Homilía de Mons. Jesús Catalá, Obispo de Málaga, en el Día del Seminario
DÍA DEL SEMINARIO
(Catedral-Málaga, 13 marzo 2016)
Lecturas: Is 43, 16-21; Sal 125, 1-6; Flp 3, 8-14; Jn 8, 1-11.
(Domingo Cuaresma V-C)
1. Llamados a realizar una misión
Celebramos en todas las diócesis de España el “Día del Seminario”. Por eso están presentes los seminaristas mayores y menores. El Señor nos llama a todos a una misión, asignada por Él mismo: todos somos hijos, unos son padres, cada uno tiene la tarea de ir transformando el mundo en sus diversos ámbitos (social, económico, político, empresarial, las artes, las ciencias, la literatura). Todos, como fieles cristianos, tenemos la misión de ir transformando el mundo que nos hemos encontrado; pero esta transformación no debe regirse según los propios deseos o intereses, sino según Dios quiere que sea transformado, es decir, según la luz del Evangelio.
En esa multitud de vocaciones el Señor llama a unos al ejercicio ministerial, a otros a la vida de especial consagración, a otros al matrimonio. Hoy le pedimos al Señor por los que Él llama a la vida ministerial sacerdotal.
Vosotros, queridos seminaristas, habéis recibido una llamada especial para consagraros al Señor y dedicaros al ministerio sacerdotal. Esta llamada implica una novedad; todos los bautizados hemos recibido una llamada y un compromiso; pero partiendo de esa llamada bautismal, el Señor os hace una nueva llamada.
Dios está realizando en vosotros algo nuevo, que tal vez apreciáis día a día, lentamente; pero os está preparando para la misión a la que os envía. Es necesario ir asumiendo esta llamada y purificando nuestro corazón de las cosas, afectos, proyectos, que nos puedan apartar del camino que Cristo nos indica.
Vosotros, una vez transformados, podréis ser instrumentos de transformación para otros; podréis dar de beber a los sedientos la Palabra de Dios y ofrecerles el agua bautismal que regenera y hace hijos de Dios. Hemos escuchado el texto del profeta Isaías: «Pondré agua en el desierto, corrientes en la estepa, para dar de beber a mi pueblo elegido» (Is 43,20). ¡Qué misión más preciosa convertir el desierto en jardín, donde reverdezcan los valores cristianos, donde haya frutos de amor y de paz, los dones del Espíritu, las bienaventuranzas y las obras de misericordia! El Señor os invita a transformar nuestra sociedad, que a veces parece un desierto, en un vergel. A eso estamos llamados todos; pero los sacerdotes de modo especial.
Por eso hemos exclamado como el Salmo 125: El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres. Cuando cantemos este Salmo no pongamos caras tristes.
2. Capaces de darlo todo por Cristo
Hemos escuchado un texto de la carta a los Filipenses de san Pablo, quien descubrió que lo más importante en la vida era estar con Cristo; por eso decía: «Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo» (Flp 3,8).
Nada apreciaba más en el mundo que vivir en Cristo, queriendo asemejarse a Él, sufriendo sus padecimientos y muriendo su misma muerte (cf. Flp 3,10).
Era consciente de no haber alcanzado aún el objetivo, pero luchaba por obtenerlo. Decía: «No es que ya lo haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo» (Flp 3,12).
Para seguir a Cristo todos tenemos que renunciar a algo; considero que no renuncia más el sacerdote o el religioso que el cristiano laico. A todos nos toca renunciar a algo, como nos recuerda Pablo, que todo lo considera basura comparado con el amor de Cristo. Cada uno de vosotros, ¿estáis dispuestos a renunciar a ciertas cosas por Cristo, aunque aparentemente sean de mucho valor? Pero tengamos en cuenta que nada tiene valor en comparación con la amistad de Cristo. Es mucho más importante el amor de Cristo y seguir su llamada. No debemos quejarnos por renunciar a algo. Más bien el Señor nos concede a todos una perla preciosa, más valiosa que lo que tenemos. El comerciante en perlas vendió todo lo que tenía para comprar una perla preciosa de gran valor (cf. Mt 13, 45), porque la perla tenía mucho más valor que todo lo que él tenía.
Lo que nos regala Cristo, queridos fieles y seminaristas, es una perla de infinito valor y nada se puede comparar a esa perla.
3. Tercer aniversario de la elección del papa Francisco
Además del Día del Seminario celebramos otra efeméride. ¿Quién lo sabe? Hoy hace tres años ocurrió un acontecimiento importante en la Iglesia: la elección del nuevo Papa; fue elegido Obispo de Roma el cardenal Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires.
Vamos a rezar por él, quien dejó su tierra para servir a la Iglesia como representante de Cristo y sucesor de san Pedro. Pedimos a Dios por él, para que le ayude, le ilumine y le dé su fuerza. Podéis imaginar lo difícil que es ser cabeza de la Iglesia visible; y necesita, por tanto, la fuerza del Espíritu para la entrega generosa de cada día.
