CARTA ABIERTA. José F. del Corral, profesor de los Centros Teológicos de la Diócesis de Málaga, con motivo de la Epifanía del Señor.
Desde niño mis padres me inculcaron a esperar con ilusión la venida de los reyes magos con sus regalos. También recuerdo, con emoción, los años en que ayudaba a los reyes magos de mi parroquia en su visita a las casas de los hermanos para dar los regalos a sus hijos y a ellos, y, en algunas casas, también a los abuelos presentes. Pero lo primero que hacíamos en las casas era adorar al niño Jesús en el Belén doméstico. Tenía la suerte de ser un espectador privilegiado, una noche al año, en aquel acontecimiento de reconocimiento y de adoración que los magos del Oriente realizaron en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes.
Este año contemplo otra dimensión escondida en la adoración de los magos a Jesús recién nacido. La he descubierto en unas palabras para la fiesta de Epifanía de 1940 de Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein: «En ellos vivía un deseo puro de alcanzar la Verdad […] Dios es la verdad y Él quiere manifestarse a todos aquellos que le buscan con sincero corazón […] Él quería ser buscado y encontrado de una manera nueva»*. Hacia esta epifanía de la Verdad fueron guiados los magos por su estrella, por la luz de la Verdad, que vieron en Oriente y los puso en camino hacia donde ella estaba. Y llegados, la Verdad se les manifestó, no como una idea o un pensamiento, ni como un poder, ni como un título, sino con la pequeñez, fragilidad, dependencia y ternura que muestra un recién nacido. Ni a Atenas ni a Roma ni a Jerusalén fueron los magos, porque allí no los condujo la luz de la estrella. Fueron a un villorrio, cercano en el espacio, pero distante del prestigio, poder y riquezas de la Jerusalén romana y herodiana. Allí, en un pesebre, encontraron un niño, que, hecho hombre, se automanifestaría como Verdad, Vida y Salvación. Esto es lo que los magos vieron por adelantado en Jesús recién nacido, la Verdad salvadora en su primera epifanía. Y viéndola, la reconocieron y la adoraron, porque la luz de la estrella les hizo ver la nueva epifanía de la Verdad: Dios hecho niño. Que sigue manifiestándose novedosamente a todos aquellos que la buscan, de una manera nueva, con sincero corazón.
* EDITH STEIN, «Epifanía», en EDITH STEIN, Los caminos del silencio
interior, p. 133.