Homilía en el funeral del padre del Rvdo. D. José Ferrary

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, Mons. Jesús Catalá, en el funeral de Joseph Ferrary Ferrary, padre del Rvdo. D. José Ferrary el 6 de agosto de 2015.

FUNERAL DEL PADRE DEL RVDO. JOSÉ FERRARY

(Cementerio-Málaga, 8 agosto 2015)

Lecturas:Dt 6, 4-13; Sal 17, 2-4.47-51; Mateo 11, 25-30.

1. La primera lectura, que nos ofrece la liturgia hodierna, centra la vida del ser humano en su relación con Dios. El texto sagrado invita en primer lugar a la escucha: «Escucha, Israel» (Dt 6, 4). El hombre debe estar atento a la palabra salvadora e iluminadora que le llega de Dios. El hombre no es el centro del cosmos, ni el punto de referencia de todo lo creado, ni siquiera es autorreferencial para sí mismo. Esta es una de las constantes en el pensamiento del papa Francisco: «Sólo gracias a ese encuentro —o reencuentro— con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero» (Evangelii gaudium, 8).

2. El texto bíblico del Deuteronomio insiste en que Dios es el único punto de referencia del ser humano, que lo trasciende todo: «El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo» (Dt 6, 4). Por eso solo Dios debe ser objeto de amor exclusivo por parte del hombre: «Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6, 5). No existe nada ni nadie a quien amar con tanta profundidad y exclusividad como a Dios; el amor humano es participación de ese amor. Y para que esto no se olvide, el escritor sagrado propone que estas palabras estén siempre en el pensamiento y en el corazón de la persona humana (cf. Dt 6, 6) y debe comunicarlas a los demás en cualquier circunstancia: «Se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado» (Dt 6, 7). El papa insiste en la necesidad de comunicar esa experiencia salvadora, que es manantial de la acción evangelizadora: «Si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?» (Evangelii gaudium, 8).

3. El acontecimiento de la muerte de un ser querido nos pone ante la realidad más profunda del ser humano y nos plantea el sentido de los interrogantes más cruciales: la vida, el sufrimiento, el mal, la muerte, el más allá. La muerte de nuestro hermano José nos lleva a ponernos ante nosotros mismos, ante la verdad de nuestra vida y su sentido; y ante la existencia de Dios. Nuestro hermano ya está ante la presencia de Dios sin velos ni sombras. La respuesta a los grandes interrogantes la tenemos los cristianos en Jesucristo, como enseña el Concilio Vaticano II: «La clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro» (Gaudium et spes, 10), quien existe ayer, hoy y siempre (cf. Heb 13, 7). Cristo es el punto de referencia obligado, fundamental y único para todo ser humano.

La muerte y resurrección de Jesucristo «da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo, a fin de que pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que sea necesario salvarse» (Gaudium et spes, 10).

Queridos hermanos, esta es nuestra fe, que profesamos como miembros de la Iglesia, y de la que damos testimonio a nuestros paisanos y contemporáneos.

4. En esta eucaristía pedimos por nuestro hermano José, para que pueda gozar eternamente de la visión beatífica de Dios, que le llene de su luz y le inunde de su paz. Aquel en quien creyó, en quien confió y a quien amó, le responde ahora de manera plena a todos sus anhelos. Él fue incorporado a la muerte de Cristo y a su resurrección en las aguas bautismales; después lo recordaremos al rociar sus restos mortales con agua bendecida. Ahora, terminada su peregrinación en este mundo, rogamos a Dios misericordioso que lo acoja en su reino de amor.

El Señor fue su baluarte y su fortaleza durante su vida terrena, como hemos rezado en el Salmo interleccional: «Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador» (Sal 17, 2-3). Queremos también agradecer a Dios el regalo que ha sido nuestro hermano José para nosotros, de modo especial para su familia. Toda persona humana es un gran regalo de Dios para los demás; ahora agradecemos el bien que nos llegó a través de su persona y de su vida.

5. El evangelio de san Mateo nos ha recordado que las cosas verdaderas y profundas se conocen desde Dios; y que la sabiduría divina no tiene parangón con otro tipo de saber humano. Los que se creen sabios y se tienen por grandes de la tierra, desvinculándose de la verdadera sabiduría divina, son más bien dignos de lástima y compasión. Los que ante Dios se reconocen pequeños y como niños saben disfrutar de la bondad y del amor de Dios, que es lo más grande. Hoy ponemos en manos del buen Dios a nuestro hermano José, para que lo acoja y lo acaricie con su amor paternal divino.

Damos, pues, gracias a Dios Padre, «Señor delcielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se lashas revelado a los pequeños» (Mt 11, 25). Somos hijos adoptivos de Dios desde nuestro bautismo; y al terminar nuestra peregrinación en este mundo nos espera la vida sin fin. ¡Que el Señor bondadoso y misericordioso acoja a nuestro hermano José y le haga vivir en plenitud lo que aquí profesó en fe y en esperanza! Le pedimos a la Santísima Virgen María que lo acompañe ante el Dios de cielos y tierra y le haga gozar de la felicidad plena. Amén.

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