Carta semanal de D. Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga. El tiempo de Cuaresma nos invita a buscar el rostro de Dios vivo, a adentrarnos en el misterio de su amor, para dejar que nos inunde y nos capacite para amar a los demás. Por eso, es un tiempo propicio para reservar unos días y practicar los ejercicios espirituales. Hay muchos cristianos que buscan un lugar tranquilo y dedican un tiempo al silencio y a la oración, acompañados por una persona que les sirve de guía. Es el mejor reconstituyente para el espíritu y una ocasión especial para encontrarnos con Dios, con nosotros mismos y con lo mejor de las personas con las que compartimos nuestra vida. Aunque no resulta fácil encontrar esta oportunidad, es cuestión de intentarlo con tesón, pues todos los que llegan a disfrutar de semejante oportunidad, luego reconocen que ha sido una bendición de Dios.
También se pueden hacer “ejercicios espirituales en la vida”, sin interrumpir el trabajo y el ritmo habitual. Es cuestión de buscar un acompañante en la fe y de entrevistarse con él periódicamente para establecer un tiempo de oración, encontrar el camino adecuado y dejarse ayudar en la escucha y la búsqueda de Dios. Se trata de una modalidad que está al alcance de todos y empieza a proliferar entre algunos miembros de nuestras comunidades.
Otra manera sencilla y muy eficaz de buscar el rostro de Dios consiste en meditar el evangelio de cada día. Los monjes nos han enseñado un método que denominan la “Lectio divina”: la lectura de la Palabra de Dios. Consiste en leer y meditar el evangelio de cada día. Para ello, conviene procurarse un lugar tranquilo y un espacio de silencio; recogerse mediante un acto de fe en la presencia de Dios; y después, leer detenidamente el Evangelio. Conviene leerlo varias veces, asegurarse de haberlo comprendido, fijarse en los verbos y tomar conciencia de que Dios nos está hablando ahora a cada uno de nosotros.
El riesgo más frecuente consiste en caer en el moralismo, que consiste en preguntar: ¿Qué me está pidiendo o exigiendo Dios? En realidad, antes de pedir nada, Dios nos ofrece y brinda su amistad, por lo que es conveniente descubrir en la lectura diaria del Evangelio quién es Dios para nosotros, hasta qué punto nos ama y qué nos ofrece. Porque el Evangelio es la Buena Noticia de que Dios es Amor y de que nos ama a cada uno con un amor infinito. Sólo después, cuando hemos descubierto su amor y su bondad, nos podemos preguntar qué tendríamos que hacer nosotros para poner de manifiesto nuestra gratitud y nuestra alegría.
Gracias a la iniciativa de un hombre providencial, que tuvo la genial idea de ofrecer a los cristianos el evangelio de cada día, ahora está al alcance de todos leer, meditar, saborear y disfrutar la Palabra de Dios que propone la Iglesia para la misa de cada día. Es una posibilidad fácil y práctica de unirnos a la Iglesia universal y de convertir en vida el Evangelio. Lo puede hacer cada uno personalmente o en familia. En este último caso, aunque haga la lectura cada uno en un momento diferente, pueden compartir la Palabra de Dios durante la cena o en otra ocasión. Por una parte, se acostumbran a leer y compartir el evangelio del día; y por otra, a dialogar sobre la fe que han recibido y que tratan de convertir en vida.
Es un modo sencillo y asequible de compartir la fe y de prepararse para celebrar la Pascua del Señor, también en familia, la Iglesia doméstica. En lugar de perder el tiempo con unos programas de televisión que se entremeten en la vida de personas frívolas y amorales, se aprovecha para hablar de la vida cristiana que compartimos y para escuchar al otro.
+ D. Antonio Dorado Soto
Obispo de Málaga