«Los testimonios recibidos en la consulta sinodal reflejan cómo la fe vivida en comunidad no suma, sino que multiplica»

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

Gabriel Ramos (Málaga, 1975) pertenece a la parroquia de San Miguel, del arciprestazgo de Virgen del Mar, en el que han vivido con intensidad la fase sinodal diocesana pues están convencidos de que «las aportaciones recibidas no pueden quedarse en un bello documento, deben transformarse en hechos».

¿Cómo ha sido recibida la convocatoria del Sínodo en su fase diocesana en vuestro arciprestazgo?

La convocatoria del Sínodo fue motivo generalizado de alegría y de entusiasmo entre las personas que están cercanas a la vida parroquial (grupos de pastoral, catequesis, hermandades y cofradías, Cáritas, liturgia, coros, matrimonios…). El Sínodo se percibe como una oportunidad de participar, de escuchar y de ser escuchados para definir las formas de trabajo y de vida de la Iglesia del siglo XXI.

¿Cómo se está articulando el trabajo en esa zona de la Diócesis?

En nuestro arciprestazgo (Virgen del Mar) se decidió realizar un cuestionario más simplificado y concreto, para fomentar una participación lo más amplia posible. 

Durante la fase parroquial, las preguntas fueron trabajadas con profundidad por parte de los diferentes grupos y asociaciones adscritas a las parroquias. Las contribuciones fueron consolidadas en documentos de síntesis, y se compartieron en asambleas parroquiales. Esos encuentros han supuesto un impulso importante en la vida de las parroquias, en medio de las limitaciones impuestas por la pandemia.

Acabada la fase parroquial, en el arciprestazgo comenzamos el trabajo de consolidación de todas las aportaciones proporcionadas por las parroquias. Se han establecido equipos de trabajo para estructurar el documento de síntesis, así como para preparar la asamblea arciprestal del 29 de enero, en el Colegio de la Asunción.

Dicha asamblea se pensó como un encuentro fraterno con el objetivo no sólo de compartir impresiones acerca de las cuestiones que plantea el sínodo, sino también de conocernos, estrechar lazos y crear sinergias; aspectos que han sido muy demandados por los feligreses participantes en los cuestionarios parroquiales.

¿Qué participación estáis percibiendo en la gente?

La participación está siendo elevada y comprometida. Hay entusiasmo acerca de lo que significa el Sínodo. En el pasado hemos tenido otras experiencias de sínodos temáticos, sobre la familia por ejemplo, en los que la especificidad del asunto hacía que la participación fuera únicamente del “grupo experto” asociado a esa materia. En este caso, la convocatoria es para todos. 

Con este sínodo, se está rediseñando la forma en la que trabajamos y nos relacionamos los seguidores de Cristo. Se están potenciando valores olvidados en la sociedad en general y a veces en nuestra propia Iglesia, como el pararse a pensar de forma conjunta, la escucha y el sentirse escuchado, o la participación desde el respeto a las diferencias, sin tratar de uniformizar a nadie.

El reto está siendo extender este entusiasmo y este espíritu de participación entre la feligresía que únicamente participa de la Eucaristía dominical, y hacer que este viento de comunión y participación también llegue a las personas que abandonaron la Iglesia por desencanto o por desgana. 

¿Qué experiencia de sinodalidad existe ya en vuestra zona?

Existe un consenso generalizado en que la vida parroquial es aquella que polariza la vida del creyente: es lugar y centro. La palabra más repetida en las respuestas recibidas es “parroquia”, por encima incluso de “Iglesia” o de “grupo”.

Los testimonios recibidos son muy potentes y reveladores de esta experiencia de sinodalidad. Valgan algunos como ejemplo: «Entrar en la parroquia es sentir que entro en mi casa y que Dios entra en la mía, en mi corazón»; «cuando acompañas a matrimonios que van a casarse o que tienen problemas, los miras con misericordia a través de tus propias experiencias de miseria. Dejas de ser el “tutor” o el “catequista”, y eres el acompañante y servidor»; «mi pertenencia a la parroquia, y en concreto a mi coro, me ha devuelto la salud física y espiritual. Jesús se hace presente y nos cura»; «desde nuestro grupo de Cáritas, nuestra experiencia fundamental es el esfuerzo por ayudar a nuestros hermanos más necesitados y también la unión del grupo en la oración y la fe; tratando que haya la mayor colaboración posible de todos los miembros de la parroquia».  

