
María es una de las jóvenes acogidas en el proyecto “Vive y camina” de las hermanas Adoratrices, en Málaga. A sus veintipocos años, María ha sido víctima de trata. Fue engañada y captada por una mafia que la utilizó como mercancía. «Me vi en la calle, sola y desprotegida y pensé “no puede ser que, como me están diciendo, esto sea lo único para lo que sirvo”, y ahí fue que me encontraron las hermanas Adoratrices, y me rescataron», recuerda emocionada María.
¿Cómo una joven con miles de proyectos por delante se topa con una mafia de trata?
En mi país me contactó una chica, a través de una amiga, que tenía una agencia de acompañantes. Empecé a trabajar para ella, aunque tenía otro trabajo en ese momento, por la insistencia en la cantidad de dinero que iba a ganar. Lo reconozco, fue un momento de ambición, de ver como que por más que me esforzara en mi trabajo, no llegaba a la cuarta parte de lo que ganaba con ellos, y así fue que empecé a trabajar como acompañante. Después me pregunto que si tenía pasaporte, que iba a viajar y comenzaron a pasar muchas cosas en las que el “jefe” siempre me veía como mercancía, no me veía como un ser humano y siempre quería poner su grado de superioridad. Me amenazaba de muchas formas y vivía con tanto miedo que si veía un policía, pensaba que venía a por mí porque había hecho algo malo. Me estaba explotando de múltiples maneras, hasta me decía que tenía que pagarle un impuesto. Cuesta mucho ser consciente de la espiral en la que has entrado y pedir información a otras personas. En ese momento te exigen que tú seas apoyo físico, emocional y psicológico de una persona que viene a verte y que escondas tus problemas. Siempre tienes que estar dispuesta y disponible.
¿Cuándo te diste cuenta de que esa no era tu vida?
La vida muchas veces me mostró que ese no era el camino. En muchas ocasiones me vi en peligro y expuse mi integridad. Llega un momento en que despojarte de tu ropa y estar con una persona a quien no conoces, lo normalizas. Piensas que con ese dinero estás ayudando a tu familia. Pero va pasando el tiempo, tienes a quienes te quieren muy lejos y te replanteas que no puede ser que esto sea lo único para lo que yo sirva, como me decía el “jefe”. A pesar de que muchos me decían que tenía que volver, que debería sentirme afortunada por todo lo que tenía… pensé: “tengo que salir de este círculo”. Me puse a buscar fundaciones que pudieran ayudarme y así conocí de la existencia de las Adoratrices. En realidad me encontraron ellas a través de unas chicas que iban entregando material preventivo e interesándose por la vida de las chicas. Me vi en la calle, sola y desprotegida y es muy duro conocer lo que se mueve en la noche.
Llegaste a un nuevo hogar, ¿cómo fue la acogida en la casa de las Adoratrices?
Al principio una viene con mucho temor porque el mundo te golpea tanto que ya te planteas si confiar o no confiar pero, poco a poco te abres porque te van mostrando su apoyo las hermanas, las educadoras, la psicóloga. Es un proceso que una va viviendo, no se cambia de un día a otro, no se cura rápido, pero me siento segura con ellas. Aunque mi pasado haya marcado mi vida, las adoratrices me han ayudado a ver que tengo un presente y un futuro que puede ir hacia otro rumbo. A las chicas que estén en el momento vulnerable en que yo me encontré les diría que “digan no” porque, aunque parezca un mundo en el que no te va a faltar de nada, el precio es bastante caro. El precio eres tú.
Mucho dolor el que has vivido, María, ¿te has encontrado a Dios en todo este proceso?
Sí. A veces Dios se hace presente en personas que nos ofrecen una palabra, una ayuda, que no entendemos porque pensamos que todo tiene que ser inmediato y que tenemos el control de todo y, en realidad, no controlamos nada ni siquiera nuestros propios pensamientos. Así me he encontrado a Dios.

