Envío de los profesores cristianos (Catedral-Málaga)

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la misa de envío de los profesores cristianos, que tuvo lugar el 23 de septiembre de 2017, en la Catedral de Málaga.

ENVÍO DE LOS PROFESORES CRISTIANOS
(Catedral-Málaga, 23 septiembre 2017)
Lecturas: Is 55, 6-9; Sal 144, 2-3.8-9.17-18; Flp 1, 20-24.27; Mt 20, 1-16.
(Domingo Ordinario XXV–A)

1.- Los planes del Señor y nuestros planes

El Señor nos advierte en boca del profeta Isaías: «Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos» (Is 55, 8).

En esta celebración participáis muchos fieles dedicados a la enseñanza: profesores de religión católica, profesores de los colegios diocesanos de la Fundación Victoria, maestros y profesores cristianos en escuelas estatales y concertadas. Conviene, al inicio del curso pastoral, reflexionar sobre los planes que nos hemos propuesto; y verificar si nuestros programas de trabajo están en sintonía con lo que Dios espera de nosotros.

El profeta Isaías afirma la enorme distancia que existe entre los planes de Dios y los de su pueblo: «Cuanto dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de los vuestros, mis planes que vuestros planes» (Is 55, 9). ¿Podríamos acortar, por nuestra parte, esa gran distancia? ¿Cómo hacerlo?

El mismo profeta nos enseña el camino: la conversión a Dios, «que es rico en perdón» (Is 55, 7). Tal vez contamos poco con Dios cuando hacemos nuestros planes; y después nos enfadamos con Él si no salen como queríamos nosotros. Debería ser al revés: primero preguntarle a Él qué quiere y después hacer lo conveniente.

2.- Educar en la alabanza y en la acción de gracias

Queridos profesores, maestros y padres, sois educadores integrales de quienes el Señor os ha confiado; y vuestra tarea es ayudar a crecer armónica e integralmente, a la luz del Evangelio y de la fe, a vuestros alumnos y a vuestros hijos.

El Salmo de hoy nos anima a bendecir y alabar a Dios, que es «clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad» (Sal 144, 8).

Me pregunto si nosotros enseñamos a nuestros educandos a ser misericordiosos y lentos a la ira. Si les educamos a vivir la misericordia divina, para saber acoger y perdonar al otro. Ya sabéis que nuestra sociedad está muy “judicializada”: se denuncia por todo, hasta por cosas que podrían resolverse en casa. Se denuncia contra todos: maridos contra mujeres y viceversa; padres contra hijos y viceversa; hermanos entre sí; y no digamos en el ambiente laboral, político o económico.

Necesitamos una sociedad más misericordiosa, más dada a la alabanza y a la acción de gracias a Dios, más dada al perdón a ejemplo del que recibimos de Dios. ¡Queridos educadores, tenéis una gran responsabilidad en este campo!

3.- Educar en la bondad

Hemos proclamado con el Salmo la bondad de Dios: «El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas» (Sal 144, 9). Si el Señor es bueno y cariñoso con todos, debemos gozar de ese amor, disfrutarlo y enseñarlo a los demás. ¿Somos conscientes de lo importante que es educar en la bondad y en el cariño, en el amor?

También nos dice el Salmo que Dios es justo: «El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones» (Sal 144, 17). Pero su justicia siempre salva, no es vengativa como la nuestra, sino perdonadora. Se dice en nuestra cultura que: “Quien la hace la paga”. Si Dios nos castigara por nuestros actos y tuviéramos que pagar por todas las maldades que hacemos, ¿qué sería de nosotros?
Como podéis comprobar, estas asignaturas de alabanza, bondad, cariño, perdón, fraternidad, no se encuentran en nuestros programas didácticos, ni se exigen en las evaluaciones. Pero esta es la gran novedad y la aportación más importante que debe hacer el educador cristiano, la Escuela Católica; éste debe ser nuestro sello como educadores cristianos.

4.- Recompensar según el estilo de Dios

El evangelio de hoy nos ha presentado la parábola de los obreros contratados para trabajar en la viña. El propietario sale a diversas horas del día para enviar trabajadores a su viña: al amanecer, a media mañana, a mediodía, a media tarde y al final de la misma (cf. Mt 20, 1-7); sale en todo el arco del día. El dueño ajusta con todos los trabajadores el mismo salario.

Parece que el ámbito del trabajo es un lugar donde se cometen muchas injusticias; donde se concede mayor valor a las ganancias que a la dignidad de las personas que trabajan.

Da la impresión que la parábola de Jesús vaya en la misma línea, pero si nos fijamos bien encontramos el verdadero sentido del trabajo y del capital; en esta parábola se defiende la verdadera igualdad entre las personas y el sentido de fraternidad.

Todos reciben la misma paga, sean fuertes o débiles, rindan más o menos, hayan empleado más o menos tiempo en su trabajo. Con ello se rompen los moldes de favorecer a quien tiene más fuerza o poder, a quien quiera imponerse sobre los demás o a quien tenga una actitud de egoísmo. Todos tienen derecho a gozar de los beneficios del Reino de Dios; y nadie debe ser excluido, como tantas veces habla el papa Francisco.

Dios es bondadoso y misericordioso y no actúa con los parámetros humanos, sino que supera infinitamente la lógica humana.

Nuestra relación con Dios no puede asentarse en una contraprestación de servicios con Él, ni en un contrato. Sin embargo, nuestra relación con Dios toma muchas veces la forma de contrato. Nosotros prometemos a Dios, para que Él cumpla; pero después somos nosotros los que no cumplimos lo que prometemos.

No nos ganamos el cielo con nuestras buenas acciones. A veces hemos escuchado: “Sé bueno y te ganarás el cielo”; eso no es cierto. Jesucristo ha obtenido la salvación para nosotros y nos la regala gratuitamente; es un regalo del Señor, porque Dios es rico en bondad y misericordia. Por tanto, hemos de vivir gozosos la bondad y el amor de Dios, que superan toda expectativa humana. Siendo conscientes de nuestra situación, podemos decir ciertamente que nuestros planes distan mucho de los planes de Dios.

En nuestra tarea de educadores y de padres de familia, queridos fieles, tendremos que tener presente esta forma de actuar de Dios, para acoger a todos por igual, sean más o menos inteligentes, más o menos buenos estudiantes, más o menos buenos hijos; más o menos espabilados. Todos deben recibir de nosotros el amor, la comprensión, el apoyo, el ánimo para crecer como personas.

En este inicio de curso pastoral pedimos a la Santísima Virgen, Santa María de la Victoria, que nos enseñe a cuidar de nuestros hijos y de nuestros educandos como lo hizo Ella con su Hijo Jesús. Amén.

 

+ Jesús Catalá

Obispo de Málaga

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