Es Navidad. Jesús toma nuestra carne para vencer a la muerte. No es un simple aniversario del nacimiento de Jesús; es también esto, pero es más aún, es celebrar un Misterio que ha marcado y continúa marcando la historia del hombre. Rafael Vázquez, doctor en Teología, nos ayuda a adentrarnos en el significado de la fiesta de la Natividad.
El tiempo de Navidad bien vivido es el mejor antídoto para hacer frente a las tentaciones de nuestra Iglesia que el papa Francisco ha expuesto en la exhortación apostólica Evangelii gaudium (La alegría del Evangelio).
En este día en el que celebramos el nacimiento del Hijo de Dios, se oye un grito en la noche que espanta todo pesimismo, cansancio y desilusión: «¡No nos dejemos robar la esperanza!» (EG 86). La humanidad desde esta noche se sabe acompañada por Dios, no camina sola, el Verbo «acampa» entre nosotros (Jn 1,14), ha entrado en las entrañas mismas de esta tierra y la ha preñado para siempre con su presencia como preñó el seno de María: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Alégrate, tierra, porque el Señor también está contigo y ya no hay oscuridad tan densa que no pueda ser habitada por una estrella.
Tiempo de dejarnos abrazar
No hay espacio en esta Iglesia para el sentimiento de «derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre» (EG 85). Es tiempo de esperanza, tiempo de reconocer la luz en la oscuridad de la noche, tiempo de abandonar la ciudad de nuestras comodidades y esquemas demasiado elaborados para salir a la intemperie, tiempo de dejarnos abrazar por el Dios de las sorpresas que se revela en la fragilidad de un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre (Lc 2,12). La fragilidad no es lugar de lamento, sino de esperanza, ¡ha sido ocupada por Dios!
Rafael Vázquez