El sacerdote diocesano Alfonso Crespo comparte un escrito, fruto de la reflexión con otros sacerdotes, que puede ayudar a los presbíteros a acercarse a la renovación de sus promesas en la Misa Crismal.
«Hermanos sacerdotes: El Miércoles Santo, el Maestro y Amigo que un día posó su mirada sobra cada uno de nosotros y nos dijo, como una invitación: «¡Sígueme!» nos convoca a la antesala del Cenáculo. En esta mañana, somos invitados los amigos del Señor, los que compartimos con Él las fatigas del Evangelio; los que dejándolo todo: la barca, las redes y la propia familia, le seguimos y acompañamos en esa hermosa aventura que el Papa Francisco ha definido como «anunciar la alegría del Evangelio» por nuestros pueblos y barrios.
»Y cada uno de nosotros acude a esta cita revestido de la propia debilidad. Pero la voz del que convoca nos llena de calma y seguridad. Suena en nuestro corazón el eco de las palabras del Señor, como una confidencia: «nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos… y vosotros sois mis amigos. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 14-16). Somos los amigos del novio que nos invita a su fiesta. Hoy suspendemos momentáneamente el ayuno cuaresmal para participar, revestidos del traje adecuado, en la fiesta del Esposo (cf Mt 9, 14-15)».
Así comienza el texto de Alfonso Crespo que comparte con sus hermanos en el ministerio ante la celebración de la Misa Crismal.