Carta semanal del Obispo de Málaga, D. Antonio Dorado Soto. En la sociedad del siglo XXI, los desplazamientos humanos y los vehículos que los posibilitan se han convertido en algo de primera necesidad. Por eso, los católicos, para los que el Evangelio no es un asunto privado, sino la persona misma de Jesucristo y el tipo de conducta que genera en sus seguidores, nos planteamos también qué nos pide el Señor en esta importante parcela de nuestra existencia diaria. Y hace ya muchos años que destinamos una jornada para intensificar nuestra responsabilidad en el tráfico. La celebramos el 6 de julio, al comenzar los desplazamientos masivos para disfrutar de las vacaciones. Lo primero que tenemos que procurar es que todo esté a punto, tanto las condiciones de la persona que conduce el vehículo, como el estado de este medio de transporte.
Cada día llegan, de parte de los responsables de tráfico, nuevos mensajes en los que se abordan de manera más o menos directa las principales causas de los accidentes: el cansancio, el estrés, el consumo de alcohol o el consumo de drogas y la velocidad inadecuada, por parte del conductor; y las deficientes condiciones del vehículo. Tal vez habría que hablar algo más de la situación de algunas carreteras. La conducción responsable consiste en cuidar todos estos extremos. Los creyentes no lo debemos hacer motivados por el miedo, sino por el respeto a los demás y por el amor que brota del Evangelio, porque la vida propia y ajena, y la integridad física, son un regalo de Dios. De ahí que os invite a conducir con sentido común y con respeto a las normas, para no causar quebrantos a nadie. Por otra parte, esta jornada nos lleva a ser solidarios con el otro, y lo podemos ser de varias formas. Empezando por hacernos donantes de sangre, ya que hay accidentes que se producen a pesar de todo.
Además, tenemos que facilitar al otro los adelantamientos y el ritmo que lleva, ya sea por su inexperiencia, por sus descuidos e incluso por su temeridad. Lo peor que nos puede acontecer es tratar de competir con quien, por cualquier motivo, es un conductor incompetente. Un seguidor de Jesucristo no tiene necesidad de rivalizar con nadie, a no ser en humildad, en solidaridad y en espíritu de servicio. A veces nos podemos ver implicados en situaciones delicadas y difíciles, en las que está en juego la vida y la salud de los otros. Por tal motivo, son dignas de todo encomio las personas que procuran tener a mano un extintor y un botiquín de urgencia, y se inician en la manera adecuada de ofrecer los primeros auxilios.
Como nos insisten los expertos, el futuro de la víctima de un accidente, su posterior calidad de vida y su vida misma pueden depender de que le prestemos esa ayuda que está al alcance de casi todos los ciudadanos, si hemos puesto los medios necesarios. Dado que el amor fraterno nos apremia, los católicos tenemos que testimoniar nuestra fe en el Dios de la vida en todas partes, también en las carreteras, en las autovías y en las calles y plazas de nuestras ciudades. Un amor que intenta prevenir antes que curar, que se distingue por el respeto a todos y por el cumplimiento de las normas de circulación, y que se traduce en la ayuda incondicional a cualquier persona herida que encontremos en nuestro camino, como nos enseña Jesucristo en la parábola del buen samaritano. Y ello no sólo cuando conducimos un vehículo, sino también cuando circulamos como peatones, con toda la debida prudencia y corrección. Pues como dice san Juan de la Cruz, comentando las palabras de Jesucristo sobre el juicio final, “a la tarde nos examinarán del amor”.
+ Antonio Dorado
Obispo de Málaga