Homilía del Obispo de Málaga en la Parroquia Santos Mártires-Málaga, el 4 marzo de 2016.
Lecturas: Is 58, 6-11; Sal 111, 1-9; 1 Jn 3, 13-18; Lc 10, 25-37.
1. Practicar las obras de misericordia
Insiste el profeta Isaías en afirmar que Dios pide de nosotros la conversión del corazón y el cuidado de los demás: «partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos» (Is 58, 7).
El papa Francisco, al convocarnos para el Jubileo de la Misericordia, nos ha dicho claramente que su vivo deseo es «que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina (…). Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos» (Misericordiae vultus, 15).
Nos insiste en que el necesitado es carne de Cristo: «En cada uno de estos ‘más pequeños’ está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga… para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado» (Ibid.).
Cuando hagamos estas obras, nos dice el profeta Isaías, «Entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas (…); brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía» (Is 58, 8.10). Si queremos que se haga luz en nuestro interior, éste es el camino.
2. El ejemplo de san Juan de Dios
Tenemos el ejemplo de los santos; ellos han vivido así y resplandecen como luces en la oscuridad; han sido como estrellas que brillan y orientan en noche oscura: «En las tinieblas brilla como una luz, el que es justo, clemente y compasivo» (Sal 111, 4).
Hoy damos gracias a Dios por el veinticinco Aniversario del Centro de Acogida, que los Hermanos de San Juan de Dios regentan en Málaga. Por aquí han pasado muchas personas sin hogar, sin alimento, sin vestido; pero, sobre todo, faltos de amor, que es la peor carencia; faltos del cariño necesario para vivir. Los Hermanos han acogido a Cristo doliente, enfermo, solo, desamparado.
Ellos siguen el ejemplo de san Juan de Dios, quien comenzó su atención a los pobres y enfermos mentales en Granada, por indicación del san Juan de Ávila. A mediados del siglo XVI abrió un pequeño hospital, que pronto se llenó con pobres desamparados, cuyo único patrimonio era el sufrimiento que llevaban tatuado en sus frentes: huérfanos, vagabundos, prostitutas, ancianos, viudas, locos, enfermos diversos. Los curaba, consolaba, aseaba y proporcionaba comida. Sin arredrarse, pedía para ellos por las calles con una espuerta y dos marmitas pendidas de su cuello, diciendo: «Hermanos, haced bien para vosotros mismos».
Damos gracias a Dios en esta celebración por las personas, religiosos hermanos de san Juan de Dios y laicos, que durante estos veinticinco años han entregado su tiempo, su ilusión y su vida por los más necesitados. El Señor sabe recompensar mejor que nadie.
3. Seremos examinados en el amor.
El apóstol san Juan, en su primera carta nos recuerda: «Si uno tiene bienes del mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?» (1 Jn 3, 17).
Se nos pide que tengamos «entrañas de misericordia» como las tiene nuestro buen Padre-Dios (cf. Os 11, 8-9). «Como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura con los que le temen, porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro» (Sal 103,13-14).
El evangelista Juan nos exhorta: «Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras» (1 Jn 3, 18).
No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: «En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor» (Palabras de luz y de amor, 57). Ese es el único examen que nos conviene aprobar.
4. Ser buenos samaritanos
El evangelio de san Lucas nos ha presentado la hermosa narración del buen samaritano, que el Señor Jesús contó al maestro de la ley, que le preguntaba capciosamente: « ¿Y quién es mi prójimo?» (Lc 10, 29).
El hombre que cayó en manos de unos bandidos, que quedó medio muerto (cf. Lc 10, 30), fue atendido por un extranjero, un samaritano, que se compadeció de él (cf. Lc 10, 33); le curó las heridas, lo montó en su cabalgadura para llevarlo a una posada, lo cuidó y pagó los gastos.
Imitando al buen samaritano y a san Juan de Dios, también a nosotros se nos invita hoy a cuidar de las personas necesitadas, que viven a veces en condiciones infrahumanas. También a nosotros nos dice el Señor, como le dijo al legista: «Anda y haz tú lo mismo» (Lc 10, 37). Eso nos lo dice a cada uno de nosotros.
Dando gracias a Dios por el Aniversario del Centro de Acogida de los Hermanos de san Juan de Dios en Málaga, le pedimos que siempre haya buenos samaritanos, que se acerquen al hermano enfermo, doliente y necesitado, para cuidarle adecuadamente; le pedimos también que siga bendiciendo a los Hermanos de esta Orden, para que haya vocaciones, y puedan seguir realizando este hermoso servicio.
Pedimos la intercesión de la Santísima Virgen María, madre de los desamparados, para que nos ayude a todos a ser buenos samaritanos. Amén.