Homilía del Obispo de Málaga, Mons. Jesús Catalá Ibáñez, en la Eucaristía celebrada en la Catedral el 14 de octubre de 2012.
Lecturas: Sb 7, 7-11; Sal 89; Hb 4, 12-13; Mc 10, 17-30.
1. El pasado jueves, día 11 de octubre de 2012, el Santo Padre Benedicto XVI inició solemnemente el Año de la Fe, que se desarrollará hasta el 24 de noviembre de 2013, solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Con este acontecimiento para toda la Iglesia universal el Papa nos invita a conmemorar el cincuenta Aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y el vigésimo de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. Nosotros, uniéndonos al Sucesor de Pedro, queremos hoy solemnizar esta apertura en nuestras comunidades cristianas en la iglesia particular de Málaga.
El motivo de este Año de la Fe lo explica el Papa en su carta apostólica, al afirmar que hoy existe hoy una profunda crisis de fe en comparación con el pasado, cuando se aceptaba la referencia a la fe y a los valores inspirados por ella (cf. Benedicto XVI, Porta fidei, 2). Al inicio de su pontificado nos recordaba la urgencia de «rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud» (Homilía en la Misa de inicio de Pontificado, Vaticano, 24.04. 2005).
2. No es la primera vez que la Iglesia celebra un Año de la fe. El papa Pablo VI proclamó uno en 1967, para conmemorar XIX Centenario del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo. Pretendía con ello que en toda la Iglesia se hiciera de modo solemne una auténtica y sincera profesión de la fe, que fuera confirmada de manera individual y colectiva, libre y consciente (cf. Pablo VI, Exhort. ap. Petrum et Paulum Apostolos, en el XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo, 196). Entre los objetivos se encontraba la idea de tomar mayor conciencia de la propia fe, reanimarla y purificarla, para confirmarla y confesarla (cf. Ibid. 198).
Los tiempos nuevos, con sus transformaciones sociales, culturales y religiosas, requieren una nueva forma de confirmar la fe, de explicarla y de testimoniarla. Son los mismos contenidos esenciales, que desde siglos constituyen el patrimonio de todos los creyentes: «Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre»(Hb 13, 8). Pero hay necesidad de ser confirmados y profundizados de manera siempre nueva, con el fin de dar un testimonio coherente (cf. Benedicto XVI, Porta fidei, 4).
3. El hombre de hoy busca la felicidad de manera inmediata en los bienes materiales, prescindiendo de los bienes eternos, que no ve, ni puede alcanzar de inmediato. El libro de la Sabiduría, que hemos escuchado, compara la superioridad de la sabiduría respecto a todas las riquezas materiales: «La preferí a cetros y tronos y en nada tuve a la riqueza en comparación de ella.Ni a la piedra más preciosa la equiparé, porque todo el oro a su lado es un puñado de arena y barro parece la plata en su presencia» (Sb7, 8-9).
El Año de la Fe nos anima a buscar la Sabiduría, es decir a Jesucristo, Verdad y Vida de los hombres (cf. Jn 14, 6). Sólo él puede darnos la verdadera felicidad, que buscamos a tientas sin encontrar; que deseamos desde el fondo de nuestro ser, pero que nos resulta difícil alcanzar. Dejarnos penetrar por la luz divina de la Sabiduría, ilumina nuestra mente y alegra nuestro corazón; y hace que la prefiramos a toda salud y hermosura (cf. Sb7, 10). Además, con ella somos enriquecidos mucho más de lo que imaginamos (cf. Sb7, 11).
La Iglesia nos anima a profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo–; a creer en un solo Dios, abandonando ídolos fabricados por hombres; a dejarnos amar por Aquel que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8); a beber del manantial de la vida verdadera; a gozar de la felicidad, que mana del amor auténtico; a recibir la salvación que Jesucristo, el Hijo de Dios, nos ha traído con su muerte y resurrección; y a dejarnos guiar por el Espíritu Santo, que dirige la Iglesia a través de los siglos.
