Corpus Christi

Homilía del Obispo de Málaga, Mons. Jesús Catalá Ibáñez, en la Catedral, el 2 de junio de 2013.

Lecturas: Gn 14, 18-20; Sal 109, 1-4; 1Co 11, 23-26; Lc 9, 11-17.

Eucaristía, misterio de la fe

1. La liturgia de la festividad del Corpus nos anima a vivir la realidad mistérica a través de los signos, percibidos por los sentidos: con la vista percibimos las imágenes, las figuras, las acciones litúrgicas; con el olfato apreciamos el perfume de las flores y del incienso; con el oído gozamos de la música y del canto, y captamos el significado de la palabra proclamada y explicada. Pero nuestros sentidos corporales no alcanzan a percibir la presencia misteriosa, pero real de Cristo en la eucaristía. Santo Tomás nos dice que en la eucaristía fallan todos los sentidos, y que tan sólo por el oído se acepta el dato de la fe, como reza la estrofa del «Adoro te devote»: «La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces; sólo con el oído se llega a tener fe segura».

En la celebración de la eucaristía, después de la consagración, el sacerdote proclama que lo celebrado es «misterio de la fe». La presencia real de Cristo en la eucaristía solo se puede aceptar por fe. En este Año de la Fe la Iglesia nos exhorta a purificar nuestra fe y a profundizar en nuestra relación personal con Jesucristo. Creemos en una persona; aceptamos a una persona; amamos a una persona, Jesucristo. La fe no es la aceptación de algo etéreo, o de unos contenidos, o de unas verdades, sino que es una relación personalísima con Dios, que es trino.

La escucha y la meditación de la Palabra de Dios nos hace capaces de llegar a creer y aceptar lo que ha dicho el Hijo de Dios. La fe viene por la escucha de la palabra, como dice san Pablo: «La fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo» (Rm 10,17). En este curso pastoral tenemos también como prioridad el acercarnos a la Palabra de Dios para conocerla mejor, para entenderla mejor, para contemplarla, para meditarla y que no ayude después a vivir como cristianos.

Seguimos invitando a los fieles para formar grupos de «Lectio divina», grupos de lectura orante de la Palabra de Dios; además de hacerlo privadamente.

2. La eucaristía es misterio y acontecimiento, que exige el obsequio de la fe. En ella se nos ofrece el beneficio de la redención y de la santificación. La eucaristía es la prueba del amor, que Jesucristo nos tiene, al darse como víctima y altar en favor de toda la humanidad.

La eucaristía es signo y sacramento del amor entrañable de Jesucristo, que ofrece su cuerpo y reparte el pan de vida, convirtiendo en hijo de Dios a quien lo recibe, en virtud del misterio pascual de su muerte y resurrección.

La eucaristía es celebración comunitaria y eclesial del misterio pascual de la fe. Como dice san Pablo: «Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva» (1 Co 11,26).

La eucaristía es aceptación del misterio de fe y contemplación del amor divino, en el que nos sentimos acogidos, conocidos y amados. Este amor de Dios hacia nosotros nos capacita para dar respuesta a las preguntas existenciales de la vida: al sentido del dolor, del sufrimiento, de la muerte; para aceptar nuestra fragilidad humana; para ser transfigurados y divinizados en el Espíritu de Dios; para disfrutar ya desde ahora de la prenda de la vida futura. El pan eucarístico es prenda de la vida eterna, que se goza ya en la tierra. Nos hemos parado poco a meditar que la vida eterna ya la estamos gozando, aunque sea en prenda y no totalmente. La vida eterna no es solo para el más allá, para después de la muerte temporal. Jesucristo nos la regala ya aquí, ahora, en el pan eucarístico.

Este mismo amor de Dios nos lleva a ser agradecidos y a entregarnos en favor de todos, sin protagonismos, en actitud de humilde y sencillo servicio; este amor nos enseña a adorar a Dios y amarlo con todo nuestro ser, amando al prójimo como a nosotros mismos.

3. Hemos escuchado hoy el relato del evangelio de san Lucas (9,11-17), en el que Jesús pide a sus apóstoles una colaboración especial, para dar de comer a una gran multitud. Este pasaje está enmarcado en el contexto de la colaboración de los apóstoles en el anuncio del reino de Dios y en la curación de enfermos.

A pesar de la intención por parte de los apóstoles de despedir a la gente, Jesús les anima a ser sus colaboradores directos y les pide: «Dadles vosotros de comer». Ellos replicaron que no disponían de recursos: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para toda esta gente» (Lc 9,13).

Pero Jesús alaba y bendice al Padre para multiplicar los dones ofrecidos: «Tomando él los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente» (Lc 9,16).

El propio Jesús anima a sus apóstoles a colaborar con Él y ellos corresponden, ejecutando su mandato: «Lo hicieron así y dispusieron que se sentaran todos» (Lc 9,15). Son también ellos quienes reciben de Jesús el pan para su distribución entre la gente.

