Homilía del Obispo de Málaga, Mons. Jesús Catalá Ibáñez, en la Catedral, el 8 de septiembre de 2015.
Lecturas: Miq 5,1-4; Sal 12, 6; Rm 8,28-30; Mt 1, 18-23.
Predestinados a reproducir la imagen del Hijo, a ejemplo de María
1. Celebramos hoy con alegría desbordante la solemnidad de nuestra patrona, la Virgen de la Victoria. En ella se ha esmerado Dios haciéndola hermosa y limpia de toda mancha, en previsión de su maternidad, como dice el Concilio Vaticano II: «La Bienaventurada Virgen, predestinada, junto con la Encarnación del Verbo, desde toda la eternidad, cual Madre de Dios, por designio de la Divina Providencia, fue en la tierra la esclarecida Madre del Divino Redentor, y en forma singular la generosa colaboradora entre todas las criaturas y la humilde esclava del Señor» (Lumen gentium, 61).
Ella estuvo vinculada de modo especial a su amado Hijo, a quien concibió en su seno, engendró, alimentó y cooperó en forma singular «por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad en la restauración de la vida sobrenatural de las almas» (Ibid.).
La Virgen Santísima, además de Madre del Redentor, fue fiel discípula del Hijo de Dios, reproduciendo su imagen de modo singular. Ella nos ayuda a reproducir también en nosotros la imagen de su Hijo, siendo madre y maestra nuestra.
2. La predestinación de todos los seres humanos en Jesucristo es ley universal de la historia de salvación; y está formulada por san Pablo de manera clara en su carta a los Efesios: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados ante él por el amor, eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado»(Ef 1,3-6). ¡Qué maravilla haber sido llamados por Dios a gozar de vida divina, junto con la Virgen!
Esta ley no suprime las diferencias que la predestinación establece para cada uno de los predestinados. En la Virgen María se aplica la predestinación de forma plena y especial. La Iglesia reconoce en la Virgen María un miembro suyo eminente y singular, adornado de toda virtud y gracia.Ninguno de los humanos podemos decir lo mismo; no estamos «agraciados como la Virgen»; estamos afeados por el pecado original y por el pecado personal, de los que Ella estuvo exenta.
De ese modo, Dios quiso para la Virgen María lo mismo que para cada uno de los creados y redimidos por Cristo; pero la forma singular en que la predestinación y el designio de Dios se hizo realidad en la Virgen no es aplicable a ningún otro ser humano. Sólo en Ella se realizó de forma plena y única en la historia de la humanidad; porque sólo Ella conformóplenamente la propia existencia con Cristo, siendo Madre del Hijo de Dios. ¿Quién de nosotros, queridos fieles, ha conformado y conforma su existencia de manera plena a la voluntad de Dios? ¡Nadie! ¡Todos le fallamos; pero la Virgen, no!
María es la belleza de Dios, la mejor obra de sus manos, la manifestación más sublime de la ternura y del amor divinos. En ella se ha extasiado el Padre, ha tomado carne el Hijo y se ha desbordado el Espíritu Santo, llenándola de gracia. María es la sonrisa materna de Dios, la expresión del poder divino, el tabernáculo del Espíritu. Pero toda esa maravilla y magnificencia la Virgen Nazarena la vive con sencillez, humildad, fe, confianza, silencio y diligencia. Podía estar orgullosa, pero fue la más humilde.
3. Si la Virgen de la Victoria fue predestinada para ser Madre de Jesucristo, y recrear en sí misma la imagen de su Hijo, también nosotros, como hijos de tan hermosa Madre, y en la medida de nuestra identificación con Cristo, estamos llamados a vivir como Ella. Estamos predestinados a reproducir la imagen de Jesucristo en nuestra vida.Esa imagen se nos regaló en el bautismo; se nos concedió por gracia. La Virgen lo hizo de forma singular y propia; en el resto de los humanos, aunque la predestinación sea fundamentalmente idéntica, la forma en que se aplican a cada uno respeta su historia personal según la voluntad de Dios.
La humanidad está destinada a recibir la gracia de la justificación, que nos otorga Jesucristo, el Hijo único de Dios, el primogénito de la humanidad. Estamos predestinados a reproducir la imagen de Cristo, como nos dice san Pablo: «A los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó» (Rm 8, 30).
El apóstol de las gentes nos ha recordado que Dios hace siempre las cosas para bien de los que le aman: «Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio» (Rm 8, 28). Queridos hermanos y fieles devotos de Santa María de la Victoria, hemos sido llamados por iniciativa divina a compartir los merecimientos de Cristo y a gozar de la salvación que nos trae con su redención, gracias al «Sí» de la Virgen de la Victoria.
4. Cristo confió a la Virgen en el altar de la cruz el ser madre de Juan, el apóstol, madre de la Iglesia y madre de cada uno de nosotros. Por ello la Iglesia la honra con amorosa piedad e invoca incesantemente su protección y patrocinio. Nosotros imploramos hoy su poderosa intercesión, para que nos ayude a salir victoriosos en la lucha contra el mal.
Queridos fieles devotos de la Virgen de la Victoria, acompañados por nuestra Patrona salimos victoriosos de la batalla contra el mal, contra el pecado y contra el diablo. Existe el mal, existe el pecado, existe el diablo, que se oponen a Dios y al amor. Unidos a Cristo, en compañía de la Santísima Virgen María, somos vencedores. Podemos gritar con gozo victorioso: «¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? (…) ¡Gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!» (1 Co 15, 55-57). Entendemos la muerte causada por el pecado; y también la muerte temporal está vencida por la resurrección de Jesucristo.
Santa María de la Victoria es compañera fiel en nuestro caminar peregrinante y madre cercana en las angustias de la vida.Por ello damos hoy gracias a Dios. Hemos encontrado luz en medio de nuestras inquietudes y preocupaciones, aliento para nuestro cansancio y esperanza en el abatimiento. Tenemos muchos motivospara dar gracias por haber experimentado la maternal intercesión de la Virgen de la Victoria.
Estimados fieles y devotos de Santa María de la Victoria, que Ella os proteja e interceda por cada uno de vosotros, para que reproduzcáis en vuestros corazones y en vuestra vida la imagen de su Hijo; y para que sigáis amando cada vez más a la Virgen con particular devoción y filial ternura. ¡Que ella sea siempre la Madre que os acompañe hasta el final de vuestra vida; hasta la eternidad! Amén.