Manoli, sacristana de Villanueva de Tapia: «Hice la comunión con seis años y ya me sabía el catecismo «de pe a pa»»

Diócesis de Málaga
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Manoli Ruiz tiene 53 años y desde hace una década es sacristana en la parroquia de San Pedro Apóstol de Villanueva de Tapia. Casada y madre de dos hijos de 29 y 24 años, comparte su tiempo entre la familia y la iglesia de San Pedro Apóstol. Por ello, Manoli articula todos los recuerdos y etapas de su vida en torno a los sacramentos y su servicio a la parroquia. «Por lo que sea, yo nací con una fuerza de Dios y del Espíritu Santo grandísima; yo no me muevo para nada sin rendir cuentas a Dios y a su madre, la Virgen. Soy así, no lo puedo remediar. Para todo yo digo: «Dios mío, lo que tú quieras, que sea tu voluntad, que sea lo que tú quieras»», confiesa.

Manoli vino al mundo en una pequeña aldea de la provincia de Córdoba, El Cerro de los Quintana. «Yo nací en los brazos de mi abuela, la madre de mi padre. Fue ella quien asistió al parto», relata Manoli. «Me bautizaron en Iznájar, en la ermita de Nuestra Señora de la Piedad…por eso, cada vez que llegamos a la provincia de Córdoba mi marido me dice: «Manoli, aunque no me digas nada, se te nota en la cara que te pones contenta». Y eso es porque allí me bautizaron».

Los padres de Manoli se trasladaron a Villanueva de Tapia cuando ella tenía dos años. «Mi familia era toda cristiana», asegura Manoli. Ella afirma también que, desde siempre, ha sentido muy de cerca la presencia de Jesús. Y rememora que, de niña, era un torbellino de curiosidad y lectora precoz del catecismo: «me lo sabía «de pe a pa», e hice la comunión con seis años, antes que otros niños de mi edad, porque tenía un interés enorme», comenta Manoli.

Ya en su adolescencia, Manoli estaba siempre tan cerca de la Iglesia que muchos vecinos le preguntaban si no tenía vocación de religiosa. Sin embargo, muy joven, conoció a Paco, el que hoy es su marido, con el que se casó a los 23 años de edad. Tres décadas de matrimonio no han mermado un amor y un afecto que se mantiene tan firme como el primer día. «Hermán Marcel, nuestro párroco, nos llama «los cariños», porque así nos dirigimos constantemente el uno al otro», detalla Manoli.

Ella recuerda con emoción cómo llegó a ser la sacristana de la parroquia de su pueblo después de ser catequista durante 16 años: «había aquí un sacerdote, D. Juan Aroca Muñoz, al que yo quería mucho. Él me decía: «cuando muera Francisco Lechado -el anterior de sacristán- solamente te pediría que no te cansaras, que siguieras, que pudieras entrar aquí y llevar la sacristía. La iglesia se quedaría en muy buenas manos». Parece que Dios concedió ese deseo a Don Juan y a mí también». Así que, cada día, Manoli se entrega con plena satisfacción a todas y cada una de las tareas que tiene encomendadas en la parroquia: «toco las campanas con mucha ilusión; a continuación, preparo el vaso sagrado, y lo llevo a la credencia. También organizo los libros».

«A LAS 6.30 HAGO MIS PETICIONES, LEO EL EVANGELIO Y REZO A LOS SANTOS»

Para Manoli, la oración forma parte imprescindible de su vida. De hecho, rezar es lo primero que hace cuando se levanta: «por la mañana, a las seis y media, mientras mis hijos se ponen en pie, hago mis peticiones, leo el Evangelio del día y rezo a los santos: a San Judas Tadeo, a la Madre Maravillas y a la Madre Dolores. Esto lo hago sentada en la mesa, tranquilita». Luego, mientras se ocupa de las tareas cotidianas de la casa, Manoli escucha su cadena favorita, Radio María: «conecto muy bien con esta emisora, soy socia. Y la tengo como el pan de cada día. Noche y día estoy conectada a la radio». Para Manoli, la fórmula para conseguir la serenidad se encuentra en su diálogo permanente con Jesús: «a veces parece que tiro un poco la toalla, me enfado si pasamos por malos momentos… entonces pienso que no habrá llegado el momento en que Él pueda conseguir lo que le pido».

Para Manoli, ser sacristana es una forma de vida a la que, admite, nunca podría renunciar: «para mí, ser sacristana es un complemento necesario en mi vida; ¡es un tesoro!».

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