La mesa de la Palabra

Homilía de Mons. Jesús Catalá, Obispo de Málaga, en la Solemnidad del Corpus Christi.

«CORPUS CHRISTI»

(Catedral-Málaga, 10 junio 2012)

Lecturas: Ex 24,3-8; Sal 115; Hb 9,11-15; Mc 14,12-16.22-26.

La mesa de la Palabra

1. Amados hermanos en el episcopado, queridos presbíteros, diáconos y demás ministros del altar, estimados fieles todos. La solemnidad litúrgica del Corpus Christi es una ocasión propicia para dar gracias a Dios por el hermoso regalo de poder participar en la mesa del Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.

Comulgar este Pan de vida implica también nutrirse de la Palabra de vida, que es Cristo. Cuando Jesús hizo la multiplicación de los panes, según el relato de san Lucas, previamente acogía a la gente y le hablaba acerca del Reino de Dios (cf. 9, 11); con su Palabra les adoctrinaba y alimentaba su espíritu.

El banquete, al que Cristo nos invita, es el banquete del Pan y de la Palabra a la vez, porque él es el Pan de Vida y la Palabra de la Vida; Cristo es el Pan verdadero y la Palabra verdadera. La Palabra de Dios y el Cuerpo de Cristo se refieren a la misma persona: a Cristo vivo, la segunda Persona de la Trinidad; el Salvador, que ha desvelado al ser humano que solo en él está nuestra plenitud, como dice el Concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes, 22). Comulgar con Cristo indica estar de acuerdo con su modo de pensar y de actuar; e implica y significa secundar sus palabras.

2. Estamos llamados, pues, a escuchar la Palabra de Cristo y a comulgar con ella. Acogiendo el mensaje de Cristo, nos preparamos para recibir el alimento de la Eucaristía y vivir después según las enseñanzas del Señor.

Así nos lo recordaba Juan Pablo II en su carta apostólica Dies Domini, sobre la Eucaristía celebrada en el día del Señor: «En la asamblea dominical, como en cada celebración eucarística, el encuentro con el Resucitado se realiza mediante la participación en la doble mesa de la Palabra y del Pan de vida» (Juan Pablo II, Dies Domini, 39, Vaticano, 31.V.1998).

La mesa de la Palabra ofrece la comprensión de la historia de la salvación y, particularmente, la del misterio pascual. El Concilio Vaticano II ha recordado que «la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística están tan estrechamente unidas entre sí, que constituyen un único acto de culto» (Sacrosanctum Concilium, 7). Cristo «está presente en su palabra, pues es él mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura» (Ibid., 7).

El mismo Concilio ha establecido que, «para que la mesa de la Palabra de Dios se prepare con mayor abundancia para los fieles, ábranse con mayor amplitud los tesoros bíblicos» (Sacrosanctum Concilium, 51). Por ello, el año litúrgico nos ofrece en sus tres ciclos una abundante y esmerada selección de la Palabra de Dios, de manera que podamos alimentarnos de ella y conocerla mejor. La Iglesia nos invita a meditar estos textos, que han sido seleccionados para ser proclamados en cada domingo y en cada fiesta litúrgica.

Sería muy fecundo que, durante la semana, como ya vienen haciendo muchas personas y muchos grupos, se leyeran y se meditaran los textos bíblicos, que serán proclamados al domingo siguiente. Ya sabéis que, entre las prioridades pastorales del presente curso, se están realizando unos cursillos para aprender el método de la «lectio divina». El próximo curso seguiremos aprendiendo y profundizando este método, para formar grupos en las diversas comunidades cristianas.

3. En la primera lectura de hoy hemos escuchado que Moisés «refirió al pueblo todas las palabras del Señor y todas sus normas. Y todo el pueblo respondió a una voz: Cumpliremos todas las palabras que ha dicho el Señor» (Ex 24, 3).

