Domingo de Pascua

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, Jesús Catalá, el Domingo de Pascua, 16 de abril de 2017, en la Catedral de Málaga.

DOMINGO DE PASCUA

(Catedral-Málaga, 16 abril 2017)
Lecturas: Hch 10, 34.37-43; Sal 117, 1-2.16-17.22-23; Col 3, 1-4; Jn 20, 1-9.

Vivir la alegría pascual
1.- Según narra el evangelista Juan, testigo directo de los hechos de la Pascua de Jesús, se acercó con el apóstol Pedro al sepulcro, donde había sido colocado el cuerpo inerte de su Maestro. María Magdalena les había informado que la losa estaba quitada del sepulcro (cf. Jn 20, 1-3).

Era el «primer día de la semana» (Jn 20, 1); es decir, el día siguiente del sábado judío. Desde entonces los cristianos llamaron este día con el nombre de “Día del Señor” (Dominus/Domingo).

La “tumba vacía” es signo de la resurrección, que los discípulos comprobarán en las distintas apariciones de Jesús glorioso (cf. Mc 16, 9-14; Jn 21, 2-14).

Los lienzos en el suelo y el sudario enrollado en su sitio (cf. Jn 20, 6-7) son otros signos que la mirada atenta del discípulo amado, Juan, capta con todo detalle y nos lo transcribe; y le llevan a creer que Jesús había resucitado (cf. Jn 20, 8). Esos mismos lienzos (Sábana Santa) y el sudario serían recuperados más tarde para ser venerados por la fe de los creyentes y como prueba de la pasión y muerte del Señor. También pueden ser para nosotros “signos”, que nos ayuden a creer en Jesús resucitado, según las Escrituras (cf. Jn 20, 9).

2.- La humanidad exulta de alegría al escuchar la buena noticia de la resurrección, que el ángel anuncia a las mujeres: «No temáis; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado, como había dicho» (Mt 28, 5-6). El crucificado ha vencido la muerte y sale victorioso del sepulcro.

La divinidad de Jesús, escondida en su humanidad pasible, aparece con todo su esplendor y gloria. El Resucitado ha cumplido la voluntad de su Padre. Sufriendo en la cruz y obedeciendo fue llenado de gloria en la resurrección, como canta el himno de la carta a los Filipenses (cf. Flp 2, 6-11). La Iglesia nos invita a cantar con gran alegría el “Alleluia” pascual, expresión gozosa de la resurrección de Jesús.
¡Vivamos la alegría de la Pascua, queridos hermanos! ¡Alegraos en esta gran fiesta de la Pascua de Resurrección! ¡Cristo ha resucitado y nos ha salvado! ¡Cristo, vencedor del pecado y de la muerte ha resucitado y nos ha devuelto a la verdadera vida!

Demos gracias a Dios, como nos ha invitado el Salmo: «Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterno su amor» (Sal 117, 1). ¡Celebremos con alegría este tiempo de pascua, que hoy comienza!
3.- Es cierto que la vida humana presenta muchas dificultades que obstaculizan la alegría. Pero también es cierto que Jesucristo nos ha ofrecido la posibilidad de vivir con alegría. Debemos permitir que se despierte en nosotros la alegría de la fe “como una secreta, pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias” (Francisco, Evangelii gaudium, 6).

El Papa Francisco dice que “hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua”. ¡No debe ser así para nosotros! Para vivir con alegría no es necesario que todo salga bien según nuestros planes, ni que deban darse unas condiciones exigentes sin las cuales no sea posible la alegría. Se puede vivir la alegría pascual en medio de las dificultades y los problemas de la vida; en la enfermedad y el dolor; en la lejanía de los seres queridos; incluso en la penuria. No es más feliz quien más tiene, sino quien sabe conformarse con lo que tiene.

Como dijo ya el papa Pablo VI, vivimos en una sociedad tecnológica que «ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría» (Pablo VI, Gaudete in Domino [1975], 8).

El encuentro con Jesús Resucitado es fuente de alegría, como dice el papa Francisco: “Sólo gracias a ese encuentro —o reencuentro— con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero” (Evangelii gaudium, 8). Y esa misma experiencia nos lleva a comunicarla y a compartirla con los demás

4.- ¡Queridos fieles, feliz Pascua de Resurrección! Jesucristo ha resucitado y ha llevado a feliz término el maravilloso intercambio que nos salva: haciéndose hombre nos ha hecho hijos de Dios; y muriendo y resucitando nos ha otorgado la vida eterna. La misericordia entrañable de nuestro Dios nos ha unido consigo en la persona de su Hijo y nos ha hecho partícipes de su gracia.

Siguiendo la exhortación de san Pablo, anhelemos los bienes de arriba: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios» (Col 3, 1).

Pedimos hoy al Señor que nos conceda vivir resucitados, como verdaderos hijos suyos, santos e irreprochables en su presencia (cf. 1Tes 3, 13). Desde la experiencia de resucitados podremos anunciar a nuestros hermanos la alegría de la buena nueva, compartiendo con ellos el gozo de la Resurrección del Señor.

Las palabras que el ángel dijo a las mujeres el primer día de Pascua, las escuchamos hoy dirigidas a nosotros: «No temáis: Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (Mt 28, 9-10).
Unidos a la Virgen María, quien mantuvo la esperanza en la resurrección, le pedimos que nos acompañe en este tiempo pascual, para vivir con alegría la presencia y el encuentro con el Resucitado. Amén.

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