El Señor nos invita a todos a que colaboremos en la distribución de los bienes, que Él nos regala. Podemos poner la pega de que tenemos poco para tantas necesidades; y él nos dirá como a los apóstoles: Dadles de comer; poned lo poco que tengáis; dad gracias a Dios; pedidle al Señor y Él lo multiplicará. En este tiempo de dificultad el Señor nos anima a esta colaboración estrecha con Él.

Los apóstoles se fían plenamente de Jesús, aunque no conocían la solución. El Señor nos anima a fiarnos de Él; a colaborar estrechamente con Él, para dar solución a las necesidades de nuestros hermanos; a poner manos a la obra, con los pocos medios de que dispongamos. No importa tener solo cinco panes; lo que importa es la generosidad del corazón y la apertura al hermano necesitado. Con muy poco de muchos podemos hacer grandes cosas para todos.

Como nos ha recordado el papa Francisco en la misa del Corpus, celebrada hace unos días en Roma: «Nosotros somos la multitud del Evangelio; también nosotros tratamos de seguir a Jesús para escucharle, para entrar en comunión con Él en la eucaristía, para acompañarle y para que nos acompañe. Preguntémonos: ¿Cómo sigo a Jesús? Jesús habla en silencio en el misterio de la eucaristía y cada vez nos recuerda que seguirlo quiere decir salir de nosotros mismos y hacer de nuestra vida no una posesión nuestra, sino un don de Él y a los otros» (Francisco, Homilía del Corpus, 2013).

4. En la solemnidad del Corpus Christi la Iglesia en España celebra el Día de la Caridad. Hay una relación esencial entre eucaristía y caridad, como nos dijo el papa Benedicto: «Cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don de la propia vida, que Jesús ha hecho en la cruz por nosotros y por el mundo entero. Al mismo tiempo, en la eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana. Nace así, en torno al misterio eucarístico, el servicio de la caridad para con el prójimo» (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, 88). De esta manera damos testimonio de la caridad con los más necesitados, como misión esencial de la Iglesia.

Cuando Dios reparte sus dones, hay en abundancia para todos: «Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos» (Lc 9,17). Somos nosotros, por nuestro egoísmo, los que nos negamos a repartir fraternalmente; porque cuando Dios da, para todos hay.

5. Caritas diocesana se une a la celebración del Año de la Fe, como prioridad pastoral en nuestra Diócesis para este curso, y quiere dar especial relevancia, en la celebración del Día de Caridad, a la vinculación de la fe con la caridad, siguiendo el lema: «La fe actúa por la cari
dad».

La profunda crisis moral, sobre todo moral, y económica, como consecuencia de la anterior, por la que atraviesa nuestra sociedad, nos plantea la urgente necesidad, no solo de compartir lo que tenemos, sino de un nuevo modelo económico y social, que tenga como centro el bien del ser humano.

Caritas nos invita a los cristianos a vivir nuestra fe con un compromiso más profundo, que nos lleve a una forma de vida más austera y solidaria, para compartir nuestros bienes de una manera estable con los que más lo necesitan, y no solo de una manera ocasional.

Con un nuevo estilo de vivir y de compartir, más en consonancia con el evangelio, podremos influir en el cambio de nuestro entorno social, para hacer posible una sociedad más justa y más fraterna.

El papa Francisco decía el pasado jueves que Jesucristo nos hace pasar en la eucaristía «de ser multitud a ser comunidad, del anonimato a la comunión. La eucaristía es el sacramento de la comunión, que nos hace salir del individualismo, para vivir juntos el seguimiento, la fe en Él» (Francisco, Homilía del Corpus, 2013).

6. Queridos fieles, esta tarde participaremos en la procesión del Corpus. Los organizadores han creído conveniente celebrar la Misa por la mañana y la procesión por la tarde, para poder organizarla mejor. Haremos la procesión adorando al Señor sacramentado y caminando con él por las calles de Málaga.

Después de participar en esta celebración de la Cena del Señor y de alimentarnos con tan gran y excelso sacramento, acompañaremos al Señor sacramentado por las calles de nuestra ciudad. Adoraremos al Señor aquí y fuera.

Queridos cristianos, seamos verdaderos adoradores del Santísimo Sacramento. La Iglesia celebra la eucaristía en primer lugar como pan y alimento, como memorial del sacrificio de Jesucristo, de su muerte y resurrección, como memorial del misterio pascual, al que nos invita a participar comiendo su cuerpo como alimento; pero en segundo lugar, la Iglesia nos invita a adorarlo en este sacramento. Solo adoramos a Dios y a nadie más; ni siquiera a la Virgen, ni a los santos, ni a ningún ser human; solo adoramos a Dios. A los santos los veneramos, a las personas las respetamos y las amamos. Busquemos momentos de adoración ante el Santísimo, que suele estar en todas las iglesias; procuremos tener momentos de contemplación del amor de Dios.

La presencia eucarística de Cristo es un hermoso regalo. ¡Acompañémosle con fe y con amor en esta tarde! ¡Adoremos al Señor en nuestro corazón! ¡Alimentemos nuestra alma con el banquete eucarístico! Pedimos a la Virgen María, nuestra Madre, que permanezca junto a nosotros en el camino de la fe, en la adoración eucarística y en la vivencia del amor Amén.

Escuchar audio completo de la homilía.

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