El Obispo de Málaga, D. Antonio Dorado, denuncia tres problemas de la familia actual: aborto, divorcio express y violencia infantil. El domingo, día 30 de diciembre, celebramos los católicos la fiesta de la Sagrada Familia. Como sabéis, entendemos por familia la comunión de vida y de amor que tiene su origen en el matrimonio estable entre un hombre y una mujer, para engendrar y educar a los hijos y ayudarse entre sí. Es una jornada muy propicia para que los matrimonios celebren
sus bodas de plata y de oro; y para que todos revisemos en profundidad nuestra convivencia y demos gracias a Dios por la familia en general y por la nuestra, de modo particular.
Este año, dicha fiesta se va a celebrar sobre un fondo social oscuro y doloroso, que ha cobrado una dramática actualidad entre nosotros. Hay tres hechos particularmente graves que debemos denunciar con dureza y que nos exigen tomar las medidas posibles dentro de la legalidad vigente y alentar un cambio de leyes. El primero y más llamativo es el
hecho del aborto. Los recientes casos de clínicas abortistas cerradas después de años de actuación en Barcelona y en Madrid han provocado reacciones comprensibles entre los ciudadanos normales, que somos la mayoría. Pero estos auténticos infanticidios corren el riesgo de paliar el impacto grave de todo aborto, también de los que se practican en los
primeros días de gestación y que se presentan asépticamente como interrupción voluntaria del embarazo, para ocultar su triste realidad.
Los excesos que se han dado a conocer estos días, y que ahora escandalizan a casi todos, no pueden llevarnos a infravalorar la gravedad de todo tipo de aborto. Ante el hecho tremendo de su práctica y de su proliferación, los católicos y todas las personas contrarias al aborto tenemos que alentar a la sociedad a que se rebele.
El segundo problema muy grave en estos momentos es el divorcio rápido, que se ha convertido prácticamente en un sistema de repudio, donde no siempre es el inocente el que sale mejor parado. Esta posibilidad legal de romper el matrimonio lleva a muchas parejas a que, en lugar de tomarse un tiempo para la reflexión, para buscar ayuda y para dialogar, tomen decisiones precipitadas, lo que provoca una autodestrucción lenta del tejido social y de las relaciones primarias que lo sustentan y que son básicas para la educación, la madurez y el desarrollo psicológico de la persona. Basta con mirar las estadísticas del último año para comprobar este hecho que denuncio. Además, se constata que aquellas personas que se han divorciado ya una vez vuelven a divorciarse en un porcentaje alto.
Las principales víctimas de estas rupturas son los niños, pero se ha corrido un tupido silencio sobre esta cuestión. Nadie quiere hablar de ella. En la mayoría de los casos, porque tendrían que hablar de sus propios hijos. El fenómeno insólito de la violencia infantil en el hogar y en la escuela, que por fin empieza a preocupar a los medios de
comunicación, tiene una parte importante de su origen en la falta de un hogar cálido y acogedor. Cuando el niño no se siente querido ni escuchado, cuando no percibe en las personas queridas un testimonio claro de amor y paciencia, cuando se ve habitualmente privado de uno de sus progenitores, cuando es utilizado como moneda de cambio y cuando tiene que permanecer en el colegio más de diez horas diarias, es comprensible que reaccione con violencia, sin ser culpable.
Por eso, la celebración de esta “Jornada por la Familia y por la Vida” nos convoca a los cristianos y a toda persona de buena voluntad a denunciar estos hechos y a buscar las medidas más eficaces y oportunas, no sólo de acuerdo con las leyes vigentes, sino a la luz de la fe que confesamos y del Evangelio que nos salva.
+ Antonio Dorado Soto
Obispo de Málaga
23 de diciembre de 2007