ORDENACIÓN DE PRESBÍTERO
(Catedral-Málaga, 13 enero 2024)
Lecturas: 1 Sam 9, 1-4.17-19; 10, 1; Sal 20, 2-7; Mc 2, 13-17.
1.- Las lecturas de hoy nos presentan dos términos, sobre los que vamos a reflexionar, que corresponden a dos acciones de Dios: la llamada y la unción. Dios llama para servirle y después la Iglesia unge al candidato.
El profeta Samuel, inspirado por Dios, fue a la familia de Benjamín para ungir rey de Israel a Saúl (cf. 1 Sam 9, 17): «Tomó entonces Samuel el frasco del óleo, lo derramó sobre su cabeza y le besó, diciendo: El Señor te unge como jefe sobre su heredad» (1 Sam 10, 1).
La elección es de Dios, que llama al elegido; y éste debe responder con obediencia y generosidad. Así sucede también hoy para la ordenación sacerdotal. Dios llama a quien ha elegido, para enviarlo a realizar la misión que le confía; el sacerdocio ministerial no se lo puede arrogar nadie, ni siquiera con buenas intenciones de hacer el bien.
Querido Daniel, el Señor te ha elegido para desempeñar el ministerio sacerdotal y hoy la Iglesia te confirma esa llamada y te unge para conferirte el sacerdocio.
2.- Recientemente has dicho en los medios de comunicación que el Señor siempre te ha ido llamando desde tu infancia, para conocerle, amarle y seguirle. Comenzaste por el ejemplo de tu abuela, pasando por la catequesis y la vida parroquial en San Juan en Vélez-Málaga, donde descubriste la verdadera imagen de la Iglesia y la figura del sacerdote en la persona de tu párroco.
Posteriormente, otras personas y circunstancias te han ayudado a descubrir que el Señor te llamaba al ministerio sacerdotal. No has sido tú quien le has dicho al Señor que te llamara, ni le has dicho “aquí estoy” antes de que te llamara como a Samuel.
Ahora serás ungido con el crisma, quedando consagrado sacerdote para siempre. Damos gracias a Dios por el regalo de un nuevo sacerdote; y agradecemos tu respuesta al Señor.
3.- Cuando el llamado responde con prontitud y generosidad a la elección divina y realiza la misión encomendada, entonces su trabajo es fecundo y tiene éxito, como dice el Salmo: «Te adelantaste a bendecirlo con el éxito» (Sal 20, 4).
El Señor realiza maravillas a través del ministerio sacerdotal de sus elegidos; estas obras son de Dios y no éxitos del sacerdote; la fuerza y los resultados fecundos provienen de Dios: «Señor, el rey se alegra por tu fuerza, ¡y cuánto goza con tu victoria!» (Sal 20, 2). El Señor concede a su siervo bendiciones incesantes y lo colma de gozo (cf. Sal 20, 7). ¡Ojalá te llene de gozo el ejercicio del ministerio sacerdotal!
Queridos sacerdotes, no nos gloriemos de nuestro trabajo pastoral ni de los logros que pueda traer. Todo depende de Dios y de su magnificencia. Somos pobres siervos suyos, que hacemos lo que nos pide (cf. Lc 17, 10); aunque no siempre.
4.- El evangelio de hoy narra la vocación de Leví, el cobrador de impuestos de los romanos: «Al pasar vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dice: «Sígueme». Se levantó y lo siguió» (Mc 2, 14).
Leví le sigue sin titubeos y con prontitud e invita al Maestro a comer a su casa, donde había también muchos publicanos y pecadores (cf. Mc 2, 15) como él. Ante la crítica por parte de los fariseos (cf. Mc 2, 16), que se creían los más buenos, sabios e intérpretes de la Ley, Jesús responde: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mc 2, 17).
Leví se siente un pecador perdonado por Jesús y se alegra de la gracia recibida; el pecador Leví se convierte en el apóstol Mateo, porque el encuentro con Jesús cambia la vida. Esto mismo debe suceder con nosotros; los encuentros con Jesús deben transformarnos en mejores hijos de Dios.