Al fiel cristiano, a cada uno de nosotros, se nos ofrece en el banquete eucarístico el alimento de la Palabra; es decir, lo que Dios revela al hombre, lo que Dios habla para ser escuchado y obedecido, escuchado y creído, escuchado y aceptado. Como el pueblo de Israel, debemos corresponder obedeciendo las palabras de vida del Señor; obedecer (ob-audire) significa hacer caso a lo que se escucha.

Según el relato del libro del Éxodo, Moisés roció con la sangre al pueblo y dijo: «Esta es la sangre de la Alianza, que el Señor ha hecho con vosotros, según todas estas palabras» (Ex 24, 8). Jesucristo, el nuevo sacerdote y nuevo Moisés realizó la nueva y definitiva Alianza, ofreciéndonos su cuerpo como comida y su sangre como bebida. Cristo es la Palabra eterna del Padre (cf. Jn 1, 1-2.14); Palabra viva, que da vida al mundo (cf. Jn 1, 4).

4. Es preciso acercarse con actitud reverente y con atención a la Palabra de Dios; no solo en su proclamación en la asamblea eucarística, sino también en momentos personales de estudio, reflexión, meditación y oración, porque en ella Dios se nos da a conocer y nos manifiesta su voluntad, enseñándonos todo lo que necesitamos saber para alcanzar la salvación.

Y al mismo tiempo, desde la comunión con la palabra de Dios, podemos acercarnos con las debidas disposiciones a comulgar el Cuerpo de Cristo. Así celebraremos correctamente la Eucaristía; como María, cuya alma estaba unida a la del Señor y a la vez guardaba todas las obras y palabras de su Hijo en su corazón (cf. Lc 2, 51).

Se trata, pues, de meditar, celebrar y llevar a la vida lo celebrado y meditado. Y en este testimonio ofrecido al mundo, desde la comunión con la Palabra de Dios y de la Eucaristía, brilla con luz propia el mandato del amor dado por Cristo a sus discípulos: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 13, 34). Testimonio que hemos de prestar cada día en nuestros propios ambientes, pidiendo a Dios gracia para vivir como Cristo, entregados sin reservarnos nada, a la tarea de amar como él nos ha amado, dando la vida por los amigos (cf. Jn 15, 13).

5. En esta fiesta del Corpus celebramos el Día de la Caridad. Es conocido de todos que la pobreza y la exclusión social crecen entre nosotros de manera alarmante y que los efectos de la crisis están afectando de manera dramática a un número creciente de personas.

Ante esta situación dirigimos nuestra mirada a Jesucristo, presente en la Eucaristía, sacramento de amor, que nos apremia al ejercicio de la caridad. Ante las necesidades ajenas Jesucristo se compadece; su ejemplo nos enseña a vivir la verdadera compasión y la cercanía a los más necesitados. Creer en Dios por la fe y amar a quien no vemos, nos capacita para amar a los hombres, a quienes vemos. Al darnos su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía, Jesús nos enseña a compartir el pan y a hacer de nuestras vidas una mediación de su amor.

Debemos compartir lo que tenemos. Deseo agradeceros a todos vosotros y a quienes, no profesando nuestra fe, colaboran con nosotros en la ayuda al prójimo. Pero, además de compartir lo que tenemos, hemos de compartir también lo que somos y creemos, esto es, la luz de la fe a quienes viven en tinieblas; la verdad a quienes la ignoran todavía; la Palabra de Dios a quienes no la conocen; el amor a quienes carecen de él; y la esperanza a quienes no tienen horizonte en su vida.

Pedimos a Jesús-Eucaristía, vida entregada gratuitamente por la salvación del mundo, que nos ayude a hacer de nuestras vidas una entrega generosa; que su ejemplo nos anime a compartir los bienes recibidos de Dios.

Y a la Santísima Virgen, nuestra Madre, le pedimos que interceda por nosotros, para saber tratar a todos los hombres como verdaderos hermanos. Amén.

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