Pepi y Juan son dos ejemplos de que se puede salir de la calle. Viven en el Hogar Pozo Dulce, el centro de Cáritas Diocesana para las personas sin hogar. En 2014 se acogieron en este centro 49 personas. De ellas, seis finalizaron el proceso y han salido del centro: tres se trasladaron a pisos con acompañamiento y tres lo hicieron de forma independiente.
El domingo 29 de noviembre se celebró el Día de las Personas Sin Hogar. Aunque aún hay 106 personas en Málaga que duermen en la calle, desde la Campaña «Porque es posible. Nadie sin hogar», Cáritas y el resto de entidades de la Agrupación de Desarrollo quieren resaltar que acabar con esta situación es posible.
«La posesión de una vivienda tiene mucho que ver con la dignidad de las personas y con el desarrollo de las familias. Es una cuestión central de la ecología humana», expone Francisco en la encíclica Laudato Si’. Por eso, Cáritas Diocesana y el resto de entidades que constituyen la Agrupación de Desarrollo para Personas Sin Hogar vuelven un año más a presentar la Campaña de Personas Sin Hogar, que este año se celebra el 29 de noviembre bajo el lema «Porque es posible. Nadie Sin Hogar», con el que se quiere resaltar que acabar con el «sinhogarismo» es posible, aunque para conseguirlo aún queda mucho trabajo por hacer.
Este año termina el plazo que se puso el Parlamento Europeo para que los Estados miembros cumplieran el objetivo de «Nadie durmiendo en las calles de Europa en 2015». Sin embargo, actualmente se estima que hay más de 400.000 personas viviendo en la calle en toda Europa, de ellas cerca de 40.000 están en España.
En Málaga, según los datos de la Red de Atención a Personas sin hogar «Puerta Única», se han atendido 2.016 personas en lo que va de año. De ellas, actualmente hay 370 personas sin hogar: 106 pernoctan en la calle, 249 están alojadas en centros y 15 habitan en viviendas inadecuadas.
A pesar de no haberse conseguido el objetivo, seguimos pensando que acabar con el «sinhogarismo» es posible. Para eso son necesarias políticas sociales comprometidas que pongan a las personas en el centro (en especial a las personas sin hogar) y apuesten por la protección y garantía de acceso a derechos básicos como la salud, vivienda, protección social, etc.
Es importante tener en cuenta que para solucionar esta situación es imprescindible adoptar un modelo social inclusivo, un modelo posibilitador que afronte las causas y consecuencias estructurales de la pobreza, y que fortalezca el sistema de protección social. No se trata solo de una cuestión de inversión económica, sino una apuesta por formas de organización y gestión centradas en la persona.
Tal y como dijo el papa Francisco en su visita en septiembre a un comedor social en Washington, donde comió con 200 personas sin hogar: «No hay ningún motivo de justificación social, moral o del tipo que sea para aceptar la falta de alojamiento».
Desde la Campaña se lleva años insistiendo en que el hogar es mucho más que un lugar. Al espacio físico (junto con su entorno) debemos sumarle la posibilidad de que la persona pueda vivir de manera integral, recuperar o crear redes y relaciones, y disfrutar del acceso y ejercicio de sus derechos fundamentales.
Practicar la justicia y la misericordia pasa por la defensa irrenunciable de los derechos humanos y fundamentales de las personas. «Tuve hambre y me diste de comer; tuve sed y me diste de beber…» está en la raíz de toda justicia que podamos poner en práctica en nuestra vida. No podemos quedarnos callados cuando no se reconocen ni respetan los derechos de las personas, cuando se permite que su dignidad sea ignorada.
Como dice la Evangelii Gaudium: «Una auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista – siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra».
«Yo estaba muerto y he resucitado gracias a Cáritas»
Juan tiene 64 años, está separado y tiene tres hijos. Vendió todo lo que tenía para irse al extranjero con su familia, pero allí no fueron las cosas como esperaban y se separó de su mujer. Al volver a España no tenía nada, sobrevivió como okupa durante quince años, hasta que se quedó definitivamente sin un techo donde cobijarse. Ha tenido una vida muy dura, incluso con dos intentos de suicidio, pero ahora tras tres años en el Hogar se considera una persona feliz: «Ahora estoy muy contento y por eso le doy las gracias a Cáritas y a todo el equipo de Pozo Dulce, porque yo estaba muerto y parece como si hubiese resucitado al estar aquí». Y es que «esta es mi verdadera familia y este es mi verdadero hogar» porque «aquí cuentas con gente que sabes que te quiere».
«Que pidan ayuda, siempre se abre una puerta»
Pepi tiene 53 años, está separada y tiene una hija. Tras «veinte años tirada en la calle» como dice ella, lleva ocho años en Pozo Dulce, los mismos que lleva sin beber, hecho que le hace sentirse feliz: «Ahora sé qué es lo que hago, qué es lo que digo… soy una persona honrada». Llegó a la casa con una vida rota y ahora se siente de nuevo valorada gracias «al cariño y el calor de los trabajadores, voluntarios y compañeros». Por su experiencia aconseja a «la persona que esté en la calle, como yo estuve, que pida ayuda, porque siempre se abre una puerta, que hay un sitio donde estar, que se puede hacer una nueva vida», porque «la vida es muy dura y el alcohol y la droga no traen nada bueno» pero «gracias a Dios, me ha dado un poquito de vida y aquí, en esta casa de Cáritas, he logrado ser feliz, he encontrado la verdadera felicidad».
Cáritas Diocesana