También los sacerdotes somos pecadores perdonados por el Señor; no somos ángeles. A veces arrecian las críticas contra la Iglesia a causa del pecado de los sacerdotes; pero hemos de dar gracias a Jesucristo, que ha venido a sanar a los pecadores, porque todos estamos necesitados de la gracia de Dios.
5.- El papa Benedicto XVI propuso un Año Jubilar con motivo del 150 Aniversario de la muerte del Cura de Ars (2009), san Juan Bautista María Vianney, a quien comparaba con san Pablo; aunque los dos santos se diferenciaban mucho por sus trayectorias de vida. San Pablo recorrió las regiones de Asia menor, Grecia y Roma para anunciar el Evangelio, siendo el gran evangelizador de los gentiles; el Cura de Ars, acogió a miles de fieles de toda Francia permaneciendo siempre en su pequeña parroquia.
El ministerio del sacerdote no depende de que la parroquia sea grande o pequeña; de que esté en una gran ciudad o en un ambiente rural. El Señor nos llama para evangelizar y para santificar a los fieles y santificarnos nosotros; sean pocos o muchos, ricos o pobres, bien formados o ignorantes, cercanos o alejados de la Iglesia. El Cura de Ars y san Pablo nos enseñan una gran lección de cómo ejercer el ministerio sacerdotal.
A san Pablo y al Cura de Ars les unía lo fundamental: su identificación total con su propio ministerio y su comunión con Cristo, como decía san Pablo: «Estoy crucificado con Cristo. Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 19-20). San Juan María Vianney solía repetir: «Si tuviésemos fe, veríamos a Dios escondido en el sacerdote como una luz tras el cristal» (Benedicto XVI, Audiencia general, Vaticano, 24.06.2009).
6.- Querido Daniel, últimamente has vivido un período intenso y de ejercicio del diaconado, como hablamos personalmente anteayer, y bien reconoces, dando gracias a Dios por ello. Comenzaste con la aventura en el Sáhara, acompañado del Rector y de otros compañeros; después participaste en la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa; más tarde tuviste la experiencia en las parroquias de Nuestra Señora de los Dolores en el Puerto de la Torre (Málaga) y en Álora, al tiempo que colaborabas como capellán en el colegio Santa Rosa de Lima.
Todas estas experiencias te han ayudado a asumir mejor el ministerio; porque, al final, lo más importante no son las cosas que “hacemos”. Como dice el papa Juan Pablo II: “El principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo Cabeza y Pastor es la caridad pastoral” (Pastores dabo vobis, 23).
Damos gracias a Dios por este proceso de crecimiento y de maduración en el camino hacia el sacerdocio ministerial. Todo ello te ha ido madurando y preparándote para recibir hoy el orden sacerdotal. Pedimos al Señor que lo ejerzas con dedicación, entrega y gran gozo. Si un cristiano no debe ser “triste”, menos aún un sacerdote. El papa Francisco dice que no debemos poner “cara de vinagre”.
7.- Amados sacerdotes, el ministerio sacerdotal nos impele a identificarnos con Cristo Sacerdote, a tener los mismos sentimientos que Él (cf. Rm 15, 5; Flp 2, 5), a imitarlo en todo, a hacerlo presente en cada momento de nuestra vida. No somos “funcionarios”, que dedicamos unas pocas horas el trabajo, como tantas veces dice el papa Francisco.
Hoy damos gracias por el regalo del presbiterado y le pedimos al Señor que nos llene de su gracia, nos conceda un corazón sacerdotal capaz de amar a todos, de manera especial a los más necesitados, y nos otorgue un fecundo ministerio sacerdotal.
Queridos fieles, la identificación con Cristo también os toca a vosotros. Os pido, como otras veces, que améis a vuestros sacerdotes; no los critiquéis poniéndolos “verdes”; ponedlos más bien “rojos” de amor. ¡Amadlos, estad con ellos, compartid con ellos la misión eclesial!
Pedimos a la Santísima Virgen María su poderosa intercesión, para que acompañe a Daniel en el nuevo camino sacerdotal que hoy comienza. Amén.