La fe en el Dios vivo

Homilía de Mons. Jesús Catalá, Obispo de Málaga, en el Domingo de Ramos.

DOMINGO DE RAMOS

(Catedral-Málaga, 24 marzo 2013)

Lecturas: Is 50, 4-7; Sal 21, 8-9.17-24; Flp 2, 6-11; Lc 22, 14 – 23, 56.

La fe en el Dios vivo

1. Estimado D. Fernando, arzobispo emérito de Pamplona, querido Mons. Javier, secretario de Nunciatura, Cabildo-Catedral y demás ministros del altar, fieles cristianos todos.

Iniciamos hoy la Semana Santa, en la que celebramos los misterios de los últimos días del Señor Jesús en su vida mortal. Son días de silencio y contemplación, de oración y meditación, de saborear la hermosa y rica liturgia de la Iglesia.

Un año más queremos celebrar la Pascua del Señor, es decir, su paso de la muerte a la vida y a la resurrección; y también su paso entre nosotros. Unidos a Él podemos nosotros realizar el paso de nuestra esclavitud a la libertad, de las tinieblas del pecado a la luz del perdón; de la vida terrena a la vida eterna de resucitados.

Hemos leído hoy la Pasión de Jesús, según el evangelista Lucas, acompañando al Maestro y agradeciéndole su amor por todos nosotros. Entre el Domingo de Ramos y el de Pascua se realiza la grandiosa gesta de la Pasión, en la que Jesús lo da todo: Su cuerpo entregado, nos lo ofrece como comida de vida eterna; y su sangre, derramada en la cruz hasta la última gota, nos la da como bebida de salvación. Jesús nos deja su testamento, nos da el mandamiento nuevo del amor, y nos entrega a su Madre, como Madre nuestra. Es una hermosísima herencia la que hemos recibido de Jesús.

No podemos menos que corresponder a ese Amor infinito; aceptar su testamento, como herederos del Reino prometido; vivir el mandato de amar a todo hombre, incluso a los enemigos; acoger a María como Madre entrañable, que nos cuida y nos acompaña en este valle de lágrimas. ¡Dispongámonos a celebrar, con fe y devoción, los misterios de la pasión, muerte y resurrección del Señor! ¡Acompañemos a Jesús en su pasión y subamos con Él a Jerusalén!

2. Muchos contemporáneos nuestros viven como si Dios no existiera, haciendo sus planes y buscando la felicidad, donde creen que la van a encontrar o donde les dicen que la pueden hallar; pero esa búsqueda resulta una quimera infructuosa y vacía. Quienes así viven, hacen incluso descanso laboral con motivo de algunas fiestas religiosas, sin importarles el origen y el motivo de dichas fiestas.

Algo así ocurre en Semana Santa; es probable que algunos coetáneos nuestros no quieran enterarse de que se celebra el acontecimiento más grande de todos los tiempos: la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, el Hijo de Dios, acaecida en Jerusalén hace dos mil años. Entonces también hubo gente que no quiso enterarse; algunos contemporáneos de Jesús se vendaron los ojos y se taparon los oídos, para no implicarse en lo que estaba sucediendo ante su mirada y no comprometerse en el acontecimiento cumbre de la historia de la humanidad.

La Semana Santa, queridos fieles, es una ocasión propicia para confesar la fe y adentrarnos en la búsqueda del Dios vivo, que sale a nuestro encuentro en su Hijo Jesús. En el Domingo de Ramos podemos llevar el signo martirial de la palma y de los ramos, expresando nuestro deseo de seguir al Señor.

Solo desde la fe resuena en nuestra vida el presente eterno de Dios, que trasciende el tiempo, pero que puede ser acogido y amado en nuestras vidas. Este Dios, que se hace cercano al hombre y se mezcla entre los más pobres y necesitados de la tierra, es el Dios de Jesucristo, que vuelve a ser anunciado al hombre contemporáneo.

3. En medio de la «desertización» espiritual y de un mundo vacío y sin Dios, en que vive nuestra sociedad, podemos descubrir de nuevo la alegría de creer, la sed de Dios, el valor de lo que es esencial para vivir, el sentido último de la existencia humana. En ese desierto se necesitan personas de fe, que indiquen con su vida el camino hacia la tierra prometida y mantengan viva la esperanza, abriendo el corazón a la gracia de Dios (cf. Benedicto XVI, Homilía en la Inauguración del «Año de la fe», Vaticano, 11.10.2012).

Se nos invita a los cristianos a renovar nuestra fe en el Dios vivo, a dar testimonio del amor divino, a dejarse trasformar por la gracia de Dios. Pidamos al Señor que nos ayude a abrir la puerta de nuestros corazones, para que pueda penetrar en ellos y cambiar nuestra vida.

La Semana Santa es tiempo propicio para despertar en nosotros el deseo de Dios, para unirnos más íntimamente a Cristo, para seguirle fielmente más de cerca, gozando de su inmenso amor, expresado en su muerte de cruz por nosotros.

Los acontecimientos, que nos propone celebrar la Semana Santa, son la manifestación sublime del amor de Dios. ¡Dispongámonos a celebrar con fruto esta Semana Santa, que el Señor nos regala una vez más en nuestra vida! Pidamos al Señor que nos convierta a Él y que nos haga revivir el gran misterio de amor.

¡Que la Santísima Virgen María nos acompañe en la meditación y contemplación de los misterios del Señor y nos conceda vivir una Semana Santa llena de gracia y de amor! Amén.

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