Homilía en la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

(Catedral-Málaga, 1 enero 2024)

Lecturas: Nm 6, 22-27; Sal 66, 2-8; Gal 4, 4-7; Lc 2, 16-21.

Agradecer a Dios sus dones

1.- En este primer día del año agradecemos a Dios las cosas buenas que nos ha regalado en el año que termina. Cada uno las guarda en su corazón; pueden ser he­chos sencillos, caricias afectuosas del Señor y regalos significativos de Dios, de los que hemos disfrutado, incluyendo la vida, la fe y el amor de Dios y de los demás.

Nuestro corazón quiere ser cora­zón agradecido, porque admira y valora desde la fe los acontecimientos. Y, sobre todo, damos gracias a Dios por las per­sonas, que han sido para un regalo de Dios para nosotros.

Pidamos al Señor que nos conceda un espíri­tu agradecido por las buenas cosas recibidas y con la espe­ranza de disfrutar de otros gestos futuros del amor de Dios.

Sepamos gozar del buen recuerdo del pasado, para vivir la esperanza de que Dios va a seguir visitándonos con su amor; que pue­de mantenernos firmes ante las dificultades de la vida.

Él siempre nos cuida con su providencia amorosa, mira con amor de Padre y nos escucha. ¡Que nadie piense que Dios nos castiga o que se olvida de nosotros! El profeta Isaías nos recuerda: «¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré» (Is 49, 15).

Hoy agradecemos a Dios el inmenso regalo de habernos enviado a su Hijo, para salvar al ser humano. Y para ello ha elegido a María como Madre de su Hijo. Celebremos este doble regalo: la Virgen Madre, que da a luz al Salvador. Los cristianos la aclamaron en Éfeso como Madre de Dios; hoy nosotros queremos aclamarla también y pedir su intercesión. Podemos repetir: “Santa Madre de Dios, ruega por nosotros” (los fieles repiten esta oración).

2.- El Año nuevo nos evoca el paso del tiempo, al que estamos sometidos y que nos arrastra irremediablemente. Es un año de gracia, porque el tiempo es un don que Dios nos regala, lleno de su bondad, de su cercanía y de su llamada.

El paso del tiempo nos recuerda el misterio de la encarnación y la historicidad de nuestra fe, porque Jesús asumió nuestra naturaleza humana entrando en el tiempo, haciéndose hombre. Como nuestra vida, también la suya se encuentra sometida al curso del tiempo: nacer, crecer y morir.

Celebremos con gratitud el año que hoy comienza en el marco de las fiestas de Navidad. Para los cristianos es una invitación a vivir a lo largo de los próximos 365 días, como hijos de Dios y hermanos en Jesucristo, en quien se nos manifiesta el amor de Dios.

3.- Hoy celebra la Iglesia la divina maternidad de la Virgen María. Contemplando este misterio reconocemos que Dios ha «nacido de mujer», como nos ha dicho san Pablo: «Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley» (Gal 4, 4). La plenitud del tiempo la trae el mismo Jesucristo.

El objetivo de la encarnación del Hijo de Dios ha sido «rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial» (Gal 4, 5); es decir, hacernos hijos adoptivos de Dios: «Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba, Padre!» (Gal 4, 6).

Por eso estamos invitados a vivir como tales, recibiendo la plenitud de nuestra humanidad. Ya no somos esclavos, sino hijos: «Y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios» (Gal 4, 7).

Gracias al nacimiento del Hijo de Dios, hecho hombre, y a su anonadamiento hemos sido ensalzados y divinizados; gracias a su pequeñez hemos adquirido grandeza; gracias a su fragilidad, hemos tomado fuerza; gracias a hacerse siervo, hemos obtenido la libertad.

El Amor de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ha rebosado en nuestros corazones; y por ello hemos de ser agradecidos, de manera especial en esta fiesta de la maternidad de María, por medio de la cual nos ha llegado el Salvador. Repetimos la frase: “Santa Madre de Dios, ruega por nosotros” (los fieles repiten esta oración).

4.- También celebramos en el mundo católico la Jornada mundial por la Paz. El papa Francisco nos ofrece una reflexión sobre el uso de las nuevas tecnologías, como la inteligencia artificial y su relación con la paz.

Y nos dice en su Mensaje que: “La dignidad intrínseca de cada persona y la fraternidad que nos vincula como miembros de una única familia humana, deben estar en la base del desarrollo de las nuevas tecnologías y servir como criterios indiscutibles para valorarlas antes de su uso, de modo que el progreso digital pueda realizarse en el respeto de la justicia y contribuir a la causa de la paz. Los desarrollos tecnológicos que no llevan a una mejora de la calidad de vida de toda la humanidad, sino que, por el contrario, agravan las desigualdades y los conflictos, no podrán ser considerados un verdadero progreso” (n. 2).

Es necesario conocer el “sentido del límite” de la tecnología; porque el ser humano es mortal y temporal y no puede perpetuarse ilimitadamente buscando una libertad absoluta; es una quimera querer vivir en este mundo de manera indefinida, porque somos limitados y vivimos en el tiempo; podremos seguir viviendo en la otra vida de modo diverso al que vivimos en este mundo. Los avances técnicos deben contribuir a una mayor fraternidad humana y en favor de la paz; y eso es responsabilidad de toda la familia humana.

5.- Queridos hermanos, en este inicio del año que Dios os bendiga, os guarde, vuelva su rostro sobre vosotros y os conceda su favor y su paz, todos los días de este nuevo año. Pido al Señor que os llene de amor y de alegría, para poder construir la paz día a día, en medio de las guerras que estamos viviendo.

Para vosotros y para los vuestros os deseo la bendición de Dios, con la protección de Santa María, la Madre de Jesús, la mujer bendita entre todas las mujeres. Que María, la Madre de Jesús y Reina de la Paz, interceda por nosotros y por el mundo entero.

A María confiamos en este nuevo año nuestro itinerario de fe, los deseos de nuestro corazón, nuestras necesidades y las del mundo entero. Y pedimos su intercesión para que vivamos con sed de justicia y de paz, invocándola como ¡Santa Madre de Dios! Repetimos: “Santa Madre de Dios, ruega por nosotros” (los fieles repiten esta oración). Amén.

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