Homilía del Obispo de Málaga en la Misa del alba de la cofradía del Cautivo.
Lecturas: Ez37, 21-28; Sal: Jr 31, 10-13; Jn 11, 45-57.
El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño
1. El pueblo cristiano de Málaga, fiel a su fe y a su tradición cofrade, se reúne en torno a la imagen del Cautivo en esta clásica plaza del barrio de la Trinidad. Hemos sido convocados por Jesús, el Cristo, el Mesías, a quien Dios ungió sacerdote, profeta y rey para redimir a la humanidad.
El profeta Ezequiel nos ha recordado una promesa que Dios hizo a su pueblo y que cumplió sobradamente: «Así dice el Señor Dios: Recogeré a los hijos de Israel de entre las naciones a las que marcharon. Los congregaré de todas partes para conducirlos a su tierra» (Ez 37, 21). El pueblo israelita había tenido que ir al destierro y se había dispersado. En las naciones extranjeras donde vivía, fuera de Israel, el pueblo no encontraba sosiego y paz para dar culto a su Dios. Las costumbres de las gentes paganas, entre las que convivían, no les ayudaban a ser fieles a sus creencias; más bien, eran tentados de apartarse de su fe.
El Señor, Dios celoso de su pueblo, quiere reunirlos de nuevo y seguir siendo el único Dios que reine en sus corazones. También nosotros, los cristianos de hoy, en este inicio del siglo XXI, nos alejamos de Dios, aceptando las costumbres paganas de nuestro tiempo y sirviendo a otros diosecillos (“ídolos y fetiches” les llamaba el profeta Ezequiel), que nuestra sociedad adora. Y también el Cristo-Cautivo nos llama hoy para congregarnos de nuevo bajo su mirada amorosa; podéis contemplar su imagen; Él nos mira a cada uno con mirada de amor, para recordarnos que la vida tiene un sentido sobrenatural y una dimensión eterna; la vida del hombre no termina aquí en este mundo, aunque muchos vivan como si así fuera. El Cautivo nos convoca para mostrarnos de nuevo su cuerpo maniatado y su frente ensangrentada, consecuencia de nuestros pecados.
2. Sigue el profeta diciéndonos, en nombre de Dios, que quiere que haya un solo rey en nuestro corazón: «Haré de ellos una sola nación en mi tierra (…). Un solo rey reinará sobre todos ellos» (Ez 37, 22). Queridos malagueños, si hoy aclamamos al Cautivo como salvador nuestro, hemos de entronizarle también en nuestro corazón como rey nuestro.
El pueblo de Israel se contaminó con la forma de vivir de las gentes paganas, pero Dios los purificó: «No volverán a contaminarse con sus ídolos –decía el profeta–, sus acciones detestables y todas sus transgresiones (…). Los purificaré, ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios» (Ez 37, 23). Tal vez nos hemos comportado con actitudes impropias de un cristiano; tal vez nos hemos contaminado, casi sin darnos cuenta, de la ideología contraria a la fe.
En el desastre provocado hace un mes por el “tsunami” en Japón se han detectado niveles altos de contaminación radioactiva; las personas que la sufren no son capaces de descubrirla, si no es con instrumentos adecuados; lo que sí pueden apreciar más fácilmente son las nefastas consecuencias en su cuerpo. En el ámbito moral sucede algo similar: alguien puede estar contaminado con actitudes de pecado y no darse cuenta. Un cristiano puede estar siendo impactado por radiaciones contrarias a la fe y no ser consciente de ello, porque vive en un ambiente permeado de ideología agnóstica o atea y le entra por ósmosis en su alma.
La celebración de esta fiesta litúrgica del Cautivo puede ayudarnos a descubrir las ideas que nos tienen esclavizados, las cuerdas que mantienen nuestras manos atadas, las modas que han dejado nuestro corazón cautivo, el estilo de vida que nos tiene amordazados. Pedimos a Cristo-Cautivo que nos libere de tales ataduras y que nos haga gozar de su compañía y libertad.
3. Cuando la imagen del Cautivo atraviesa el puente de La Aurora se puede apreciar una inmensa multitud de personas que lo acompañan o lo esperan: cofrades con su vestimenta propia, devotos en actitud piadosa, fieles que elevan su oración, penitentes que agradecen algún favor, transeúntes que curiosean el paso de la procesión, turistas que intentan inmortalizar aquel momento con sus fotos, extranjeros que preguntan quién congrega a tanta gente en Málaga.
La imagen del Cautivo pasa majestuoso, casi deslizándose por encima de las cabezas de los presentes, como si caminara otrora por encima de las aguas en el lago de Genesaret. El Maestro congrega en torno a sí una gran muchedumbre, atrayendo las miradas de todos. Él es el Pastor de las ovejas dispersas, que ahora se apiñan a su paso; se cumple la profecía de Ezequiel, que hemos escuchado, queridos hermanos: «Mi siervo David –nuestro Cautivo– será su rey, el único pastor de todos ellos» (Ez 37, 24).
