«»¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!» Pero Él repuso: «Mejor: ¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!»» (Lc 11, 27-28).
Como respuesta a la alabanza de aquella mujer exultante de gozo por las palabras y las acciones de Jesús, el Maestro puntualiza, aclara y nos aclara:
La naturaleza humana posibilitó a María ser madre, pura biología; la fe la hizo madre del Hijo de Dios.
Con ser grande el milagro de alumbrar nuevas vidas, no deja de ser un hecho impresionante y bello, pero un hecho biológico. La naturaleza humana posibilita la maternidad, pero es la fe la que posibilitó que María fuese la madre del Salvador.
En la Anunciación, las preguntas que María hace al ángel Gabriel no son duda ni desconfianza en Dios, es curiosidad humana. Sabe María que lo que Dios quiere, con su humilde «sí», será; pero no sabe cómo será «¿Cómo será esto…?» (Lc 1,26.).
La maternidad (Lc 2,1ss) es una maternidad sin antojos, donde la «bendita entre las mujeres», «la dichosa por haber creído», no se olvida de servir; un servicio amable, tierno, responsable… que le hace gestar, alumbrar, criar y cuidar a su hijo, Hijo de Dios, pero también hijo suyo. Todo de Dios, divino, sí… pero, a la vez, humano, muy humano, en la fragilidad y desamparo de un niño.
José Antonio Sánchez Herrera
Vicepresidente Fundación Victoria