Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Solemnidad de la Epifanía del Señor, celebrada en la Catedral el 6 de enero de 2021.
EPIFANÍA DEL SEÑOR
(Catedral-Málaga, 6 enero 2021)
Lecturas: Is 60,1-6; Sal 71,1-2.7-8.10-13; Ef 3,2-3.5-6; Mt 2,1-12.
Todos los pueblos caminan hacia Cristo
1.- En la solemnidad de Epifanía celebramos la manifestación de Dios a todos los pueblos. El Hijo de Dios se hizo hombre para traer la salvación a la humanidad, que yacía en tinieblas. El profeta Isaías anuncia la presencia iluminadora de Dios: «Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor y su gloria se verá sobre ti» (Is 60,2). Pedimos al Señor que su luz amanezca también en nuestros corazones.
La Epifanía, al igual que toda la Navidad, es una fiesta de luz. Llega el Señor como luz de los pueblos, como dice Isaías: «¡Levántate y resplandece, porque llega tu luz!» (Is 60,1). La liturgia nos invita hoy a levantarnos de la postración y de la desesperanza, para caminar a la luz del Señor: «Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora» (Is 60,3).
La Iglesia describe con estas palabras del profeta el sentido de la fiesta de epifanía. Ha venido al mundo quien es la Luz verdadera (cf. Jn 8,12); y quien hace que los hombres reflejen su luz (cf. Mt 5,14).
2.- Todos los pueblos de la tierra están llamados a caminar a la luz del Salvador del mundo. Los Magos de Oriente han inaugurado ese camino, que continuará en la historia de la humanidad; será como una gran procesión a lo largo de la historia.
Como dice el profeta: «Levanta la vista en torno, mira: todos esos se han reunido, vienen hacia ti; llegan tus hijos desde lejos» (Is 60,4). Los Magos inauguran el camino de los pueblos hacia Jesucristo: el Hijo de Dios, que nació en un pesebre, que murió en la cruz y que, resucitado, está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20).
Quien acoge a Cristo recibe el poder de ser hijo de Dios (cf. Jn 1,9.12). «También los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la misma promesa en Jesucristo, por el Evangelio» (Ef 3,6). Todo el mundo está invitado a proclamar las alabanzas del Señor (cf. Is 60,6).
3.- Los Magos eran unos sabios con un corazón inquieto, que iban en busca de Dios; eran hombres vigilantes, capaces de percibir los signos de Dios y no se conformaban con una vida ordinaria. Ellos percibían el lenguaje callado de Dios; y se preguntan: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo» (Mt 2,2).
A ejemplo de los Magos debemos ser hombres de corazón inquieto y de mente abierta, que no se conforman con las cosas habituales de este mundo; más bien debemos acercarnos interiormente a Dios, encontrar su rostro, conocerlo mejor para poder amarlo cada vez más.
Debemos de ser hombres de corazón vigilante, que perciban el lenguaje callado de Dios y sepan discernir lo verdadero de lo aparente. Hemos de afinar nuestra mente y nuestra mirada para descubrir la estrella que nos lleva al Señor; hay pequeños signos en la vida humana que llevan a descubrir a Dios, pero que muchos no perciben.
4.- Los Magos eran también hombres valientes, a la vez que humildes. No tuvieron miedo de manifestar la verdad de su viaje: Adorar al Rey de reyes que había nacido en Belén.
Herodes, en cambio, quiso engañarles y los llamó en secreto para saber el tiempo en que había aparecido la estrella (cf. Mt 2,7), porque él, con su ceguera, no había reconocido el signo de la estrella ni la humildad del Hijo de Dios, recién nacido; y los mandó a Belén, encargándoles: «Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo» (Mt 2,8). Tanto los Magos como Herodes dicen que quieren “adorar al Niño”; pero no tienen la misma intención ni la misma actitud.
Los Magos desdeñaron la burla de Herodes; se enfrentaron a nuevas dificultades en su camino; no dieron importancia a las críticas que recibieron. Solo les importaba la verdad; no la simple opinión de los hombres. Por eso adoraron en Belén al Niño-Dios: “Por eso afrontaron las renuncias y fatigas de un camino largo e inseguro. Su humilde valentía fue la que les permitió postrarse ante un niño de pobre familia y descubrir en él al Rey prometido, cuya búsqueda y reconocimiento había sido el objetivo de su camino exterior e interior” (Benedicto XVI, Homilía en la Epifanía 2012).
5.- Necesitamos recorrer cada el camino que nos lleva a adorar a Dios. Con un corazón valiente no nos debe preocupar a los cristianos la opinión que tengan sobre nosotros; nos debe importar más la verdad de Dios y comprometernos con ella. Debemos recorrer el camino que Dios nos indica, siguiendo los signos que revelan su presencia entre los hombres; debemos aprender a descubrir los signos de los tiempos.
Los Magos se pusieron en camino, siguiendo la estrella y comenzó de nuevo a «guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.» (Mt 2,9).
Lo importante es llegar a Dios por los caminos que Él nos indica. Su estrella no falla nunca y al verla con los ojos de la fe, podemos llenarnos de inmensa alegría como los Magos (cf. Mt 2,10).
El objetivo de nuestro camino es reconocer a Dios en las personas pequeñas e insignificantes para el mundo. Y, finalmente, adorar a Dios como Señor de nuestra vida y ofrecerle lo que somos y tenemos, como los Magos, que «entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra» (Mt 2,11).
Que la Virgen María nos ayude con su maternal intercesión a adorar a Dios-Trino, a descubrir su presencia entre los hombres y a proclamar a todos los pueblos de la tierra el camino hacia Cristo. Amén.