Acto de investidura de la Orden Militar y Hospitalaria de San Lázaro de Jerusalén

Homilía del Obispo de Málaga, Mons. Jesús Catalá, en el acto de investiruda de la Orden Militar y Hospitalaria de San Lázaro de Jerusalén en la Parroquia de la Encarnación (Marbella)

Lecturas: 2 Sam 5, 1-3; Sal 121,1-5; Col 1,12-20; Lc 23, 35-43.
(Solemnidad de Cristo Rey).

1.- La Orden de San Lázaro de Jerusalén

Un saludo cordial a los miembros del Gran Priorato de España de la Orden Militar y Hospitalaria de San Lázaro de Jerusalén, que celebráis hoy el Acto de Investidura.

Los orígenes de esta Orden se remontan al siglo III, cuando los peregrinos que iban a Tierra Santa y contraían la lepra recibían cuidados en el Hospital de San Lázaro en Jerusalén, atendido por monjes armenios de la regla de San Basilio y sujetos a la jurisdicción del Patriarca de Jerusalén.

La Orden de San Lázaro nace como tal en el s. XI cuando muchos de los caballeros cruzados de otras órdenes contraían la lepra e ingresaban en la Orden de San Lázaro para proteger a sus hermanos y cuidar de ellos. Pronto se extendió en Inglaterra (1135), Francia (1149); Italia (1226); Escocia (1230), Austria (1267), y otros países. Posteriormente la Orden se reorganizó en los siglos XIX y XX, adquiriendo un carácter internacional.

La Orden de San Lázaro desde el año 1935 ha estado bajo el Maestrazgo de los sucesivos Duques de Sevilla hasta septiembre de 2008, en que fue nombrado Gran Maestre, D. Carlos Gereda de Borbón, Marqués de Almazán.

La Orden tiene una dimensión ecuménica, que abraza las distintas tradiciones religiosas cristianas, y mantiene su propósito de promover y patrocinar actividades para personas enfermas o necesitadas.

Bienvenidos a esta celebración todos aquellos que pertenecéis a esta Orden y, de modo especial, quienes hoy seréis investidos con las insignias propias.

2.- La realeza de David

Las lecturas de este domingo, último del año litúrgico, nos hablan de la realeza de Cristo: hoy celebramos la solemnidad de “Cristo Rey”. Pero hay que entender cómo es esa realeza.

El libro de Samuel presenta la figura de David, proclamado en Hebrón rey de Israel: «Los ancianos de Israel vinieron a ver al rey en Hebrón. El rey hizo una alianza con ellos en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos le ungieron como rey de Israel» (2 Sam 5,3).

David ejerce su realeza con poder temporal, con soldados, con guerras, con violencia y sangre. Él es consciente de esta actitud suya, de tal modo que no puede construir el templo a Dios, tal como deseaba, por haber derramado tanta sangre con sus manos, como le dijo el Señor, según el libro de las Crónicas: «Tú no construirás un templo en mi honor, pues eres un hombre belicoso y has derramado mucha sangre» (1 Cro 28,3). El templo lo construyó su hijo Salomón en un período de gran paz.

Pero, con todo, David pastoreó al pueblo de Israel: «Tú pastorearás a mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel» (2 Sam 5,2).

David es figura de Jesucristo; pero la realeza de David es muy pobre comparada con el modo de ejercer la realeza Jesús de Nazaret.

3.- La realeza de Jesús de Nazaret

Los Evangelios dan a Jesús el título de Mesías, que significa “Ungido”. Eran ungidos los reyes, los profetas y los sacerdotes. También los cristianos somos ungidos en el Bautismo y se nos hace hijos de Dios; se nos hace “reyes”, “sacerdotes” y “profetas” en Jesucristo para ofrecer nuestra al Señor.

Cristo recibe, además, otros títulos: Maestro, Pastor, Luz, Puerta y otros. Uno de ellos es el de Rey. Jesús habla con frecuencia del “Reino de Dios”; en su predicación suele poner comparaciones: “El Reino de los cielos se parece a…” un sembrador (cf. Mt 13,24), a un grano de mostaza (cf. Mt 13,31); y tomaba ejemplos de la vida cotidiana.

Era un tema preferido por él. En la mayoría de las parábolas hace referencia al Reino de Dios, caracterizado por la paz, justicia, amor, vida, misericordia; donde se reconoce la soberanía de Dios.

Desde el inicio de su infancia, los Magos, que desean adorarlo, preguntan: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo» (Mt 2,2).

Pero Jesús no ejerce su realeza al estilo de los reyes de este mundo. Él no ha venido a mandar, sino a obedecer (cf. Jn 15,10); no ha venido a ser servido, sino servir (cf. Mt 20,28).