Cada Papa es un regalo del Señor a la Iglesia. Ahora tenemos al papa Francisco, que es un gran regalo. ¡Demos gracias al Señor y recemos por él, como tantas veces nos lo pide!
4. Ser misericordiosos como el Padre
Hemos escuchado en el evangelio el diálogo entre Jesús y los escribas y fariseos, quienes le presentaron un día una mujer sorprendida en adulterio y le preguntaron qué hacer con ella, para poder acusarlo; poco les importaba la mujer. La respuesta de Jesús fue: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra» (Jn 8,7).
Se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Cuando Jesús quedó solo con la mujer, viendo que nadie la había condenado, le dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (Jn 8,11).
¡Cuántas veces, queridos hermanos, condenamos a las personas, incluso antes de conocer la verdad de los hechos y de haberse formado un recto juicio! ¡Cuántas veces los medios de comunicación condenan sin tener los datos ciertos! Se ha convertido en una moda enjuiciar cualquier rumor; y después no es verdad. Nosotros nos unimos a esas condenas, quitándoles a los interesados la fama y el honor. No podemos caer en la condena, no nos corresponde a nosotros juzgar. El juicio es de Dios.
La Iglesia practica la misericordia en dos grandes áreas: la acogida de los pecadores y la atención a los necesitados. La mentalidad contemporánea es sensible a las necesidades materiales; pero no lo es tanto en el ejercicio de la misericordia para con los pecadores. La conciencia de pecado se ha difuminado, porque desaparece el sentido de Dios; ambos van unidos. Los mismos que se confiesan católicos sostienen a veces que algo no es pecado, porque la sociedad no lo considera como tal; pero lo es en verdad.
Para Jesús el pecado es una tragedia que degrada al ser humano al separarlo de Dios y despojarlo de su condición de hijo. El pecado es un mal en sí mismo; deja tras de sí una situación personal y social que degenera la realidad y daña y envilece a la persona pecadora y a sus víctimas. Jesús se opone al pecado y quiere erradicarlo; pero ante el pecador se inclina, lo acoge y perdona. Hemos de aprender esta lección: no al pecado, pero sí acercarse al pecador. Todos somos pecadores y necesitamos la conversión.
5. Enviados a reconciliar
El lema de la campaña del Día del Seminario para este año es: “Enviados a reconciliar”. Al hombre que busca a Dios hay que ayudarle para que se encuentre con Él. Al hombre que busca reconciliarse con Dios hay que ayudarle; estamos l
lamados a reconciliar. Todos podemos ayudar a otros a reconciliarse con Dios, a recuperar la comunión con Él.
En la vida pública de Jesús encontramos los primeros signos de la admirable eficacia del encuentro con Jesús y los efectos de la misericordia del perdón. El perdón facilita el encuentro; la experiencia del encuentro alienta la confesión de la fe y el obsequio del amor a Dios y al hermano (cf. Francisco, Evangelii gaudium, 7).
Dios es un Padre de ternura y de misericordia, tal como lo estamos celebrando en este Jubileo de la Misericordia, en el que se nos invita a ser misericordiosos como el Padre. Jesús es el Señor a través de quien descubrimos la paternidad y la misericordia de Dios; Jesús es el rostro de la misericordia del Padre (cf. Francisco, Misericordiae vultus, 1).
La sentencia que Jesús le dirige a la pecadora «tampoco yo te condeno» (Jn 8, 11), la regenera y la salva. Y la recomendación de «anda y no peques más» (Jn 8, 11) es la invitación a iniciar de nuevo la vida como una peregrinación hacia el amor de Dios.
Esto que vale para todo bautizado, resulta para el sacerdote una misión especial, a la que estáis llamados los seminaristas. El sacerdote es un amigo del Señor, llamado a continuar su misión sacramentalmente, eficazmente, realmente: reconciliar al hombre con Dios y construir su reino. Debe sentir su debilidad y saber que su misión se dirige hacia los más necesitados, para brindarles ayuda, que es «la primera misericordia de Dios» (Francisco, Evangelii gaudium, 198); y se dirige también hacia los pecadores, que son los más necesitados de amor y de perdón, para invitarlos a regresar a la casa del Padre.
Queridos seminaristas, estáis llamados a reconciliar. Aprended antes a reconciliaros con Dios (cf. 2 Co 5, 20); dejaos reconciliar con Dios en la vida, en la oración, en la lectura de la Palabra, en el estudio, en el sacramento de la penitencia y en la eucaristía. Solo así podréis después ser instrumentos de reconciliación de los hombres con Dios.
Pedimos a la Santísima Virgen María su poderosa y maternal intercesión, para que nos ayude a responder con generosidad a la llamada del Señor y a servir con fidelidad en la misión que se nos confía a cada uno. Le rezamos la conocida oración: “Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos” (Todos repiten esta oración). “Madre de la misericordia, ruega por nosotros” (Todos repiten esta oración). Amén.