Manuel Vera Duarte, familiar directo del beato mártir yunquerano Juan Duarte, relata cómo su testimonio ha dejado una huella indeleble en la fe de su familia. Ante la celebración de los santos malagueños propiciada por el papa Francisco, que tiene lugar en Málaga el 6 de noviembre, habla del valor del perdón, la transmisión de la fe a los más jóvenes y la creciente devoción en torno a la figura de Duarte y de su Casa Museo.
Cuenta, en su familia, con dos ejemplos de martirio: Juan Duarte y José María Corrales…
Sí. Mi abuelo materno, Pedro Duarte, era primo hermano del padre de Juan, y también por esa rama, aunque más lejano, soy familia de José María Corrales, ambos mártires de la persecución religiosa. De Juan, familiares directos quedan seis sobrinos: dos en Yunquera, tres en Málaga y uno en El Burgo. Dolores, de 85 años, me cuenta muchas cosas. Ninguno presume. Son una familia normal, sencilla y humilde.
¿Cómo le transmite su familia la memoria de estos mártires?
Siempre desde pequeño he vivido el ejemplo de Juan Duarte, porque mi madre vivía cerca de su domicilio. Era una familia muy unida y vinculada al campo, pues todos eran agricultores, y vivían y trabajaban en continua relación. Mi abuelo y mi madre me transmitieron todo. Además, tuve mucha cercanía con sus hermanos Dolores y José, que era mi padrino. Y su hermana Carmen, la que fue carmelita, mandaba escapularios hechos por ella para todos los niños que nacíamos en la familia. Ese vínculo nos unió desde pequeños a su testimonio.
¿Qué le enseña a usted la vida de Juan?
Nos ha enseñado muchos valores. Juan, desde muy joven, se entregó a la evangelización de los niños, les daba catequesis y organizaba procesiones para acercarlos a Dios. Siempre estaba cerca de la Iglesia. Yo, ahora, estoy implicado en lo que puedo: soy sacristán, ayudo en Cáritas, Manos Unidas… Eso me viene precisamente de esa vivencia familiar. Su martirio nos enseña que fue capaz de dar la vida por Dios. Y luego su familia más próxima también dio testimonio mediante el perdón. Ese valor me ha servido enormemente en la vida.
¿Cómo vivió su beatificación?
No pude ir a Roma, porque padezco de serios problema de visión, y tuve que intervenirme justo en esas fechas, pero la viví intensamente en Yunquera. Aquí celebramos una Eucaristía muy especial, a la que vino mucha gente, y se descubrió un mosaico en la pila bautismal. Fue un día inolvidable.
Al ser beato, podemos rezarle ya en la diócesis. Debe de ser muy grande poder rezar a alguien que lleva tu sangre…
La verdad es que sí. No lo llevo como medalla, diciendo “soy familia de Juan Duarte”, sino que intento vivirlo como él fue: sencillo; hablar de él a quien viene, enseñar su Casa Museo aquí en Yunquera, explicar la historia. Nos sentimos muy felices de llevar su sangre y agradecidos de la formación cristiana que recibimos. Cada día le pido que me aumente la fe, que a él le permitió tener esa fuerza en el martirio.
Son testimonios que nos muestran que la santidad es posible…
Sí. Todos estamos llamados a la santidad. Los santos nos demuestran que la santidad está al alcance de todos, y en mi caso, Juan me lo hace aún más cercano. Nunca olvidaré cuando Pedro Sánchez Trujillo, encargado de las causas de los santos, y quien promovió la Casa Museo, en su lecho de muerte, me tomó las manos y me dijo: “Manolo, no dejes de contar nunca a los niños la historia de Juan”. Y así lo hago. Las catequistas llevan a los niños, yo les explico, hacen preguntas, se impresionan al entrar… Quiero que desde niños vivan su historia.
¿Cómo podemos aprovechar los malagueños este testimonio cercano?
