El delegado diocesano de Liturgia y párroco de la Santa Cruz y San Felipe Neri, Alejandro Pérez Verdugo, reflexiona sobre diversos aspectos de la Cuaresma, tiempo litúrgico de preparación a la Pascua que inauguraremos el próximo miércoles.
El Obispo de Málaga preside la Misa con imposición de la ceniza el 1 de marzo, a las 19.00 horas, en la Catedral de Málaga.
La Cuaresma, pórtico de la Pascua, se inicia con un símbolo de la nada, de la muerte y de la conversión: la ceniza del miércoles. Culmina con unos símbolos de vida en la “madre de todas las vigilias”: fuego, luz y agua. Es el recorrido ascensional de la muerte a la vida, que va de la cuarentena cuaresmal a la cincuentena pascual.
Desde el siglo XII la ceniza se hace con ramos de olivos y palmas bendecidos en el Domingo de Ramos anterior. Recuerda la caducidad humana, nuestra frágil condición que camina hacia la muerte; esto nos hace meditar y nos llama en nuestra vida cristiana a la seriedad en los compromisos bautismales. Simboliza también nuestra condición pecadora, lo cual invita a la lucha contra todo lo que contradice nuestra condición bautismal. Significa también la oración ardiente al Señor para que venga en nuestro auxilio. Finalmente es signo de resurrección porque el hombre, que es polvo, está destinado a participar en el triunfo de Cristo: muriendo con Cristo al pecado, resucitaremos con Él a la nueva vida, cuyo germen ha sido depositado en el cristiano en su bautismo.
En la celebración, la imposición de la ceniza es respuesta a la Palabra de Dios. La liturgia, con este rito penitencial, realiza un gesto de humildad y arrepentimiento, cuando oímos: “acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás (Gn 3, 19)”, y una llamada a la conversión cuando oímos: “convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1, 15)”. Fe y conversión conducen al bautismo y con este binomio inseparable comienza este tiempo.
Ayuno, limosna y oración son las prácticas de este tiempo: medios que nos van transformando y ayudan a vivir intensamente la cuaresma. A ello nos invitan el Señor y su Iglesia desde el Miércoles de Ceniza (Mt 6, 1-6.16- 18). Su sentido nos lo da el profeta Isaías en las lecturas del viernes de ceniza (Is 58, 1-9ª) y en palabras de san Pedro Crisólogo: “lo que la oración pide, lo obtiene el ayuno y lo recibe la misericordia (limosna)”. Prácticas exteriores que, entrelazadas unas con otras, son necesarias para favorecer la conversión interior.
El sacramento de la Penitencia, en 100 palabras
El Concilio Vaticano IInos enseña que “el tiempo cuaresmal prepara a los fieles (…) para que celebren el misterio pascual, sobre todo (…) mediante la penitencia” (SC 109). Tiempo litúrgico penitencial por excelencia, porque se ofrece como un itinerario de fe por el desierto, para dejarse transformar y rescatar por la muerte y resurrección del Señor, que nos devuelve la dignidad perdida por el pecado.
La cuaresma convoca a celebraciones penitenciales y al sacramento de la reconciliación porque es tiempo de conversión, de arrepentimiento y de vuelta a Dios. Así, como hijos pródigos, acudiremos al abrazo misericordioso del Padre.
Ayuno, oración y limosna, en 100 palabras
Ayuno
El Miércoles de Ceniza entró en la cuaresma en el siglo VI para asegurar la representación simbólica de los cuarenta días de ayuno (el domingo no había ayuno) de Jesús en el desierto. Pero los cristianos del siglo I ya practicaban el ayuno (Hch 14, 23) como un acto de culto a Dios. La Iglesia invita a abstenerse de comer carne los viernes cuaresmales; y proclama el ayuno penitencial para el miércoles de ceniza y el ayuno de inicio de Pascua para el viernes santo. Es un signo de gracia y de
identificación con Cristo, que conduce a la limosna.
Oración
Unida a la limosna y al ayuno, la cuaresma es tiempo dedicado “más intensamente a la oración”, para que el Señor conceda a sus “hijos anhelar, año tras año, con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para que, dedicados con mayor entrega a la alabanza divina y al amor fraterno, por la celebración de los misterios que nos dieron nueva vida, lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios” (prefacio I cuaresma). La liturgia de las horas marcará el ritmo orante de este tiempo; acudamos a la oración de la Iglesia, colmada de Palabra de Dios.
Limosna
En la liturgia del viernes después de ceniza, el profeta Isaías nos invita a pasar del ayuno a la auténtica limosna que es el amor fraterno (Is 58, 6-7); entonces el ayuno que Dios quiere es que no tengan que ayunar los pobres. La limosna es signo cuaresmal de identificación con Cristo. Los cristianos somos portadores de la “cultura de la gratuidad” frente a la cultura narcisista y autorreferencial del interés. Por ello la limosna como signo de conversión y de desprendimiento nos conduce, poco a poco, a su máxima expresión que es la donación de uno mismo, como Cristo.