
El caso de una madre venezolana con sus dos hijos, uno menor de edad, es el centro de la denuncia y anuncio de Michel Bustillo, educador en Casa Betania, que ha encontrado la única respuesta en la Iglesia Católica de Málaga, más concretamente en el Cotolengo.
En los últimos días, hemos sido testigos de una realidad que golpea la conciencia colectiva de cualquier sociedad que se llame justa. Una mujer venezolana de 52 años, junto a sus dos hijos, uno de ellos menor de tan solo 13 años y otro joven de 22, se vio obligada a vivir durante varios días en el aeropuerto de Málaga, sin un techo ni recursos, mientras intentaba infructuosamente acceder a una cita para solicitar asilo y encontrar un lugar donde cobijarse.
Nuestro trabajo diario en Casa Betania se centra en jóvenes solicitantes de asilo asignados por el Ministerio de Inclusión, pero ante realidades como esta, nuestra condición vocacional de educadores y de ayuda a los demás no nos permite mirar hacia otro lado. Intentamos escuchar, atender y buscar puertas abiertas.
Esta situación, dolorosamente extrema, pone de manifiesto una doble carencia: la falta de recursos de alojamiento de emergencia para personas sin hogar y la inaccesibilidad del sistema de atención a solicitantes de protección internacional. La madre, sola con sus hijos, recurrió a diversas entidades públicas como el dispositivo de Puerta Única del Ayuntamiento de Málaga, Cruz Roja y el CREADE (Centro de Recepción, Atención y Derivación de Extranjeros), sin obtener respuesta.
Pero en medio de esta desolación, surgió un rayo de esperanza, el Cotolengo, la Casa del Sagrado Corazón, una casa de acogida gestionada por la Iglesia Católica en Málaga, respondió con rapidez, sensibilidad y generosidad. A las 19.00 h de un viernes, momento en que muchos recursos ya están cerrados, esta institución abrió sus puertas a esta familia, proporcionándoles no solo un lugar físico donde dormir, sino también la calidez y dignidad que cualquier ser humano merece.
Es imposible no pensar en la parábola del Buen Samaritano, en ese mandato esencial del Evangelio: “Fui forastero y me acogiste”. Esa enseñanza que llama a amar al prójimo sin importar su origen, raza, religión o condición social, sigue viva en las acciones de instituciones como del Cottolengo, que anteponen la misericordia a la burocracia, la acogida al papeleo, y el amor al prójimo al olvido institucional.
Mientras las políticas públicas caminan a paso lento o simplemente dan la espalda, la sociedad civil y entidades privadas como esta demuestran que hay necesidades que no pueden esperar. No se puede mirar hacia otro lado cuando una madre duerme en un aeropuerto con su hijo menor. No se puede normalizar que quienes huyen del hambre, la persecución o la violencia no encuentren más que silencio y puertas cerradas.
Este artículo es, por tanto, una denuncia clara de la falta de recursos efectivos para personas en situación de calle y solicitantes de asilo en Málaga. Pero también es un agradecimiento sincero a quienes todavía creen que el prójimo merece ser visto, escuchado y acogido.
Que este testimonio sea un llamado a la conciencia de los responsables políticos, para que recuerden que el Estado de Bienestar no puede ser selectivo ni tardío. Las personas más vulnerables no pueden seguir esperando soluciones que no llegan. Ojalá más corazones, más instituciones y más políticas imiten el ejemplo del Cotolengo.
Michel Bustillo Garat
Educador Casa Betania de Fundación La Merced Migraciones