La formación es un pilar clave en la vida del cristiano. Siempre lo ha sido. Continúa siéndolo. Ante el vómito continuo de ideas, opiniones y percepciones subjetivas urge una mirada sólida, fundamentada y trascendental ante los retos y realidades a los que nos enfrentamos.
Afirmaba san Josemaría Escrivá de Balaguer que la formación es necesaria «para que ilumine las inteligencias y fortalezca las voluntades, de manera que nos acostumbremos siempre a buscar, a decir y a oír la verdad, y se establezca así un clima de comprensión y de concordia, de caridad y de luz, por todos los caminos de la tierra». Sí, ese es el reto. Y en esa tarea, la formación teológica universitaria es clave, no podemos conformarnos con migajas de pensamiento; en esta labor los estudios superiores son vigas y pilares que permiten afianzar el rostro de una Iglesia que facilita el diálogo entre la fe y la cultura.