Celebración ecuménica con motivo de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos

Homilía pronunciada por D. Jesús Catalá en la celebración ecuménica con motivo de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, el 24 de enero de 2016, en la Catedral de Málaga.

Lecturas: Is 55, 1-3; Sal 145, 8-9.15-16.17-18; 1 Pe 2, 9-10; Mt 5, 1-16.

Destinados a proclamar las grandezas del Señor

(cf. 1 Pe 2, 9)

(El presente texto se ha traducido al inglés y se ha leído en las dos lenguas).

1. El profeta Isaías nos ha invitado a acudir al Señor, para beber del agua viva y comer gratis del pan de la vida (cf. Is 55, 1). Dios, nuestro Padre, nos ha creado y cuida de nosotros. Esta experiencia es necesaria para dar testimonio y proclamar las grandezas del Señor, como dice el lema de esta Semana de Oración por la unidad de los cristianos.

En la Palabra de Dios contemplamos las grandezas de Dios en la historia de la salvación: la creación del cosmos, la liberación de su pueblo de la esclavitud, la salvación traída por Jesucristo, su resurrección de la muerte, que inauguró una nueva vida para toda la humanidad. La Sagrada Escritura nos llama a reconocer y cantar las grandezas de Dios; y nos invita a una unión mayor entre nosotros y en la misión común bautismal.

2. San Pedro, en su primera carta, nos recuerda que somos «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios» (1 Pe 2, 9). En el bautismo fuimos ungidos y consagrados con el don del Espíritu Santo. Somos una familia de bautizados, de ungidos, de consagrados, hijos del mismo Padre celestial y hermanos en Cristo, el Ungido. Todos los bautizados, aunque pertenezcan a diferentes iglesias y comunidades eclesiales, comparten la misma vocación de proclamar las grandezas del Señor.

Esta es la misión que todos los cristianos tenemos encomendada en el bautismo, donde renacemos del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn 3, 5); morimos al pecado, para resucitar con Cristo a una nueva vida de gracia en Dios. Constituye un desafío cotidiano mantenernos conscientes de esta nueva identidad que tenemos en Cristo.

3. En el contexto actual experimentamos la dolorosa persecución de cristianos de diversas confesiones en distintas partes del mundo. El papa Francisco nos recuerda el «ecumenismo de la sangre»: «El que persigue hoy día a los cristianos, el que nos unge con el martirio, sabe que los cristianos son discípulos de Cristo: ¡que son uno, que son hermanos! No le interesa si son evangélicos, ortodoxos, luteranos, católicos, apostólicos… ¡no le interesa! Son cristianos. Y esa sangre se junta. Hoy estamos viviendo, queridos hermanos, el ecumenismo de la sangre.

Esto nos tiene que animar a hacer lo que estamos haciendo hoy: orar, hablar entre nosotros, acortar distancias, hermanarnos cada vez más» (Video-mensaje con motivo de la Jornada de diálogo y oración con pastores evangélicos pentecostales, celebrada en mayo de 2015 en la diócesis estadounidense de Phoenix–U.S.A). Queremos solidarizarnos con estos hermanos nuestros, que padecen persecución a causa de su fe.

Cada día es más evidente la necesidad del diálogo entre los creyentes de todas las religiones, para combatir el fanatismo nihilista, que nada tiene que ver con una vivencia auténtica de la religión, y para construir un futuro de paz verdadera y estable (Obispos de la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales, Mensaje con motivo de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos 2016).

4. Los cristianos estamos llamados a ser «sal de la tierra» (Mt 5, 13) y a ser «luz del mundo» (Mt 5, 14), como hemos escuchado en el Sermón de la Montaña, según el evangelio de Mateo. La sal y la luz son signos de lo que los cristianos debemos ofrecer a los hombres de nuestro tiempo: llevamos la Palabra de Dios, que ilumina y da sabor a la vida a tantas personas que viven en tinieblas o se sienten vacíos. Como nos pide el Señor Jesús: «Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5, 16).

Dios nos ha elegido y nos ha hecho santos, para llevar a cabo una misión, viviendo la llamada bautismal y dando testimonio de las grandezas de Dios. Podemos dar este testimonio de distintas maneras: Curando las heridas de la humanidad (guerras, conflictos, abusos), que impiden la reconciliación y la salvación. Buscando la verdad y la unidad, colaborando para superar lo que aún nos divide como cristianos. Trabajando a favor de la dignidad humana, a través de proyectos sociales y caritativos.

Hacemos nuestro el deseo del Señor Jesús, expresado en su oración a Dios Padre en la última cena: «que ellos también sean uno en nosotros para que el mundo crea» (Jn 17, 21).

Queridos pastores y fieles de las diversas confesiones cristianas, en esta Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos rezamos juntos por la plena unidad visible de todos los creyentes en Cristo; y también elevamos nuestra oración al Creador por las víctimas de los actos terroristas, por la paz y por la conversión de los corazones. Amén.

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