Lo primero, conociendo su vida. Él es una persona de pueblo, cercana, a quien muchos rezan, ponen flores y piden favores. Cada día hay más devoción a Juan Duarte, y muchos me llaman para abrir la iglesia o llevarlos a la Casa Museo, y quedan impresionados. Hay muchos testimonios preciosos de intercesión, y otros que se quedarán en el silencio. Y, también, transmitiendo los valores que ellos atestiguaron: ayuda al prójimo, catequesis, servicio…
El Papa ha establecido una celebración para los santos de cada diócesis, que aquí en Málaga se ha fijado el 6 de noviembre. ¿Cómo lo vivirá?
Cuando me lo comunicaron me puse en marcha. Iremos una representación desde Yunquera, tierra de mártires. La parroquia ha puesto un microbús a disposición; ojalá se llene. Queremos compartir con las familias de los mártires de Málaga esa Eucaristía.

JUAN DUARTE
Natural de Yunquera, donde nació en 1912, ingresó con 13 años en el Seminario, donde destacó como alumno ejemplar. Su valentía le llevaba a dar la cara por Jesucristo siendo uno de los pocos que volvieron al centro de formación sacerdotal tras la quema de conventos en 1931.
En 1935, la noche antes de recibir el subdiaconado, escribio: «¡Con qué ganas me pongo en brazos de la Iglesia y con qué ganas le pido al Señor que me quite la vida si no he de servirla con la alegría que inunda mi alma el día que a ella me entrego!». En marzo del año siguiente recibió el diaconado y, en noviembre, la palma del martirio. Lo detuvieron el 7 de noviembre, cuando se encontraba en casa con su madre. Lo llevaron al calabozo municipal, junto a los seminaristas José Merino y Miguel Díaz. Luego fue trasladado a Álora. Un largo suplicio de ocho días en el que recibió todo tipo de maltratos hasta la muerte, que se llevó a cabo en la noche del día 15 de noviembre. Lo bajaron al Arroyo Bujía, a kilómetro y medio de la estación de Álora, y allí a unos diez metros del puente de la carretera, lo tumbaron en el suelo y con un machete lo abrieron en canal de abajo a arriba, le llenaron de gasolina el vientre y el estómago y luego le prendieron fuego.
Durante este último tormento, Juan Duarte sólo decía: «Yo os perdono y pido que Dios os perdone… ¡Viva Cristo Rey!». Las últimas palabras que salieron de su boca con los ojos bien abiertos y mirando al cielo fueron: «¡Ya lo estoy viendo… ya lo estoy viendo!» Los mismos que intervinieron en su muerte contaron luego en el pueblo que uno de ellos le interpeló: «¿Qué estás viendo tú?». Y acto seguido, le descargó su pistola en la cabeza. Pocos meses después, el 3 de mayo, su padre, hermanos y otros familiares se presentaron en Álora para exhumar su cuerpo, fácil de encontrar bajo la arena, pues había sido enterrado por unos vecinos a tan poca profundidad que su hermano José, como él mismo contó, con sólo escarbar con sus manos, topó enseguida con sus restos.
Duarte, junto a Enrique Vidaurreta (rector del Seminario de Málaga), fue beatificado el 28 de octubre de 2007, en Roma, junto a otros 496 religiosos españoles, en una celebración presidida por el papa Benedicto XVI, a la que acudieron más de 300 malagueños.
JOSÉ MARÍA CORRALES MONTERO
Este joven de 27 años recibió el martirio en 1936. Estudió en el Seminario de Málaga, siendo ordenado sacerdote el año 1933 en Granada. Era coadjutor de la Merced de Málaga. Tras la quema de la parroquia de la Merced, José María Corrales y su compañero Antonio Núñez Núñez se marcharon a la parroquia de la Victoria donde continuaron su tarea pastoral. José María Corrales era muy buen sacerdote y catequista, y ayudaba mucho a su familia, pues sus padres y hermanos eran muy humildes.
El 22 de julio de 1936 fue detenido cerca del Tiro de Pichón, delatado porque llevaba la coronilla al descubierto, y conducido al Comite, donde fue maltratado. De allí, lo llevaron a la Prisión Provincial, hasta el día 30 de agosto, que fue fusilado junto con otros compañeros en las tapias del cementerio de San Rafael. De esta muerte decía Carmen, la hermana del Beato Juan Duarte: «La única vez que vi llorar a mi hermano fue por la muerte de su amigo José María Corrales».

