«Dios llama y necesita colaboradores para anunciar la alegría del Evangelio»

«¡Queridos jóvenes, seguid la llamada del Señor y no quedaréis defraudados; antes bien seréis colmados de alegría y de paz!», dijo el obispo de Málaga, Mons. Catalá, en la homilía que pronunció en la Catedral de Málaga el pasado domingo 16 de marzo, Día del Seminario. «Dios llama y necesita colaboradores para anunciar la alegría del Evangelio y el gozo de la salvación a la humanidad. Necesita jóvenes generosos y dispuestos a confiar en Él. Necesita sacerdotes sabios y santos», afirmó el obispo en su homilía.

DÍA DEL SEMINARIO

(Catedral-Málaga, 16 marzo 2014)

Lecturas: Gn 12, 1-4; Sal 32; 2 Tm 1, 8b-10; Mt 17, 1-9.

(Domingo Cuaresma II – A)

1. El libro del Génesis narra la vocación de Abrahán, a quien le dice el Señor: «Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré» (Gn 12, 1). El Señor le llama por su nombre propio y esta llamada supone una ruptura con la propia vida. El Señor le desinstala; le invita a abandonar su tierra, para conducirlo a una tierra nueva, a una vida nueva, a una misión nueva. Abrahán obedece al Señor, porque confía en Él; se fía de Dios: «Marchó como le había dicho el Señor» (Gn 12, 4). Es obediente y diligente para realizar lo que Dios le pide. A pesar del miedo a lo desconocido, Abrahán renuncia a su comodidad y manifiesta su absoluta disponibilidad a la llamada de Dios. Su respuesta proviene de la fe, de fiarse de Dios y aceptar sus mandatos y planes.

2. También Dios nos llama a cada uno de nosotros. Nos invita a salir de nuestra situación cómoda, de nuestra actitud independiente y autónoma respecto a Él; nos invita a aceptar su voluntad en nuestra vida. Cada uno tiene sus propios planes en la vida; pero el Señor le invita, como a Abrahán, a una vida más allá de propio entorno y más allá de su plan de vida. A Abrahán le propone salir de su casa paterna y de su tierra; a los primeros discípulos les apremió a dejar las redes y la barca (cf. Mt 4, 21-22), para que le siguieran y enviarlos como apóstoles suyos. A vosotros, queridos seminaristas, el Señor os ha llamado para que salgáis de la casa paterna y vayáis a ejercer el ministerio sacerdotal, donde la Iglesia os necesite.

3. Las diócesis españolas celebramos hoy el Día del Seminario, que suele celebrarse en torno a la festividad de San José. Esta jornada se celebra desde el año 1935; desde entonces cada año tiene un nuevo lema, pero con el mismo objetivo: suscitar vocaciones sacerdotales y pedir al dueño de la mies que envíe obreros a su mies (cf. Mt 9, 37-38). Para esta ocasión se ha elegido como lema «La alegría de anunciar el Evangelio», en sintonía con la exhortación apostólica «Evangelii gaudium» del papa Francisco, quien nos recuerda: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (n.1). Los jóvenes que el Señor llama para ejercer el ministerio sacerdotal, están invitados a servir el Evangelio con alegría. El Señor os llenará el corazón y os abrirá el alma, para anunciar la fe y el amor, que habéis recibido. Se trata de un camino hermoso y de una aventura llena de gozosas sorpresas. ¡Queridos jóvenes, seguid la llamada del Señor y no quedaréis defraudados; antes bien seréis colmados de alegría y de paz! Todos los cristianos y, de manera particular los seminaristas y sacerdotes, debemos entrar en lo que el papa Francisco llama «en el río de alegría», que brota del amor de Dios y se ha manifestado como amor hasta el extremo en la cruz de Cristo. Entremos en el río de alegría, como gotas que forman ese río.

