«Contemplemos al Niño Dios recién nacido; él nos da la clave de nuestra vida»

«Contemplemos al Niño Dios recién nacido; él nos da la clave de nuestra vida; él nos da el sentido de nuestra historia». Con estas palabras se expresó el obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, el pasado 25 de diciembre en la Eucaristía celebrada en la Catedral de Málaga. El prelado malagueño invitó a los fieles a vivir la esperanza «y compartirla con los que no tienen».

NAVIDAD

(Catedral-Málaga, 25 diciembre 2013)

Lecturas: Is 52,7-10; Sal 97; Hb 1,1-6; Jn 1,1-18.

Navidad, misterio de amor

1. La Navidad es un misterio de amor. La carta a los Hebreos nos recuerda que Dios ha hablado al hombre y se le ha revelado a lo largo de la historia: «En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas» (Hb 1,1). Dios, ser personal, entabla una relación personal con el ser humano, salido de sus manos y llamado a participar de la vida divina. Dios, que es Amor, crea al hombre por amor y le invita a vivir una relación amorosa. De los seres de la creación solo el hombre es capaz de entablar diálogo personal con Dios; solo él puede escuchar lo que Dios le habla y responder a esta palabra. La carta a los Hebreos explica que Dios, creador del universo y señor de la historia, ha querido hablar directamente al hombre en la plenitud de los tiempos; esto ha ocurrido en la Encarnación del Hijo de Dios: «En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo» (Hb 1,2).

San Pablo lo expresa también claramente: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo nacido de mujer, para rescatar a los que estaban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Gal 4,4-5). Con amor infinito se hace «levadura del mundo», afirma san Atanasio. La Navidad celebra la venida de Jesús, el Verbo de Dios (cf. (Jn 1, 1), la Palabra definitiva y amorosa dirigida a los hombres. Por su mediación podemos escuchar la voz divina y contemplar la hermosura de su amor. Jesucristo es reflejo de la gloria divina e impronta de su ser; él es el Mediador entre Dios y los hombres, que sostiene el universo con su palabra poderosa (cf. Hb 1,3).

2. La Navidad es el histórico y decisivo encuentro de Dios con la humanidad. El Verbo encarnado, Palabra de Dios, manifiesta el misterio del amor trinitario y la gloria divina. El amor manifestado en Cristo Jesús es exigencia de la donación infinita de Dios: «Tanto amó Dios al hombre que le dio a su Hijo único» (Jn 3, 16). Éste puso su morada entre los hombres, asumiendo la realidad de nuestra carne, nuestra debilidad. Cristo revela y comunica la vida, que estaba junto al Padre; manifiesta los entrañables secretos de amor, existentes en las profundidades de Dios. Penetrar en este misterio, en la medida en que la inteligencia humana puede comprenderlo, y conocer los planes salvíficos invita a la comunión con el Hijo de Dios, que es fuente inagotable de gracia y de verdad (cf. Jn 1, 14). Navidad nos habla de amor entrañable, porque «Dios es amor» (1 Jn 4,8), y nos invita a una respuesta amorosa hacia el Dios hecho hombre. El Hijo de Dios y de María se hace hombre para ejercer de Sumo Sacerdote y Mediador entre Dios y los hombres.

Con gran alegría podemos decir que «nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él» (1 Jn 4,16). La fe es la respuesta personal a Cristo, que viene a salvarnos. Conocer y creer, según san Juan evangelista, van de la mano; experimentar al amor lleva a aceptar al amado y a confiar en él. Creer es fiarse de Dios, que me ama. Navidad es aceptar y vivir el amor que Dios me ofrece. Navidad es permanecer en el amor divino: «Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4,16).

3. Jesús, al nacer de María, comienza ya a liberarnos del pecado y de la muerte. Se trata de una historia de amor, que empieza en la Encarnación y termina en la gloriosa Resurrección, pasando por la cruz. Por eso el amor vivido en Navidad se prolonga hasta la oblación de Jesús en la cruz y llega hasta la gloria de la Resurrección. Celebrar la Navidad implica, pues, abrazarse a Jesús y caminar con él cada día de nuestra vida hasta la eternidad. San León Magno evoca la triple dimensión de este misterio, afirmando que Navidad es el sacramento prometido desde el principio, que se ha cumplido y que permanecerá sin fin (cf. Sermón 22). Cristo es el alfa y la omega, principio y fin de toda actividad creada. El libro del Apocalipsis pone en boca de Cristo estas palabras: «Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin; al que tenga sed, yo le daré del manantial del agua de la vida gratis» (Ap 21,6). Estamos invitados, pues, queridos hermanos, a beber de este manantial de agua viva; es el manantial del amor, de la paz, de la misericordia; este manantial de vida es Jesucristo, nacido de mujer para salvarnos.

4. Contemplando en Navidad el amor divino podemos apreciar la dignidad que Dios ha otorgado al hombre elevándolo a la dignidad de hijo adoptivo. Dios nos ha hecho hijos en su Hijo, como dice san Juan en su Evangelio: «A cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios» (Jn 1, 12-13). ¡Ojalá cada uno de nosotros renazcamos de Dios; nazcamos al amor de Dios! La vida del hombre se comprende al contemplar el misterio del Verbo encarnado, como dice el Concilio Vaticano II: «En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado… Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente al hombre y le descubre la sublimidad de su vocación…, que encuentra en Cristo su fuente y su corona» (Gaudium et spes, 22).

Contemplemos al Niños-Dios recién nacido; él nos da la clave de nuestra vida; él nos da el sentido de nuestra historia. Contemplemos en la fiesta de la Navidad el misterio del amor de Dios, manifestado en su Hijo Jesús, hecho hombre por nosotros, y pidámosle que sepamos acoger este gran don. El corazón de Cristo nos revela el amor de la Trinidad y nos anima a amar como él.

5. Celebrar la Navidad es adorar el misterio del amor de Dios. Quienes contemplan la gloria de Dios en el portal de Belén y adoran al Hijo encarnado reciben la fuerza para anunciar al mundo que hay esperanza; porque Dios ha nacido entre los hombres y el amor ha vencido el mal, el pecado y a la muerte. Hay esperanza, hermanos. ¡Vivamos esa esperanza y compartámosla con los que no la tienen! Celebrar la Navidad es responder con nuestro amor al amor infinito del Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros, que ha vencido el pecado y la muerte. De este modo nos enseña a ser solidarios y amar a nuestros hermanos, cuya carne Dios ha hecho suya, como nos lo ha dicho tantas veces nuestro querido papa Francisco (cf. Evangelii gaudium, 24). El pobre, el necesitado es carne de Dios; como el Niño en Belén es carne de Dios. El humilde pesebre de Belén nos revela un gran amor y una inmensa ternura. Pedimos al Señor que estas fiestas de Navidad nos acerquen un poco más al amor de Dios y susciten en nosotros actitudes de solidaridad y de generosidad hacia los más necesitados. No podemos olvidar a tanta gente que sufre y pasa necesidad. Jesucristo, con su ejemplo, nos invita a compartir generosamente con los más necesitados los bienes que su providencia nos regala cada día. Agradezco la colaboración de tantos cristianos, de instituciones y de personas de buena voluntad, que comparten con alegría sus bienes.

¡Que la Navidad sea una ocasión propicia para saborear y contemplar el amor paternal de Dios y compartirlo con los hombres, nuestros hermanos!

¡Feliz Navidad a todos!

Amén.

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