Homilía en el Funeral de Carmen Durán Barba, trabajadora del Obispado

Homilía de Mons. Jesús Catalá, Obispo de Málaga,  en el funeral de Carmen Durán Barba, trabajadora del Obispado, que tuvo lugar en Málaga, el 30 de julio de 2015.

FUNERAL DE CARMEN DURÁN BARBA,

TRABAJADORA DEL OBISPADO

(Málaga, 30 julio 2015)

Lecturas: Ex 40, 16-21.34-38; Sal 83, 3-6.8.11; Mt 13, 47-53.

1. Dios puso su Morada en medio de su pueblo

Estamos celebrando el misterio pascual de Cristo en favor de nuestra hermana Carmen, para que el Señor la asuma en su mismo misterio pascual de su muerte y resurrección.

Las lecturas de la liturgia de hoy nos ofrece el libro del Éxodo, donde se presenta a Moisés construyendo la Morada del Señor en medio de su pueblo y haciéndolo según el Señor le había mandado (cf. Ex 40, 16-19).

Después trasladó el Arca de la Alianza a la Morada de Dios (cf. Ex 40, 21); y «la gloria del Señor llenó la Morada» (Ex 40, 34). Dios se hace presente en medio de Israel a través del signo de la Tienda.

La Morada de Dios, es decir, su presencia, acompañaba al pueblo en su peregrinar: «Cuando la nube se alzaba de la Morada, los hijos de Israel levantaban el campamento, en todas las etapas» (Ex 40, 36).

Dios nos acompaña en todas las etapas de la vida. A veces parece que está lejos, porque no lo vemos; no apreciamos su presencia; o porque quisiéramos que las cosas fueran de otra manera. Pero Dios está muy presente en nuestras vidas, acompañándonos unas veces de la mano y llevándonos otras veces en sus brazos. En otras ocasiones no sentimos su presencia, pero está. ¡Tengamos la confianza en él; estemos firmes en la fe; mantengamos la esperanza cristiana!

2. Dios ha puesto su Morada entre nosotros

La Tienda del Encuentro en el pueblo de Israel era signo o tipo de otra Presencia de Dios cualitativamente distinta entre nosotros. Al llegar la plenitud de los tiempos la presencia de Dios entre los hombres es por medio de su Hijo: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (cf. Jn 1, 14). Todo ser humano puede llegar a conocer y acoger en su vida a Jesucristo, que nos transforma con su amor.

La Encarnación del Hijo de Dios ha sido el acontecimiento más importante de la historia de la humanidad. Quien acepta este acontecimiento y cree en Jesucristo llega a ser hijos de Dios y recibe la salvación: «A cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre» (cf. Jn 1, 12). Creemos en Jesucristo, el Hijo de Dios; creemos en su resurrección de entre los muertos; creemos que, unidos a él, resucitamos también nosotros.

Podemos cantar con el Salmo: «¡Qué deseables son tus moradas, Señor del universo. Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo!» (Sal 83, 2-3).

A veces puede resultarnos difícil recitar esta oración; porque nos aferramos a la vida temporal. Pero Dios es nuestra fuerza. Caminar con él resulta llevadero, como dice el Salmo: «Cuando atraviesan áridos valles, los convierten en oasis, como si la lluvia temprana los cubriera de bendiciones» (Sal 83, 7). Caminando con el Señor, las dificultades de la vida se superan con mayor facilidad; los áridos valles y tortuosos caminos se convierten en praderas y oasis; la enfermedad, el dolor, la dificultad, los obstáculos son superados con el amor que Cristo nos tiene y con el que nosotros le correspondemos.

3. El bautismo: prenda de inmortalidad

Nuestra hermana Carmen, como la mayoría de nosotros, fue bautizada en el Señor. En el bautismo fuimos injertados en la muerte y en la resurrección de Cristo. Las aguas bautismales nos purificaron del pecado y nos otorgaron una vida nueva. Al final de la celebración rociaremos los restos mortales de nuestra hermana Carmen, recordando el bautismo que recibió y que la transformó en hija de Dios y en criatura nueva.

En el bautismo recibimos el germen de inmortalidad, el anticipo de la vida eterna. Aunque ante nuestros ojos nos parezca que la muerte temporal es el final de todo, la fe, sin embargo, nos asegura que la muerte temporal es el paso último de esta vida terrena a la vida sin fin en el Señor.

Podemos afirmar desde la fe, desde el amor y desde la esperanza cristiana que nuestra hermana Carmen sigue viva, está ahora con el Señor; aunque transformada, naturalmente. Ya no vive con la misma figura y el mismo modo con que vivía en este mundo.

4. Transformación de nuestro cuerpo

Jesucristo ha tomado la naturaleza humana para sanarla, transformarla y elevarla a la divinidad.

La presencia de Dios entre nosotros, por medio de su Hijo, tiene como finalidad hacernos partícipes de su amor y de su vida. Desde entonces la naturaleza humana, a pesar de la enfermedad y la muerte temporal, queda sanada y divinizada.

Aparentemente la enfermedad y la muerte destruyen a la persona; los que no tienen fe consideran que la vida del ser humano termina en este mundo. Pero en realidad la vida del ser humano sigue intacta, aunque transformada. El grano de trigo, al enterrarlo en la tierra se pudre; pero queda transformado después en una pequeña planta; éste el ejemplo que pone san Pablo (cf. 1 Co 15, 35-37). Sigue viviendo de otra manera. Nuestra hermana Carmen sigue viviendo de otra manera. Ésta es nuestra fe, esto es lo que celebramos hoy, y éste debe ser nuestro testimonio de los cristianos en esta sociedad cuasi-pagana.

5. Seremos juzgados por el Señor

Un día nos encontraremos ante el Señor. Él nos juzgará según las obras de amor, que hayamos realizado. Carmen ya está ante la presencia del Señor; y pedimos en esta eucaristía que Dios sea benevolente con ella, que se piadoso, que sea misericordioso.

El evangelio de hoy nos ha presentado la metáfora de la red barredera: «El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces» (Mt 13, 47). Todos pasaremos por la muerte temporal. Todos seremos recogidos en la red barredera. El Señor separará los peces buenos de los malos: «Cuando está llena (la red), la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran» (Mt 13, 48).

Vivamos ya desde ahora como hijos de la Luz, como bautizados que aman a Dios y a los hermanos. Y confiando que el Señor nos acogerá en su Reino de amor al final de nuestra vida.

Eso es lo que pedimos por nuestra hermana Carmen. ¡Que Dios le conceda el perdón de sus faltas, que cometió por fragilidad humana! ¡Que la lleve con sus ángeles y santos al Reino de la luz y de la inmortalidad! ¡Que le conceda su Reino de paz y de amor!

Pedimos a la Virgen del Carmen que la acompañe ante la presencia el Altísimo. Amén.

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