Funeral del Rvdo. Manuel Pineda Soria

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga el 5 de julio, en el funeral del Rvdo. Manuel Pineda Soria, en la parroquia de Santiago Apostól, en Málaga.

Lecturas: Ez 2, 2-5; Sal 122, 2-4; 1 Co 15, 51-57; Jn 12, 23-28.

1. Nos reunimos en el nombre el Señor Jesucristo, resucitado de entre los muertos y primicia de los mismos (cf. 1 Co 15, 2), para pedir por nuestro hermano Manuel, presbítero, que Dios lo resucite en Cristo y le conceda la visión beatífica, que tanto anheló mientras vivía entre nosotros. Dios quiso elegirlo para ejercer el sacerdocio ministerial y ser representación sacramental de Cristo (cf. Pastores dabo vobis, 13), sumo y eterno sacerdote (cf. Hb 3, 1; 5, 5; 6, 20). En sus palabras y en su actitud se podía apreciar la alegría de vivir el sacerdocio al servicio de la Iglesia. De ello damos gracias a Dios hoy.

2. En la lectura de Ezequiel el profeta recibe el Espíritu, que le hace mantenerse en pie (cf. Ez 2, 2) y es enviado por Dios a gente rebelde que no acepta a su Señor (cf. Ez 2, 3). Gente de «cabeza dura y el corazón empedernido» (Ez 2, 4) El sacerdote de hoy y el fiel cristiano puede encontrar también corazones empedernidos, que rechazan al Señor para seguir sus propios deseos y secundar ideologías contrarias a la verdad del ser humano como imagen de Dios (cf. Gn 1, 26-27). Muchos de nuestros paisanos y contemporáneos no soportan escuchar la Verdad revelada en Cristo, sino que se rodean de maestros a la medida de sus propios deseos y de lo que les gusta oír, apartando el oído de la verdad y volviéndose a las fábulas (cf. 2 Tm 4, 3-4).

3. Dios le dice al profeta que no tenga miedo si le contradicen y lo desprecian (cf. Ez 2, 6). Aunque no quieran escuchar, «sabrán que hay un profeta en medio de ellos» (Ez 2, 5). La misión del sacerdote y el profeta es proclamar la Palabra de la Verdad, como dice san Pablo: «Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta con toda magnanimidad y doctrina» (2 Tm 4, 2). Como hemos escuchado en la semblanza espiritual, nuestro hermano Manuel ha ejercido de profeta en estos tiempos no fáciles. Ahora él, desde la Verdad eterna, nos anima a ser profetas en primer a nosotros, sacerdotes; también os anima a vosotros, queridos fieles, a que seáis testigos de Dios en esta sociedad.

4. Agradecemos hoy a Dios el regalo que nos ha dado en la persona de D. Manuel, presbítero, y en el ejercicio de su ministerio sacerdotal. El apóstol Pablo exhortaba a su amigo y discípulo Timoteo: «Sé sobrio en todo, soporta los padecimientos, cumple tu tarea de evangelizador, desempeña tu ministerio» (2 Tm 4, 5). Queridos hermanos, parece que estas mismas palabras nos las recuerda hoy D. Manuel a cada uno de nosotros, como las decía a sus discípulos en las clases de teología y a sus hermanos sacerdotes en los cargos que ha desempeñado, muy vinculados al ministerio sacerdotal.

5. Nuestra fe en Cristo nos lleva a profesar la inmortalidad y la bienaventuranza eterna. Así lo hacemos en esta celebración eucarística, como nos ha recordado san Pablo: «Los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados» (1 Co 15, 52). Esto es un misterio, que nos envuelve y que aceptamos por la fe. No intentemos racionalizarlo; no intentemos entenderlo con lógica humana; más bien vivámoslo inmersos en este mismo misterio. Lo corruptible se vestirá de incorrupción; y lo que es mortal se revestirá de inmortalidad (cf. 1 Co 15, 53). Entonces la muerte será absorbida en la victoria (cf. 1 Co 15, 54).

Demos, pues, gracias a Dios «que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo» (1 Co 15, 57); y pidamos por nuestro hermano Manuel, para que, libre de sus culpas y guiado por el buen Pastor, pueda gozar de los pastos eternos. El acontecimiento de su muerte temporal nos anima a vivir siempre para el Señor: «Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que, ya vivamos ya muramos, somos del Señor» (Rm 14, 8). Pues para esto murió y resucitó Cristo: «para ser Señor de muertos y vivos» (Rm 14, 9).

6. El evangelista Juan nos recuerda que es preciso morir para resucitar: «En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12, 24). Es necesario amar a Dios y perder la propia vida, para gozar de la inmortalidad: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25). El que siga al Señor en esta vida temporal y lo sirva, podrá gozar de su compañía en el cielo y el Padre lo honrará (cf. Jn 12, 26) y lo glorificará como ha glorificado a su Hijo Unigénito (cf. Jn 12, 28). Esto es lo que deseamos para nuestro hermano Manuel y pedimos al Dios de las misericordias que lo acoja y lo glorifique.

7. Hace varios meses afirmaba D. Manuel en una entrevista que estaba contento por haber ofrecido con alegría y con cariño lo que había recibido, sabiendo que solo con el Señor podemos hacer fructificar la semilla, que nos ha dejado en las manos. Solo teniendo a Dios como fundamento de nuestra vida y como fondo de todo, es posible caminar en la verdad.

Ahora pedimos al Señor que, habiendo ultimado D. Manuel su combate y finalizada su carrera en esta vida, reciba la corona de gloria que el Señor, como juez justo, tiene reservada a los que lo aman (cf. 2 Tm 4, 6-8). Con gran confianza ponemos nuestra mirada en Dios, nuestro Señor, esperando su misericordia, como hemos rezado en el Salmo interleccional (cf. Sal 122, 2). ¡Que la Santísima Virgen María y los santos lo acompañen ahora hasta la presencia del Altísimo! Amén.

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