El Evangelio presenta a Jesús crucificado como “Rey de los Judíos” (cf. Lc 23,38). El motivo de su condena a muerte fue precisamente el título de Rey. En la inscripción Pilatos hizo poner el letrero: “Jesús el Nazareno, el Rey de los Judíos” (Jn 19,19). Los jefes de los judíos protestaron a Pilato que no escribiera “El rey de los judíos”, sino que él había dicho que era rey de los judíos. Y Pilato les contestó: «Lo escrito, escrito está» (cf. Jn 19,21-22). Es decir, sí que era Rey de los judíos, pero no en el modo que ellos esperaban.

Estando en la cruz, poco antes de morir, recibe esta petición del ladrón que estaba a su derecha: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (Lc 23,42). Y Jesús le respondió: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43). Esta afirmación nos llena a todos de esperanza; quiere decir que todos estamos llamados a participar en el Reino de Jesús, Reino de Dios o Reino de los cielos.

El Reino de los cielos ya ha comenzado aquí en la tierra; no se participa en el Reino de los cielos solo después de la muerte temporal; porque la vida eterna y el Reino de los cielos ya están presentes en la tierra. En la oración del “Padrenuestro” rezamos: “venga tu reino”. Los justos, los humildes, los sencillos, los limpios de corazón, los pobres, los que buscan la paz, son los ciudadanos de este Reino, que no se parece a otros reinos temporales.

4.- El estilo del Reino de los cielos

El estilo de este Reino es el servicio y la humildad, como dice el mismo Jesús: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35); «todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido» (Lc 13,11).

Jesús es ciertamente Rey, como hemos escuchado en la lectura a los Colosenses: Dios «nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de su Amor» (Col 1,13). Jesús es Rey, «porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles (…); todo fue creado por él y para él» (Col 1,16).

Jesús es Rey, porque: «Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo» (Col 1,18).

Pero Jesús no utiliza su poder para dominar, ni tiranizar, sino para servir. Jesús reina e inicia su Reino entre nosotros despojándose de su rango, co
mo dice el himno de la carta a los Filipenses: «El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo» (Flp 2,6-7). ¡Qué gran lección nos da Jesús!

Otro rasgo de su actitud es la obediencia: «Se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz» (Flp 2,8). Precisamente en la cruz es donde la realeza de Cristo queda más patente y diferenciada de los otros “reyes”; es una realeza fundamentada en el amor y el perdón, en la entrega de sí mismo. Jesús es glorificado por el Padre precisamente en la cruz.

5. Ciudadanos del Reino de Dios

¿Dónde buscamos nosotros la gloria? ¿Dónde ponemos nuestro poder, nuestro orgullo o nuestro honor? Si queremos pertenecer al Reino de Cristo, sabemos muy bien dónde nos indica él “deponer” nuestro “ego”.
Jesús es el Rey que realmente quiere el bien de su pueblo y nos invita a todos a su Reino: “un reino eterno y universal, de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz” (Prefacio de Cristo Rey).

¡Cuánto tenemos que aprender de la realeza de Jesucristo! Si queremos ser ciudadanos de ese Reino, es preciso aceptar sus características y ser discípulos de este Rey de reyes y Señor del universo.

El papa Francisco clausurará mañana en Roma el “Jubileo Extraordinario de la Misericordia”. El perdón y la misericordia son propias de Dios, que nos invita a ser misericordiosos como Él. Todos estamos invitados a seguir viviendo de la misericordia de Dios y a ser misericordiosos como lo es el Padre con nosotros, se nos invita a ser como Cristo, que es el rostro de la misericordia del Padre. Se clausura el Jubileo de la Misericordia; pero el manantial de la misericordia divina sigue brotando. El Corazón abierto de Jesucristo (cf. Jn 19,34) sigue ofreciendo a la humanidad su amor, su perdón y la salvación.

Queridos miembros de la Orden Militar y Hospitalaria de San Lázaro de Jerusalén, desde el origen de vuestra Orden está presente el cuidado el cuidado de los enfermos de y los pobres. Son dos obras de misericordia. El Señor nos invita a que seáis miembros del Reino de Dios y miembros de la Orden realizando lo que se os pide como seña de identidad: sois Orden “lazarista”. Hay que cuidar al “lázaro” que se encuentra cerca de nosotros y preocuparnos también del que está lejos; al lázaro pobre, al lázaro enfermo, al lázaro anciano, al lázaro no nacido, al lázaro terminal, al lázaro que nadie quiere, al lázaro que nuestra sociedad excluye, porque le repugna. ¡Damas y Caballeros de la Orden de San Lázaro, sed servidores de estos “lázaros”! También todos los fieles cristianos estamos invitados asimismo a servir a estos lázaros.

Pidamos al Señor que sepamos vivir como verdaderos hijos suyos y hacer presente su Reino entre los hombres.

¡Que la Santísima Virgen María nos acompañe y nos cuide con su maternal solicitud, para saborear ya en prenda en esta vida terrena las delicias del Reino de los cielos y gozarlas plenamente en la eternidad! Amén.

 

+ Jesús Catalá

Obispo de Málaga

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