Cuento de Navidad de Lorenzo Orellana Hurtado, sacerdote diocesano.
Mi padre trabaja en el cortijo. Hacía artesonados, puertas, mamperlanes y cuanto necesitaba la obra. Era Navidad y Juanillo, el pensaor, se quedó a cenar con nosotros. Tras la cena, mi madre sacó un plato de pestiños que había hecho. Me parecieron los mejores pestiños que yo, a mis cuatro años, había comido nunca jamás. Juanillo preguntó si podía coger otro. Y mi madre sonrió y le alargó el plato. Daba gusto verla sonreír.
Nos pusimos a hablar y, al cabo, dijo mi padre:
-Es hora de descansar, pero antes, ¿por qué Mamá no le canta un villancico al Niño Dios?
Mi madre nos miró y comenzó a cantar:
–Madre en la puerta hay un Niño, más hermoso que el sol bello…
En esto se le saltaron las lágrimas.
–Perdonad -dijo-, esta noche es muy grande y me he emocionado. Es como si Dios se pusiera a nuestro alcance. Dios siempre se acerca, por eso vino hecho niño. Y yo también traigo un niño. (Se llevó la mano a su vientre, y añadió): Me parece que los padres ayudamos a Dios. (Se limpió la cara y volvió a entonar):
–Madre en la puerta hay un Niño, más hermoso que el sol bello, preciso que tenga frío porque viene medio en cueros…
Mi madre se detuvo de nuevo. Nos miró, sonrió y dijo:
–Creo que lo mejor es pedir que el Niño Dios nazca en esta tierra, en la familia de Juanillo, en la nuestra y en todas.
Después se calló y quedamos en silencio, un silencio tan especial que mi madre, con lágrimas en los ojos, sonreía con cara de felicidad.
Mi padre se levantó y le dio un abrazo. A mí me entraron ganas de abrazarme a los dos, pero miré a Juanillo y recordé que no tenía madre, así que me contuve. Seguro que mi hermanito o hermanita, que eso no se sabe, también sonreirá dentro de mi madre.
Lorenzo Oreñana