4. El papa Francisco, en el reciente discurso que nos dirigió con motivo de la Visita Ad limina, haciendo mención del documento de los obispos españoles «Vocaciones sacerdotales para el siglo XXI» (2012), remarcaba el interés de los obispos por la pastoral vocacional: «Es un aspecto que un obispo debe poner en su corazón como absolutamente prioritario, llevándolo a la oración, insistiendo en la selección de los candidatos y preparando equipos de buenos formadores y profesores competentes». Queridos fieles, os pido que asumáis conmigo esta preocupación e interés por nuestro Seminario. Nuestra Diócesis necesita nuevos sacerdotes, santos y sabios, que os ayuden a celebrar y a vivir la fe; a acompañaros en los momentos más importantes de vuestra vida; a iniciar e instruir a niños y a jóvenes en el camino del seguimiento del Señor Jesús; a consolar y estar cerca de los enfermos y ancianos; a ayudar a los necesitados; a perdonar a los pecadores; y a tantas otras cosas, propias del ministerio sacerdotal. La Iglesia nos exhorta hoy a pedir nuevas vocaciones y a rezar por los candidatos al sacerdocio ordenado, para que sean fieles a la llamada y vivan con gozo el seguimiento del Señor.

5. El Evangelio de hoy, en este segundo domingo de Cuaresma, nos presenta la Transfiguración del Señor en el monte Tabor. El anuncio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús ha dejado tristes y desconsolados a sus discípulos. Muchos le habían abandonado y habían dejado de ser sus discípulos; y los que permanecieron se sentían inseguros y apenados. En este contexto Jesús revela a tres de sus íntimos apóstoles la gloria de Dios en su rostro trasfigurado (cf. Mt 17, 1-2). Pedro, Santiago y Juan contemplan anticipadamente la gloria del Resucitado; y esta experiencia les da fuerzas para afrontar los acontecimientos dolorosos de la pasión y muerte de su Maestro. Pero también comprenderán que no hay más camino para la resurrección que pasar por la pasión y la cruz: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12, 24), decía el Señor Jesús.

La voz del cielo les invita a escuchar al Hijo amado del Padre: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo» (Mt 17, 5). Dios-Padre nos invita también hoy a nosotros a escuchar la voz del Hijo amado. Esta voz es la del buen pastor, que guía a sus ovejas, las cuida y da la vida por ellas (cf. Jn 10, 11-16); es la voz del Maestro, que es la Verdad y la Vida y enseña lo que ha oído del Padre (cf. Jn 15, 15).

6. ¡Qué bien se está aquí, dijo el apóstol Pedro en la transfiguración del Señor! ¡Qué bien se está aquí, podemos decir los cristianos, celebrando la Eucaristía con el Señor, transubstanciado su cuerpo y sangre bajo las especies de pan y vino! ¡Qué bien se está aquí, siendo discípulo del Señor! ¡Qué bien se está aquí, caminando por la vida junto a Jesús resucitado! ¡Qué bien se está aquí, queridos jóvenes, siguiendo a Cristo como Maestro y respondiendo a su llamada! ¡Qué bien se está sirviéndole como sacerdotes! Si los jóvenes comprendieran esta verdad, muchos más dirían que sí al Señor. Vosotros, queridos seminaristas, habéis aceptado su llamada; ahora mantened vuestra palabra y vuestra respuesta.

7. ¡Queridos jóvenes y estimados seminaristas, escuchad esta voz del Maestro y Señor! Esa voz os enseñará todo lo que tenéis que hacer; ella os instruirá en lo que tenéis que saber, para comunicarlo a vuestros contemporáneos. Al igual que en otras épocas de la historia de la salvación, el Señor sigue llamando hoy a jóvenes; hay que ayudar a los jóvenes a que escuchen la voz de Dios, porque sigue llamando. Algunos se tapan los oídos para no escucharlo. Dios sigue llamando para ser instrumentos suyos y continuar la misión de los apóstoles como sacerdotes. Dios llama y necesita colaboradores para anunciar la alegría del Evangelio y el gozo de la salvación a la humanidad. Necesita jóvenes generosos y dispuestos a confiar en él. Necesita sacerdotes sabios y santos. En este Día del Seminario pedimos al Señor que llame a jóvenes valientes
e intrépidos, que estén dispuestos a seguirle y a continuar la misión de Jesucristo en la vida sacerdotal. Y rezamos por la fidelidad de los que ya le han respondido, aceptando su llamada. Pedimos a la Santísima Virgen María que proteja con su maternal intercesión a los seminaristas; que los acompañe en su proceso de maduración y de discernimiento vocacional; y que les anime a participar después en los duros trabajos del Evangelio, como exhortaba el apóstol Pablo a su gran amigo Timoteo.

Amén.

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