4. Los cristianos, que hemos recibido el don de la fe en el bautismo, hemos de acompañar al hombre actual para que pueda acceder a la «puerta de la fe» (Hch 14, 27) e introducirse en la vida de comunión con Dios. Como dice el Papa Benedicto: «Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna (cf. Jn 17, 22)» (Porta fidei, 1).
Hay muchos hombres con hambre de Dios, que no aciertan a encontrarlo; hay muchos sedientos de Dios, que desean saciar su sed, como la samaritana; «también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14)» (Ibid. 3).
5. El joven rico del Evangelio buscaba la felicidad y quería heredar la vida eterna. Se acercó al Maestro para preguntarle lo que ya conocía: «Ya sabes los mandamientos –le dijo Jesús–: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre» (Mc10, 19).
En nuestra sociedad también se busca la felicidad, pero se quebrantan todos estos mandamientos; por eso las personas no son felices. La respuesta del Maestro es totalmente opuesta a la moda social; la felicidad no está en los bienes y goces materiales, sino en el desprendimiento y en el compartir con los más necesitados. Jesús, mirando con amor al joven le respondió: «Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme» (Mc10, 21). La fe en Dios debe llevarnos a ponernos en sus manos providentes y amorosas; a fiarnos de él; a dejarnos amar por Aquel que nos ha amado hasta el extremo (cf. Jn 13, 1); a compartir lo que hemos recibido de la bondad divina, como hermanos del mismo Padre celestial.
Hagamos nuestra la oración del Salmo 89, pidiendo al Señor que nos sacie de su misericordia, para que toda nuestra vida sea alegría. Esta alegría, hermanos, es la que debemos transmitir a nuestros contemporáneos, los hombres de nuestra generación, para que puedan descubrir la belleza de la fe y del amor de Dios.
6. La carta a los Hebreos, proclamada en la liturgia hodierna, afirma que «la Palabra de Dios es viva y eficaz» (Hb4, 12). Ella es luz para nuestro espíritu, que necesita una iluminación sobrenatural para percibir las realidades, que los ojos humanos no ven; ella es sustento para nuestra alma, que necesita un alimento celeste, superior a lo que pueda alcanzar simple la razón.
La Iglesia nos invita a leer, meditar, rezar y profundizar en la Palabra de Dios. Como sabéis, el aprendizaje y el uso del método de la «Lectio divina» es una de nuestras prioridades pastorales para el presente curso.
La publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, auténtico fruto del Concilio Vaticano II, fue querido por la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos de 1985 como instrumento al servicio de la catequesis y se llevó a cabo mediante la colaboración del episcopado de la Iglesia católica. El Año de la Fe quiere, con este motivo, animarnos a conocer en mayor profundidad los contenidos de nuestra fe. Deseamos que este documento sea también punto de referencia para la formación en la fe de todos los fieles, y pueda ilustrar la fuerza y belleza de la fe. Exhortamos su lectura individual y en grupo.
7. El papa Benedicto XVI inauguró el pasado domingo, día 7 de octubre, la Asamblea general del Sínodo de los Obispos sobre el tema La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Debe ser una buena ocasión para todos de reflexión y redescubrimiento de nuestra fe. Recemos por los obispos, reunid
os en Asamblea, para que el Espíritu Santo les ilumine y les fortalezca.
Pidamos al Señor que nos ayude a vivir este Año de la Fe con un corazón abierto a su amor; que atravesemos la puerta de la fe, para encontrarnos con la Luz y la Verdad, que todos anhelamos.
La Santísima Virgen María fue una «mujer de fe», que dejó todo por aceptar la palabra de Dios en su vida. ¡Que Ella, nuestra Patrona, nos ayude a ser mejores creyentes y verdaderos evangelizadores! Amén.
+ Jesús Catalá Ibáñez
Obispo de Málaga