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte (cf. Lc1, 79); para redimir a la humanidad cautiva; para guiar los pasos de todos los hombres por el camino de la paz.

 

4. La presencia de María, limpia de toda mancha de pecado, se hace una manifestación visible y solemne de la presencia de Dios; María es una epifanía del amor de Dios, una revelación del buen quehacer de Dios, que vence las tinieblas del pecado y de la muerte y es signo de esperanza para cada uno de nosotros.

 

Los cristianos profesamos y vivimos el misterio de la Virgen sin pecado como misterio de fe y de salvación. María es la primicia de la humanidad salvada, la aurora que anuncia el día de salvación. María es toda santa, hecha criatura nueva por el Espíritu y sumamente amada por Dios. Ella, al ser primicia de una realidad nueva en la historia, anuncia la presencia de tiempos nuevos; por eso la podemos llamar “Aurora de los tiempos nuevos”. ¿Queréis pertenecer a esta nueva etapa de la historia?

 

Queridos hermanos, ¡unámonos a la Aurora en la espera del nuevo día! ¡Vayamos de la mano de la Virgen María, para recibir al Sol radiante, que viene a iluminar el mundo y a sacarlo de las tinieblas (cf.  Jn 12, 46)!

 

5. Mirando a María, la humilde Virgen de Nazaret, en sus prerrogativas y virtudes, la vemos brillar ante nuestros ojos como la “nueva Eva”, la excelsa Hija de Sión, que se encuentra en el vértice del Antiguo Testamento y en la aurora del Nuevo, porque en ella se ha realizado la plenitud de los tiempos (cf. Pablo VI, Signum magnum, sobre la Beata Virgen María, 3 [13.V.1967]).   No pocos padres antiguos afirman en su predicación, como nos recuerda el Concilio Vaticano II: “El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe” (San Ireneo, Ad. haer. III, 22, 4); y comparándola con Eva, llaman a María «Madre de los vivientes» (San Epifanio, Haer. 78, 18)y afirman con mayor frecuencia: "La muerte vino por Eva; por María, la vida» (San Jerónimo,Epist. 22, 21; cf. San Agustín,Serm. 51, 2, 3)”(Lumen gentium, 56).

 

Los santos padres estiman a María como verdadera cooperadora a la salvación humana, por la libre fe y obediencia; y no solamente como un mero instrumento pasivo. Porque ella, como dice San Ireneo, “obedeciendo, fue causa de la salvación propia y de la del género humano entero” (Ad. haer. III, 22, 4).

 

6. Contemplando a María, queridos fieles, los cristianos encontramos el ejemplo de cómo llevar a cabo la misión, que Dios nos confía a cada uno de nosotros, realizándola con humildad y grandeza de ánimo, como María.

 

San Agustín nos recuerda que, en María, la Ig
lesia de Cristo tiene el mejor ejemplo de cómo recibir en nuestro espíritu al Verbo de Dios: “María fue más feliz por recibir la fe en Cristo, que por concebir la carne de Cristo. Por tanto, la consanguinidad materna no hubiera aprovechado a María, si Ella no se hubiera sentido más afortunada en hospedar a Cristo en su corazón, que en su seno” (Sermón215, 1). María hospedó a Cristo en su corazón y en su seno; Ella nos invita a hospedarlo en nuestro corazón.

 

Nos unimos hoy a tantas generaciones, que han contemplado a María, para aclamarla dichosa y feliz por haber creído (cf. Lc 1, 45). Nos unimos hoy al gozo de tantas generaciones de malagueños, que han proclamado a Santa María de la Victoria como Patrona, dando gracias a Dios por las maravillas, que ha obrado en María.

 

7. Como nos recuerda el Concilio Vaticano II, la Virgen María, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús; y, abrazando la voluntad salvífica de Dios con generoso corazón y sin impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la Persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la Redención con Él y bajo Él, por la gracia de Dios omnipotente (cf. Lumen gentium, 56).

 

Y en el bello prefacio de la solemnidad de la Inmaculada Concepción la Iglesia la alaba como Madre del Cordero sin mancha, inicio y figura de la Iglesia, Esposa sin arruga y sin mancha.  De esta manera aparece con claridad que María ha sido preservada del pecado original y en Ella permanece intacto el proyecto inicial de Dios y la futura suerte de la Iglesia, llamada a ser por siempre “santa e inmaculada en el amor”.

 

8. Demos gracias a Dios por las maravillas, que ha obrado en María y hagamos fructificar también en nosotros, queridos, malagueños, las innumerables gracias, que el Señor nos concede.

 

San Pablo, en su carta a los Efesios, nos ha recordado las innumerables bendiciones, que Dios otorga a sus hijos: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo» (Ef 1, 3). Por medio de su sangre «hemos obtenido la redención, el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia» (Ef 1, 7).

 

La Virgen María aceptó la propuesta del ángel, como hemos escuchado en el Evangelio de Lucas, y respondió «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38).

 

El Señor nos invita hoy a escuchar su Palabra y a aceptar su voluntad con prontitud y generosidad, como María.  Pidamos a Santa María de la Victoria aceptar, como Ella, la voluntad divina, y quedar iluminados por el Sol, que se ha encarnado en su seno. En compañía de María, aurora de tiempos nuevos, permitamos a ese Sol, que penetre en nuestras almas y las ilumine.

 

¡Salgamos de la noche, estimados hermanos, y huyamos de las tinieblas, dejando que la Luz de Dios nos ilumine y haga resplandecer su rostro sobre nosotros! (cf. Sal 67, 2). Que cada cual examine cómo salir de sus tinieblas y aceptar la luz de Jesucristo. Amén.

 

+ Jesús Esteban Catalá Ibáñez

Obispo de Málaga

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