Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía de Navidad, celebrada en la Catedral de Málaga el 25 de diciembre de 2020.
NAVIDAD
(Catedral-Málaga, 25 diciembre 2020)
Lecturas: Is 52,7-10; Sal 97,1-6; Hb 1,1-6; Jn 1,1-18.
El Eterno entra en la historia
1.- Este año que está por terminar, queridos hermanos, ha sido azotado duramente por la pandemia del coronavirus; pero el Señor nos ha enseñado cosas muy importantes para nuestra vida.
Habíamos puesto el corazón en cosas caducas: la salud, el trabajo, el dinero, los proyectos, los viajes, las vacaciones y muchas cosas más; y todas ellas han fallado y se han ido al traste.
¿Qué ha permanecido en este tiempo tan duro y difícil? Ha permanecido la amistad, el altruismo, la solidaridad y el amor, en definitiva.
Los bienes terrenales son finitos y pertenecen al tiempo limitado; sin embargo, Dios es eterno y su amor también. Lo temporal caduca, mientras que el Eterno, Dios, permanece.
2.- En Navidad celebramos que Dios ha enviado al mundo a su Hijo, Jesucristo, para mostrarnos lo mucho que nos quiere y para hacer un mundo más fraterno y feliz. Dios viene a nosotros, porque quiere hacernos partícipes de su felicidad eterna.
El amor humano se fundamenta en el amor de Dios. Acoger al Amor eterno implica acoger al hermano necesitado, como dijo Jesús: «Cada vez que lo que hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,30).
Durante este tiempo de pandemia hemos vivido una larga Navidad, porque Dios se ha hecho presente en nuestros hermanos más necesitados a través de nuestro amor y solidaridad, como os decía en mi Mensaje de Navidad.
3.- El evangelista Juan nos recuerda hoy que: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14).
La Navidad nos invita a acoger la Palabra de Amor, que el Padre nos ha enviado. El Verbo eterno ha tomado forma humana, encarnándose en el tiempo y entrando en la historia. Jesucristo ha querido hacerse hombre y habitar entre los hombres, compartiendo su divinidad con nosotros.
Nace el Eterno en el tiempo para hacernos eternos a nosotros, que somos temporales. De otro modo no hubiéramos podido soñar la eternidad, en la que Dios vive en un eterno presente, amándonos, viéndonos, escuchándonos e invitándonos a compartir con Él su divinidad.
Si el Señor ha puesto en nuestro corazón el anhelo de la eternidad y de la felicidad eterna, es porque exista dicha felicidad. No tendría sentido que el ser humano anhelara la eternidad, si no existiera.
San Agustín nos invita a pasar de lo temporal a lo eterno, del mundo visible al mundo invisible: “Jesús yace en el pesebre, pero lleva las riendas del gobierno del mundo; toma el pecho, y alimenta a los ángeles; está envuelto en pañales, y nos viste a nosotros de inmortalidad; está mamando, y lo adoran; no halló lugar en la posada, y Él fabrica templos suyos en los corazones de los creyentes. Para que se hiciera fuerte la debilidad, se hizo débil la fortaleza… Así encendemos nuestra caridad para que lleguemos a su eternidad” (Sermo 190,4).
4.- Ante el misterio del Nacimiento, junto al Niño Jesús acostado en un pesebre (cf. Lc 2,16), demos gracias a Dios por su infinito amor hacia nosotros; por haber querido compartir nuestra miseria, menos en el pecado (cf. Hb 4,15), y haberse acercado a nosotros para hacernos partícipes de su felicidad, de su amor, de su paz y de su eternidad.
La liturgia del tiempo navideño, donde se contemplan los misterios del nacimiento y de la infancia de Jesús, nos ofrece una gran lección: el amor y la fraternidad. Los personajes bíblicos, María, José, los pastores, los magos y muchos otros, ofrecieron su fraternidad y su amor para que el Verbo hecho hombre fuera acogido en las tinieblas de la historia (cf. Jn 1,14) (cf. Papa Francisco, Discurso a la Curia Romana, 4. Vaticano, 21.12.2020). No todos reciben al Eterno que se encarna en la historia; porque hay gente que lo rechaza (cf. Jn 1,5). A nosotros se nos invita a acogerle y aceptarle.
5.- La Virgen María, la Madre de Jesús, hizo posible con su “sí” que el Verbo eterno entrara en la historia y se encarnara como hombre. Ella nos anima a acoger en el corazón al Verbo de la vida.
Como dice el evangelista Juan, hay gente que no acoge al “Dios-con-nosotros” (cf. Jn 1,11); pero a cuantos lo reciben, les da poder de ser hijos de Dios (cf. Jn 1,12). ¡Que todos nosotros seamos de aquellos que acogen al Hijo de Dios en su corazón, para poder ser hijos de Dios!
La Virgen María supo prescindir de muchas cosas temporales para acoger en su alma y en su seno al Dios-Eterno. María es nuestra Madre en la fe, que nos ayuda a distinguir lo caduco de lo eterno, lo temporal de lo que no pasa nunca, la falsa felicidad de la verdadera. Aprendamos de Ella a vivir bien la Navidad.
Pido al Señor que la celebración del Nacimiento de Jesús nos llene de alegría profunda, de paz y de esperanza.
¡Feliz Navidad a todos! Amén