Acción de Gracias con motivo de la canonización de María de la Purísima, de las Hermanitas de la Cruz

Homilía del Obispo de Málaga, Mons. Jesús Catalá Ibáñez, en la parroquia de San Juan Bautista-Málaga, el 6 noviembre 2015.

Lecturas: Is 61, 1-3; Sal 121, 1-9; Flp 2, 6-11; Mt 5, 1-12.

1. Nos hemos reunido en nombre del Señor para dar gracias a Dios por la canonización de Madre María de la Purísima de la Cruz. Nos alegramos de este evento eclesial, que el papa Francisco tuvo a bien presidir el pasado día 18 de octubre en Roma y en el que tuvimos la dicha de participar.

Ese día fue una gran fiesta en la Ciudad eterna, precedida por una celebración de acción de gracias en la parroquia de San Felipe Neri, a la que pertenece la comunidad romana de las Hermanas.

Dando gracias a Dios, felicitamos también a las Hermanitas de la Compañía de la Cruz, porque un miembro de su congregación ha sido propuesto como intercesor y ejemplo para todos los cristianos. ¡Muchas felicidades, queridas Hermanas!

2. Madre María de la Purísima de la Cruz, en el siglo María-Isabel Salvat Romero, nació en Madrid, en el año 1926 y fue bautizada en la parroquia madrileña de la Concepción.

A los dieciocho años ingresó en la Compañía de la Cruz, haciendo la profesión temporal en 1947 y la profesión perpetua en 1952. Desempeñó las responsabilidades de superiora de comunidad, maestra de novicias y consejera general; y fue elegida Madre general de la Compañía de la Cruz en 1977 hasta que entregó su alma al Señor en 1998.

Su Beatificación en Sevilla, en 2010, tuvo un proceso muy rápido; y su canonización se ha desarrollado en poco tiempo. El Señor ha querido manifestar su amor y su omnipotencia a través de la intercesión de Madre María.

3. Madre María de la Purísima fue la séptima Superiora general de la Compañía de la Cruz, cuya espiritualidad, heredada de santa Ángela de la Cruz, está centrada en la cruz y en los consejos evangélicos, caracterizándose por la vivencia alegre de la virtud de la pobreza, la fidelidad a la oración, la mortificación y las obras de misericordia.

Había asimilado bien el lema de la fundadora: «los pobres son nuestros señores». Sirviendo a los pobres se sirve y ama a Dios. El mismo Jesús nos lo dice en el evangelio: «En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40).

Ella quiso que su Instituto se mantuviera fiel a las auténticas fuentes de la vida consagrada: fidelidad a la Regla y al espíritu de la Fundadora, docilidad y obediencia a la Iglesia y a su Magisterio; a pesar de que no faltan nunca pareceres contrarios y presiones para cambiar las cosas.

Su espiritualidad estuvo marcada por la devoción a la Virgen María, a la Eucaristía y al Sagrado Corazón de Jesús.

El evangelio de hoy nos recuerda las bienaventuranzas. Santa María de la Purísima vivió el espíritu de las bienaventuranzas con sencillez y gozo. Hemos escuchado «bienaventurados los pobres»; no son felices por ser pobres; la pobreza en sí no da la felicidad. Son felices quienes se desprende de todo para ofrecerlo a Dios y confían plenamente en él. «Felices los que lloran»; no son felices por llorar, porque el sufrimiento no hace feliz en sí; sino por compartir el llanto de quien sufre.

Vamos a entrar, dentro de poco en el Jubileo de la Misericordia. Madre María hizo suya la bienaventuranza de la misericordia: «Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5, 7). Ella ha alcanzado ya la misericordia plena por la bondad de Dios.

4. Hemos escuchado el texto del profeta Isaías: «El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados» (Is 61, 1).

Hemos sido ungidos en nuestro bautismo y somos enviados para anunciar la Buena Nueva. Madre María de la Purísima fue ungida en el bautismo a los pocos días de nacer, recibiendo así la gracia del Espíritu Santo y convirtiéndose en hija adoptiva de Dios. Esta unción bautismal la llevó a realizar, durante toda su vida, la misión de proclamar la buena noticia a los que sufren y vendar los corazones desgarrados.

Vivió con profunda convicción su vocación de aliviar a los pobres y necesitados, siguiendo el espíritu de santa Ángela de la Cruz; olvidándose de sí misma para entregarse a Dios y a los pobres y con un ferviente deseo de seguir a Cristo crucificado.

Siguiendo a Jesús de Nazaret proclamó la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad (cf. Is 61, 1). Su servicio a los necesitados se concreta en la asistencia, día y noche, a los enfermos en sus domicilios y en el servicio a los pobres, verdaderos «amos y señores» de las Hermanas de la Cruz, como afirman sus Constituciones. Queridas Hermanas, gracias por asumir este carisma y mantenerlo en el tiempo.

5. Hemos escuchado en la carta de san Pablo a los Filipenses que: «Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios» (Flp 2, 6). Madre María vivió un profundo espíritu de humildad, imitando a Jesús, quien «se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera» (Flp 2, 7).

Ella, a pesar de haber nacido en una familia acomodada, y de haber podido vivir en la abundancia de bienes, renunció a todo y llevó el hábito de la humildad como su gloriosa insignia. Son abundantes los testimonios del proceso a este respecto. Nacida rica, vivió con austeridad y pobreza, como exigía la Regla de la Congregación de la Compañía de las Hermanas de la Cruz.

Imitemos su ejemplo sabiendo renunciar no solo a lo superfluo, sino también a lo necesario en favor de los más necesitados; como hizo la pobre viuda del Evangelio: «En verdad os digo que esa pobre viuda ha echado más que todos, porque todos esos han contribuido a los donativos con lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir» (Lc 21, 3-4).

6. Damos gracias a Dios por la vida de santa María de la Purísima de la Cruz y por su canonización. Ella escaló la cumbre de la santidad subiendo los peldaños del amor, de la humildad, de la pobreza y de la fidelidad a la voluntad de Dios y al carisma fundacional. Los consejos evangélicos dieron sentido a su vida. Y la oración, la mortificación, las obras de misericordia y la entrega diaria en los menesteres ordinarios fueron la concreción de una vida gozosa, alegre y entregada.

Como ella decía: «La santidad no está en lo que hacemos, sino en cómo lo hacemos». El día de los primeros votos religiosos regaló a su madre un recordatorio con este escrito: «Los santos han sido santos, porque han sabido comenzar a serlo todos los días» (Angelo Amato, Homilía en la Beatificación de Madre María de la Purísima de la Cruz, 5).

Si aún no hemos empezado a serlo nosotros, estamos a tiempo; no dilatemos más esta misión, que el Señor nos confía. Cada día debemos vivirlo con humildad y entrega. Pidamos al Señor que nos conceda servirlo como Él desea: en el prójimo, en el pobre, en el enfermo, en el anciano, en el débil, en el necesitado; y en las pequeñas cosas de cada día.

Pedimos a la Santísima Virgen que nos proteja con su maternal intercesión en el camino de la vida.

E impetramos la intercesión de santa María de la Purísima de la Cruz, para sostenga a las hijas de la Compañía de las Hermanas de la Cruz en el carisma fundacional, genere nuevas vocaciones y nos ayude a todos nosotros a responder a la vocación bautismal y a la vocación específica, a la que el Señor nos llama cada día. Amén.

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