También es muy ilusionante comprobar cómo las formas de ejecutar la misión de Cristo pueden diferir de una parroquia a otra, pero existe un denominador común que vertebra la vida parroquial: la oración comunitaria en torno a la Eucaristía, donde cobra sentido la comunión eclesial que experimentamos en nuestras vidas. Se destacan también las Adoraciones al Santísimo, que han pasado de ser algo minoritario a convertirse en encuentros transversales a todos los grupos y sensibilidades, otra prueba más de que en Jesús Sacramentado está el pegamento que nos hace caminar juntos.

Se pone también énfasis en la riqueza de caminar juntos los laicos y los sacerdotes. Esta comunión comienza por el trabajo en los Consejos Pastorales de cada parroquia, donde se define el plan de acción y se coordinan todas las actividades que luego se desarrollan, cada uno desde su vocación. 

Finalmente, los testimonios recibidos reflejan en su mayoría cómo la fe vivida en comunidad no suma, sino que multiplica. Además, los fieles incorporados recientemente a las parroquias valoran que éstas sean comunidades con las puertas abiertas. Resulta necesario que cualquier plan de acción de este Sínodo pase por la apertura de puertas de nuestro arciprestazgo y nuestra Iglesia Diocesana a las necesidades de nuestros hermanos creyentes y no creyentes, para que vean en nosotros una mano amiga que sale a su encuentro, y una forma de vida plena y confiada en el Señor en estos tiempos de incertidumbre.

¿Cómo se va a hacer llegar la aportación a la diócesis? 

Queremos hacer un documento de síntesis donde quepan todas las sensibilidades y sugerencias expuestas, y donde se incluyan propuestas concretas y detalladas en cinco ámbitos: participación y visibilidad, solidaridad y acompañamiento, formación, celebraciones y sacerdotes. En el plano parroquial, arciprestal, diocesano y para la Iglesia universal.

Dicho documento habla con una sola voz, la voz del arciprestazgo. Debemos tratar de salir de nuestros egos, y dejar de “competir” entre grupos en una misma parroquia, o entre parroquias dentro de un arciprestazgo. Este documento se acompañará de una presentación-sumario utilizado también en la Asamblea Arciprestal del 29 de enero.

Nuestro grupo de trabajo tiene claros los objetivos y los siguientes pasos: debemos abandonar la comodidad y el sentimiento de dejarnos llevar que muchas veces invade imperceptible nuestra vida parroquial y arciprestal. Nuestro compromiso no queda únicamente en presentar nuestras ideas a la Diócesis, sino en ser motores de la implementación de las mismas. Las aportaciones recibidas no pueden quedarse en un bello documento, deben transformarse en hechos. Más del 70% de las sugerencias incluidas en el documento son de directa implementación en las parroquias. Si nuestras parroquias evolucionan, el arciprestazgo evoluciona. Si el arciprestazgo evoluciona, la Diócesis evoluciona.

¿Sientes que va a ayudar a crecer en sinodalidad y corresponsabilidad este proceso?

Por supuesto. El conocer cómo cada parroquia realiza su caminar juntos está sirviendo para dinamizar la vida de otras que carecían, por ejemplo, de Consejos Parroquiales con representantes de cada uno de los grupos y realidades internas. Compartir experiencias nos empuja a la acción inmediata. 

Construir la iglesia del siglo XXI pasa necesariamente por meter todos el hombro, cada uno desde su ámbito, pero teniendo a Cristo y su misión de amor al hermano en el centro.

Decía un feligrés en una de sus aportaciones: «Para caminar juntos debemos ir todos al mismo destino, y a la misma velocidad. Para comprobar nuestro destino y nuestra velocidad, necesitamos pararnos y escucharnos unos a otros». Esto es justo lo que está suponiendo este Sínodo: poder levantar la cabeza, salir de nuestra rutina diaria, y volver a mirar al prójimo como hermano. Dar la mano al que se ha perdido, empujar la silla de ruedas del que está impedido, para avanzar todos juntos como pueblo de Dios.

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