¡Cristo-Cautivo, Pastor y Maestro nuestro, dirige nuestros pasos tras los tuyos; instrúyenos con tus enseñanzas; enséñanos a caminar según tus preceptos (cf. Ez 37, 24); guíanos por las sendas del bien; y dirige nuestro corazón hacia el tuyo! Jesús mismo nos ha dicho: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10, 11). Queremos abandonar las sendas tortuosas, que nos apartan de tu presencia benefactora. ¡Ojalá el pueblo malagueño se deje guiar, durante todo el año, por tan sublime Pastor! Este es nuestro deseo, que hacemos oración ferviente, en esta mañana primaveral.
4. En la tradición bíblica el tema del pastor aparece con mucha fuerza. La relación entre pastor y rebaño no es sólo de tipo económico, por el interés de unos beneficios; sino que desarrolla una relación especial entre el pastor y su rebaño, que pasan los días juntos y recorren los mismos caminos. Las ovejas tienen larga vida, porque el pastor quiere de ellas su lana y su leche; no las mata en edad corta, sino que pasan muchos años juntos; el pastor acaba conociendo a cada oveja y ésta reconoce y distingue la voz de su pastor. Los beduinos del desierto nos brindan hoy una idea de la que fue, en un tiempo, la vida de las tribus de Israel.
Esto explica por qué Dios se ha servido de esta imagen del pastor para expresar su relación con la humanidad. Uno de los salmos más bellos del Salterio describe la seguridad y confianza del creyente al tener a Dios como pastor: «El Señor es mi pastor, nada me falta» (Sal 22). Por eso le pedimos al Señor que nos guarde como un pastor cuida de su rebaño, como hemos recitado en el Salmo interleccional.
5. El hombre de hoy, creyéndose plenamente autónomo y libre, rechaza con desdén la idea de rebaño, pero no se percata de que está inmerso en el gregarismo. Uno de los fenómenos más evidentes de nuestra soc
iedad es la masificación; y nos dejamos guiar de manera impensable por todo tipo de manipulación y de persuasión oculta.
La sociedad crea modelos de bienestar y de comportamiento; propone objetivos de progreso; incita a un tipo de vida ideal. Y muchas personas siguen, sin darse cuenta y sin pensar, estos modelos; van detrás de ellos, pensando que, de este modo, encontrarán la felicidad añorada; temen perder el paso y quedarse atrás; les duele no estar a la moda; manifiestan ansiedad si no utilizan el último producto del mercado; viven condicionados y secuestrados por la publicidad; asumen pautas de conducta y de hábitos en la vida diaria, regidos por el criterio de “la mayoría”, por la simple razón de que todos lo hacen. Una mirada distanciada al ritmo de la vida cotidiana nos presenta una imagen de sociedad gregaria, cuyos miembros se mueven al son de la música de unos pocos, que dominan al conjunto con sus “slogans”, con sus ideologías, con sus leyes y con sus modas.
6. ¿Cómo salir, queridos malagueños, de esa rueda, que gira y gira y que nos aplasta, sin darnos cuenta? Tenemos al Buen Pastor, Cristo-Cautivo, que nos propone hacer con Él una experiencia de liberación. Pertenecer a su grey no es vivir dominado, ni caer en la masificación, sino respirar el aire de la libertad verdadera. San Pablo nos ha dicho con mucha claridad: «Para ser libres nos ha liberado Cristo» (Gál 5, 1). Quien quiera vivir en verdadera libertad, que siga a Jesucristo, que siga al Cautivo. Deseo que todos los que contemplan y siguen al Cautivo, cuando se pasea por las calles de nuestra ciudad, sean conscientes de lo que nos ofrece: la libertad, que él ganó con su muerte en la cruz. Las ligaduras que atan sus manos él las desató de las nuestras. Cristo ha roto las cadenas de la muerte, del pecado y del abismo. Cuando contempléis su imagen por nuestras calles, esa figura andante entre tantos miles de personas, percibid el anuncio de la vida resucitada y una invitación a seguirle en libertad, porque «donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad» (2 Co 3, 17).
Algunos coetáneos nuestros piensan que los cristianos vivimos esclavizados por los preceptos divinos y por las normas de la Iglesia; pero no quieren aceptar que ellos mismos viven esclavos de sus propios deseos. Sin embargo, quien sigue el Evangelio de Jesucristo alcanza la auténtica libertad, porque la creación entera vive en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción, «para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8, 20-21), como nos dice San Pablo. Queridos fieles y devotos del Cautivo, pedimos hoy a Cristo-Cautivo que nos abra los ojos de la mente y del corazón, para que podamos percibir la vida que nos ofrece y la riqueza que nos otorga. ¡Que la Virgen María, nuestra Madre y la de Cristo, nos anime a seguir al Maestro y Pastor de nuestras almas y nos acompañe siempre en este camino! Amén.
+ Jesús Catalá
Obispo de Málaga
Parroquia San Pablo-Málaga, 16 abril 2011